¿Todo bien por vuestro frente, mis amados lectores? ¿Algún quebranto os quita el sueño? Pues no os quejéis, que yo perdí hace unas tres semanas a mi padre tras una larga y (sólo en el último mes, por suerte) penosa enfermedad. Tampoco quiero dramatizar con ello, que conste: mi padre tuvo una vida larga, y murió en casa, rodeado por su familia y con tranquilidad. Lo digo, simplemente, para que veáis vuestros problemas, sean los que sean, con algo de perspectiva, y os deis cuenta de que no son tan importantes… salvo que SÍ que lo sean, en cuyo caso no digo nada.
Y como vosotros no venís aquí a leer mis angustias vitales (aunque, si os interesan, en un futuro próximo os espera una sorpresa), me pongo ya al grano. Ya hablé por aquí del Grand Theft Auto III y del Vice City, así que hoy toca hablar del tercer y definitivo capítulo de la “era Renderware” de la saga, Grand Theft Auto: San Andreas. ¿Por qué? Porque no me da la gana esperar hasta el décimo aniversario de su salida, que el 26 de octubre de 2014 queda muy lejos.
Volver con la frente marchita, las ganas de bronca…
Al final, Mamá Johnson hizo lo único que podía para reunir a toda la famila: morirse.
Cinco años lejos de la familia son muchos, pero son exactamente los que ha pasado Carl “CJ” Johnson (Young Maylay) viviendo en Liberty City, intentando dejar la atrás la vida de pandillero que llevó en la ciudad de Los Santos como parte de las Grove Street Families junto a sus hermanos Sean “Sweet” (Faizon Love, Friday) y Brian , y que se cobró la vida de este último. Ahora, en pleno 1992, otra muerte lleva a CJ a regresar al hogar: la de su madre, abatida a tiros en su propia casa desde un Sabre verde. Carl viene sólo a pasar unos días, presentar sus respetos ante la tumba de su madre, tal vez recordar viejos tiempos con Sweet y con sus colegas Big Smoke (Clifton Powell, Menace II Society) y Ryder (MC Eiht, también visto en Menace…), y marcharse con viento fresco… pero el Destino tiene otros planes.
Y, en esta ocasión, el destino lleva placa y va de azul, y lleva el rostro de dos polis corruptos como máscara. El oficial Frank Tenpenny (Samuel L. Jackson, Pulp Fiction) y su compañero y cómplice, Eddie Pulaski (Chris Penn, Reservoir Dogs), son los primeros viejos conocidos en dar la “bienvenida” a CJ a su llegada a Los Santos; eso es algo muy malo, porque ambos son miembros del CRASH, y ambos son más corruptos que el zombi de Francisco Camps. CJ acaba sin dinero, sin equipaje, con sus huellas en un arma utilizada para asesinar a un poli que se acercó demasiado al corrupto dúo, y tirado en medio del territorio de los Rolling Height Ballas, eternos enemigos de Grove Street. Menos mal que enseguida echa el guante a una bici y echa pedales como si le persiguiese el Diablo en persona hasta llegar al viejo hogar familiar.
Esos dos muchachos de azul son tus peores enemigos… y tienes que obedecerles.
Pero lo que le espera en el hogar familiar no es la paz, sino los recuerdos de la infancia hace tiempo perdida… y una tentativa de paliza por parte de Big Smoke cuando le confunde con un ladrón. Una vez aclarada la confusión, Smoke lleva a CJ al cementerio, donde tiene un efusivo reencuentro con su hermana Kendl (Yolanda “Yo-Yo” Whittaker), y uno bastante más agrio con Sweet; el hermano mayor de Carl le echa en cara que les dejase atrás, marchándose a Liberty mientras ellos veían como Grove Street perdía aliados y territorio ante el empuje de los Ballas y su organización de tráfico de crack. Para colmo, a la salida del cementerio sobreviven de milagro a un atentado de los propios Ballas. Otro maravilloso día en Los Santos.
Obligado a quedarse en la ciudad por tiempo indefinido, CJ empieza a juntarse con su hermano y sus viejos amigos, y entre bromas y veras va embrollándose de nuevo en la vida de pandillero: un pequeño robo de armas para la banda por allá, una operación de castigo contra una “cueva del crack” por acá, y antes de que se dé cuenta Carl ya vuelve a lucir los colores de las Familias y a pintar su símbolo encima de los graffitti de las bandas rivales. Por si fuera poco, en sus correrías traba amistad con el novio de Kendl, César Vialpando (Clifton Collins Jr., Tigerland), quien resulta ser un líder importante de la banda de los Aztecas, lo que da pie a una posible alianza con ellos y, de paso, da a CJ la oportunidad de meterse en el circuito de carreras ilegales que organizan y así ganarse un dinero extra.
Nada une a dos cuñados como robar un camión juntos en plena autopista.
Claro que no todo es de color de rosa en su regreso a Grove Street. CJ también tiene que lidiar con los delirios de grandeza de Jeffrey “OG Loc” Cross (Jas Anderson), un amigo de la juventud algo mongolo que se ha empeñado en ser rapero gangsta sin tener una gota de talento para ello, y que convence a nuestro antihéroe para apoyarle a través de “encarguitos” que empiezan siendo simples para volverse cada vez más complicados, retorcidos y crueles. Además de esto, cada cierto tiempo recibe una llamadita de Tenpenny y Pulaski, quienes le obligan a eliminar pruebas y testigos de sus fechorías, o se los encuentra haciendo inoportunas visitas a sus colegas. Ah, y Ryder no hace más que llamarle “vendido” (busta) cada vez que pone objeciones a sus disparatados planes, y eso cuando no le acusa de conducir de pena; esto, a decir verdad, puede ser cierto dependiendo de lo torpes que seamos al mando de un coche, pero resulta de lo más irritante para los que somos veteranos en esto de la conducción virtual. Vamos, que la vida de CJ pasa a oscilar entre buenos momentos y abismos de miseria, como una especie de montaña rusa con hilo musical de gangsta rap.
Y aún no ha visto lo peor, porque a medida que sus acciones van llevando a las Grove Street Families a recuperar el poder y el empuje de tiempos pasados, otras fuerzas conspiran para arrebatarles todo y hundirles de nuevo en la miseria; y, cuando hagan su movimiento, CJ va a verse despojado de todo lo que ha logrado, exiliado de Los Santos y todavía más cogido en las manos de Tenpenny. Claro que este revés de fortuna también le va a llevar a abrirse al resto del estado, a visitar sus otras dos grandes urbes, San Fierro y Las Venturas, y a conocer a posibles aliados de lo más interesantes, como un hippie colgado y conspiranoico que responde al nombre de The Truth (Henry Fonda, Easy Rider) o el afable y cegato Wu Zi Mu “Woozie” (James Yaegashi, El secreto de Thomas Crown), líder de la Tríada de la Nube de Montaña de San Fierro y aficionado a las carreras de coches (sí, conduce siendo ciego; no preguntéis). Además, tendrá la inestimable ayuda de su hermana y de César, que fueron de los pocos afortunados en escapar ilesos de Los Santos. Si toda crisis es una oportunidad, y CJ está sufriendo la mayor crisis de su vida… tal vez esta sea la ocasión definitiva para enmendar sus errores pasados y cobrarse justa venganza sobre sus enemigos. ¿Os atrevéis a llevarle al triunfo?
Sentir que es un soplo la vida, que cinco años no es nada…
¡TRAGAD PLOMO, MOTHAFUCKAS! ¡ESTE BARRIO ES DE LAS FAMILIAS AHORA!
Si el Grand Theft Auto III fue el que provocó la eclosión definitiva del género sandbox y el Grand Theft Auto: Vice City mejoró la fórmula en todos los sentidos, Grand Theft Auto: San Andreas supone su perfeccionamiento. El mapa es casi cinco veces más grande que el del GTA III, aunque, como se ve en el enlace, juegos posteriores lo han superado; la selección de vehículos es mucho más variada, incluyendo –¡por primera vez!- una selección de aviones más allá del condenado Dodó; hay muchas más posibles actividades criminales en las que implicarse, entre las que destaca la conquista de territorios de otras bandas; se introducen elementos de RPG, como las habilidades con las armas, resistencia al cansancio, músculos y demás, que debemos mejorar con el entrenamiento o la práctica; el combate mejora, con un sistema de manejo de armas que da a los tiroteos –¡al fin!- una complejidad e interés comparables a las misiones de conducción… en general, hay más de todo.
Y también hay más, y mejor, guión. Siguiendo la progesión lógica de sus predecesores, San Andreas nos sumerge en una historia más profunda que la del Vice City, con un protagonista más heroico y con motivaciones mucho más cercanas al “hombre de la calle”. CJ, por muy ex pandillero que sea y por muchas fechorías que cometa (casi siempre forzado por Tenpenny, las circunstancias, o los pérfidos jugadores con ganas de matar civiles), nunca deja de ser un “hijo pródigo” que intenta enmendar sus errores y volver a conectar con su familia, y los aliados que le rodean, pese a tener claros defectos (por ejemplo, Sweet es un racista anti-hispano y un hermano mayor ultra-crítico, y Truth es un colgado de las drogas), conservan en todo momento un aura de “bribones honorables” que, a su manera, aprecian y ayudan al protagonista. El periplo que este sigue también es más heroico a la manera tradicional, puesto que le pone frente a antagonistas cuya criminalidad adquiere tintes mucho más malévolos (corrupción de la ley, tráfico de drogas), y le obliga a “resucitar” dos veces tras “morir” metafóricamente cuando los manejos de Tenpenny y compañía le arrebatan todo lo que ha conseguido al principio del juego y al final del primer arco argumental. La importancia de los vínculos familiares y de amistad, el daño que hacen las drogas, el racismo, la lealtad a la tierra natal y el pernicioso efecto de la corrupción policial en la sociedad son algunos de los grandes temas que están presentes durante todo el juego, trazando a ratos paralelismos con sucesos reales como los disturbios de Los Ángeles de 1992 o el escándalo Rampart, aunque todo ello siempre salpimentado con el humor paródico que Rockstar acostumbra a imprimir a la serie, y con extensos cameos de viejos conocidos de los juegos anteriores.
¿Os suenan? Pues no son los únicos amigos a los que reencontraréis.
Como guinda al pastel, tenemos una excelente selección musical de éxitos de principios de los 90 y de la década pasada, con una lógica predominancia de la música negra –rap en sus diversas variantes, funky, soul- pero sin descuidar la oferta para otros gustos en forma de rock alternativo –sin caer, por suerte, en la saturación de grunge que echó a perder buena parte de esos años-, rock duro clásico, y música country (!).
Con todo esto, ¿no debería ser éste el juego favorito de la etapa con el motor gráfico Renderware para los fans de la serie? Pues, aunque parezca mentira, hay un sector amplio de la afición que prefiere el Vice City antes que el San Andreas, y con razones de bastante peso. A sus ojos, el juego es tan grande y variado que desborda con facilidad al jugador, mientras que en su inmediato antecesor todo el abanico de misiones y actividades era más manejable, y la introducción de los elementos roleros en San Andreas también supuso la inclusión de la irritante necesidad de perder el tiempo con interminables minijuegos de gimnasio, o conduciendo coches y motos durante horas sin rumbo fijo, para mejorar nuestras capacidades. Por si fuera poco, algunas de las misiones obligatorias para completar la trama –como la odiada “escuela de aviación”- presentaban una dificultad rayana en lo infumable, y alguna otra sufría en la versión inicial un “bug” que imposibilitaba completarla y, por tanto, proseguir el desarrollo de la trama. Igualmente, se percibe, en general, un diseño más restrictivo en las misiones: sigue siendo posible usar el ingenio para superarlas de maneras distintas a las previstas por los diseñadores, pero el juego emplea más trucos “sucios” (vehículos que desaparecen, cambios de armas obligatorios) que sus antecesores para intentar llevarnos por un camino concreto, y a veces esa táctica se nota demasiado.
¿A que dan ganas de volar hasta Rusia con el Mayor Kong?
Aparte, también está la cagada del Hot Coffee, pero eso merece un post propio de continuación. Baste decir de momento que, gracias al dichoso “café caliente”, tanto Rockstar como su editora se llevaron palos en lo económico y en su reputación, y el mundo del videojuego sufrió por ello.
Todo esto puede hacer que os lo penséis dos veces antes de comprarlo, y más si añadimos que, pese a mejorar el aspecto de los modelos humanos respecto al GTA III y el Vice City, siguen teniendo ese aspecto poligonal y tosco típico del envejecido motor Renderware. Aún así, es un juego que ha envejecido bastante mejor que las aventuras de Tommy Vercetti, y muchos hay aún que lo consideran superior al Grand Theft Auto IV pese a la diferencia tecnológica entre ambos. Si no os da miedo el gran tamaño (para la época) de su mapa, y sois fans del género, Grand Theft Auto: San Andreas es casi indispensable en vuestra juegoteca.
Y el próximo día (que lo mismo es dentro de tres meses) ¡hablaremos del gobierno escándalo Hot Coffee!
No hay comentarios:
Publicar un comentario