Hola de nuevo, mi selecto y amado público. Por motivos relacionados con un exceso de trasnoche para vencer un nivel del Thief 2 bastante correoso, no me voy a extender demasiado en la crítica de esta semana. A decir verdad, tampoco es que la película que he elegido dé para mucho. Se trata de una especie de giallo de principios de los 80, dirigido por Sergio Martino, un director que lo mismo te salía con una de caníbales que se descolgaba con una comedia erótico-festiva, y que no pasará a la historia del cine por tener las muertes más realistas, ni el diálogo mejor escrito.
Los sacrificios hacedlos sin sangre, que luego pringa mucho
¿Es o no es una expresión muy fácil de sacar de contexto?
La película comienza con una escena de una cultura antigua, todavía sin identificar, ofreciendo sacrificios de una curiosa manera. A cada turno, una pareja de jóvenes bien parecidos baja a un pozo humeante, y a una orden de un sacerdote enmascarado, dos asistentes les rompen el cuello. Los primeros problemas de la película se manifiestan aquí, dado que las víctimas emiten un desgarrador alarido al morir, pese a que ese tipo de muerte es tan rápida que no da tiempo ni de gritar, y que el acompañamiento musical de la escena es un tema más apropiado para un drama romántico de corte intimista que para un filme de terror.
Todo resulta ser un sueño de Joan Barnard (Elvire Audray, que paseó su belleza por varios filmes de serie B y Z italianos entre los ochenta y mediados de los noventa), la joven y guapa (muy guapa, desde mi punto de vista) esposa del célebre arqueólogo Arthur Barnard (John Saxon, toda una institución de la serie B a quien los fans de CSI pueden recordar como el hombre que enterró a Nick Stokes). Arthur ha ido a buscar restos etruscos a Volterra, en Italia, financiado por la fundación del padre de Joan, y ella tiene miedo de estar obsesionándose con la antigua y misteriosa civilización. Un colega de su marido, Mike (Paolo Malco) intenta reconfortarla y llevársela a la cama, no necesariamente en ese orden, cuando Joan tiene una terrible alucinación al ver fotos de la zona donde trabaja Arthur cubrirse de gusanos, lo que parece presagiar una muerte inminente.
Mientras Joan estudia si debería empezar a tomar antipsicóticos, su marido tiene un encuentro en el campo con un extraño anciano, que toca el tema central de la película (sí, el que pegaría más en un drama romántico) en una flauta de doble caña, y que tras una serie de crípticas frases le pide que le acompañe. Lo que le enseña es lo bastante impresionante para que Arthur lo deje caer esa noche en una conversación telefónica con su esposa: se trata de una nueva tumba etrusca, enterita y sin saquear. Lástima que los malos presagios de Joan sobre su marido, que han vuelto a poblar sus sueños, elijan ese momento para cumplirse. Un asaltante desconocido le rompe el cuello (esta vez, por suerte, sin grito) mientras la mujer escucha.
¡Para cuatro minutos que salgo en esta puta película!
Desolada por su viudedad, pero dispuesta a descubrir qué pasó, Joan vuela a Italia acompañada por Mike, que ha visto la oportunidad de poner en práctica el refrán "a rey muerto, rey puesto". A su llegada a Italia, se reúnen con el inspector que investiga el caso (Gianfranco Barra) y con la condesa Maria Volumna (Marilù Tolo) en la mansión de esta última, donde Arthur se hospedaba y donde acabó siendo asesinado. Durante este encuentro, se reúnen con ellos la representante de la fundación que acompañaba al arqueólogo, Heather Hull (Wandisa Guida) y el chófer de Arthur, Nick (Jacques Stany); por cierto, que Heather le presenta como "el guardaespaldas que debía proteger a Arthur", lo que es una de las maneras más elegantes a la par que crueles de llamar a alguien "incompetente".
Tras la reunión, que no da para sacar mucho en claro (pero que sí da para que la condesa suelte una chorrada pseudomística con tono solemne), el inspector accede a enviar a Joan la documentación de Arthur. Rebuscando entre ella, Joan encuentra una extraña anotación en su libreta, y el recibo de un encargo a un joyero de Volterra. Cuando Joan visita al joyero para recoger dicho encargo, se encuentra con que es una antigua joya etrusca en forma de escorpión, a la que el orfebre le ha puesto una cadena... y que le resulta extrañamente familiar.
A partir de este punto, Joan se verá rodeada por las muertes de la gente a la que conoce, y por extraños indicios que la señalan como la reencarnación de una antigua diosa etrusca. Guiada por el extraño anciano que reveló la tumba a su marido, ¿podrá desentrañar el misterio de los asesinatos y de sus visiones antes de que el misterioso asaltante la liquide?
Más aún, ¿aguantará alguien el metraje completo para enterarse?
Cómo arruinar una buena premisa
Cambiando de tema, esta es nuestra heroína.
El asesino del cementerio etrusco partía de unas bases sólidas para ser un buen ejemplo de cine fantaterrorífico italiano. La inspiración en la poco conocida civilización etrusca y el brutal método elegido por el misterioso asesino daban oportunidad para hacer un pequeño clásico del giallo con toques fantásticos. ¿Por qué me encontré entonces con un auténtico pestiño?
Tal vez porque el guión, escrito a seis manos por Ernesto Gastaldi, Jacques Leitienne y Maria Chianetta (Mara Maryl), se centra demasiado en la palabrería pseudomística y demasiado poco en crear escenas con tensión y sangre. Salvo alguna alucinación con gusanos de la protagonista y el ocasional asesinato, el resto de la película se limita a mostrarnos a gente hablando; y muchas veces, sólo hablan de chorradas.
Y si los sacrificios humanos que abren la película son ridículos, por poco realistas, algunas de las frases que escuchamos les superan. Por ejemplo, cuando a la condesa le preguntan qué opina de la posibilidad de que Arthur haya sido víctima de "la maldición de los etruscos", responde que "el universo es más extraño de lo que se pueda imaginar o saber" con tono solemne. Otro ejemplo: cuando Joan ve la joya a la que su marido encargó poner una cadena, declara que "siento como si fuera mía desde siempre", mientras el joyero pone cara de "uh... sí, vale, lo que usted diga".
Pero estos problemas, y el misticismo chorra que destilan los encuentros entre Joan y el viejo de la flauta (que la película sugiere que es algún personaje mítico etrusco, dado su parecido con algunas estatuas y dibujos que vemos), palidecen ante uno que se va haciendo cada vez más evidente a medida que avanza el metraje. Los personajes, dicho en pocas palabras, son para echarles de comer aparte. A medida que se acerca el ecuador del filme, Joan va oscilando de manera cada vez más alarmante entre "aterrorizada damisela en peligro" y "siniestra reencarnación de diosa etrusca", hasta el punto de hacer que el espectador se pregunte( suponiendo que no se haya dormido para entonces) si no sería más conveniente que se hiciera internar en un psiquiátrico; y el arqueólogo que aparece también hacia la mitad de la película es un crédulo que no tarda en asumir como cierto el asunto de la reencarnación, cuando cualquier científico serio tendría el buen gusto de mantener el escepticismo hasta tener pruebas claras de que algo raro pasa.
La música de Fabio Frizzi, por otra parte, mantiene la coherencia con la melodía principal de la película, en el sentido de que no suena como la banda sonora de una película de terror, y sí como la de un melodrama pasteloso.
Sin embargo, El asesino del cementerio etrusco tiene al menos una parte divertida: el desenlace. Ahí se mezcla una auténtica apoteosis del misticismo chorra y de la idiotez de los personajes, a la vez que nos llevamos una sorpresa gracias a una vuelta del guión genuinamente ingeniosa, aunque tal vez poco realista. Si no tenéis más remedio que pillaros este filme (porque sois completistas del fantaterror italiano o porque lo comprasteis en un mercadillo sin saber lo malo que era), saltaos el resto de la película y pasad directamente al final... a no ser, claro, que sufráis de insomnio, contra el que este largometraje es un remedio infalible.
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