viernes, 14 de febrero de 2014

Un San Valentín de Muerte: sólo los tontos se enamoran

Hoy es el Día de los Enamorados, también conocido como el Día de Llorar a Moco Tendido en las Tinieblas de Tu Cuarto por los solitarios sin pareja, o como el Día de Sacarnos Dinero en Nombre de Quedar Bien con Nuestra Pareja por los detractores de la festividad. Lo llaméis como lo llaméis, aquí os traigo, como ya hice el año pasado, una peli apropiada a estas fechas. Abrazaos con la persona a la que queréis (o en su defecto, con vuestro perrito, gatito, mascota de otro tipo o peluche preferido), porque hoy vamos a pasar Un San Valentín de Muerte.

En realidad no, pero así se llama la película, de modo que…

Reunión de antiguas alumnas en el cementerio más cercano

Cagontó, Shelley, ¿qué te costaba llamar para hacer una quedada?

Al final, Shelley hizo ´lo único que pudo para reunir a la vieja panda de amigas: morirse.

Shelley (Katherine Heigl, Anatomía de Grey), Lily (Jessica Cauffiel, Leyenda Urbana 2), Paige (Denise Richards, Starship Troopers), Kate (Marley Shelton, la doctora Dakota Block de Planet Terror) y Dorothy (Jessica Capshaw, Minority Report) son ricas, guapas, y amigas desde la época del colegio. Es verdad que algunas viven con más estrecheces que otras, como Kate (eso le pasa por hacerse periodista), pero ninguna de ellas sufre de especiales carencias en la vida… salvo en el tema de encontrar media naranja. Por algún motivo, todas ellas (exceptuando a Paige, que va más en plan “bufé libre”) lidian en el presente con un sapo disfrazado de príncipe azul: Kate intenta superar la ruptura con un compañero de profesión alcohólico, Adam (David Boreanaz, el Angel –y Angelus- de Buffy); Dorothy se ha colgado de Campbell (Daniel Cosgrove),un tipo al que conoció en un gimnasio y que huele a sacacuartos desde kilómetros de distancia; Lily sale con Max (Johnny Whitworth, Ghost Rider), un artistilla moderno que no parece tener muy claro el significado de “monogamia”; y Shelley acaba de terminar una cita a ciegas  con Jason (Adam Harrington, L. A. Noire), un tipo que habla todo el rato de si mismo en tercera persona porque la primera no da para abarcar su desmedido EGO. En el caso de esta última, que la cita haya salido rana (o sapo) casi le viene hasta bien, porque está en plena carrera de Medicina y los estudios le dejan tan poco tiempo que hace más de un año que no queda con la panda.

El fracaso de la cita deja de venirle tan bien cuando esa misma noche, mientras trabaja sobre un cadáver para estudiar anatomía, encuentra una tarjeta de San Valentín dirigida a ella… que en su interior muestra una macabra escena de alguien degollando a una mujer; cuando logra recuperarse del mal trago y vuelve a ponerse manos a la obra, una figura envuelta en un abrigo negro y luciendo una máscara de Cupido (¿o es un querubín?) aparece de repente en la morgue y, tras acorralarla en una de las salas de cadáveres, la mata exactamente como mostraba la tarjeta sobre una de las camillas.

Esto del "varonismo" se está yendo de madre muy rápido, me parece a mí.

¿Tarjetas de San Valentín con amenaza de muerte incluida? ¿En serio? ¿De verdad hay mercado para esta mierda?

El funeral de Shelley reúne a las cuatro amigas restantes en torno a su féretro, y también atrae la presencia del detective Leon Vaughn (Fulvio Cecere, que es canadiense a pesar de tener un nombre perfecto para aparecer en giallos setenteros), el encargado de investigar su muerte, al que las chicas dirigen hacia el narcisista Jason como sospechoso más probable. Poco después, tanto Dorothy como Lily reciben sus propias tarjetas siniestras de San Valentín (y la de la pobre Lily, además, con una sorpresa de lo más repugnante incluida en el lote), mientras que Kate encuentra en el ascensor de su edificio la máscara de querubín (¿o es Cupido?). La única pista de quién puede estar enviando estos desagradables mensajes de San Valentín está en la firma de la tarjeta de Lily: JM.

¿JM? ¿De qué les resultan familiares esas iniciales? A Paige y Lily les lleva un tiempo recorrer una nutrida lista de ex novios que podrían corresponderse con esas letras antes de que se les encienda la bombilla con la chispa de un viejo recuerdo. Hace trece años, cuando todavía no eran ni preadolescentes, las cinco amigas tenían entre sus hobbies el cachondearse del friki perdedor de su clase, un chaval flacucho y gafotas llamado Jeremy Melton (o Merton, según lo pronuncian en la versión doblada); el día del baile de San Valentín de su clase, Jeremy les pidió bailar a todas, siendo rechazado con crueldad por Shelley, Paige y Lily (y con bastante más amabilidad por Kate) para acabar intentando abusar de Dorothy, lo que le valió una humillante (y merecida) paliza por parte de los abusones de la clase y su internamiento en un reformatorio. Lo gracioso es que, a la luz de lo ocurrido con Shelley, Dorothy tiene algo que confesar: en realidad ella fue la que quiso enrollarse con Jeremy porque nadie más la hacía caso por estar gorda, y dijo que la había atacado para que los matones de la clase no se rieran también de ella. ¿A que la situación pinta fea? Pues esperad a que Kate, como buena periodista, husmee su ficha médica y descubra que del reformatorio pasó a una prisión y de ahí a un psiquiátrico… ¿A que ya es para echarse a temblar?

Hubiera sido una manera poética e ingeniosa de llamarle "orco" a la cara.

Lo más insultante que podría haber hecho el asesino aquí es tararear la BSO del Señor de los Anillos mientras disparaba a su víctima.

Pues parece que las protagonistas no acaban de asumirlo, porque lo siguiente que hacen es ir con sus respectivas parejas a ver la última instalación de videoarte de Max, una especie de laberinto de imágenes erótico-festivas que se presenta como una reflexión sobre lo que significa San Valentín (y que en realidad representa mejor la intención del artistilla de epatar a la audiencia más conservadora y cazar de paso una jugosa paguita). Mientras visitan la intrincada instalación, Lily tiene una discusión con Max por su nada velada intención de involucrarla en un trío con una compañera de galería y se interna en el laberinto… sin darse cuenta de que por ahí acecha la figura de la máscara de Cupido/querubín (¿o es las dos cosas a la vez? ¿mitología crossover?), y pretende hacer honor a su imagen con ella de blanco.

La muerte de Lily pasa desapercibida a sus amigas, que creen que ha vuelto a Los Ángeles, pero aún así Kate no es capaz de relajarse: cree que el que dejó la máscara en su ascensor  entró en su piso, y la noticia de la liberación de Jason por falta de pruebas no ayuda a disminuir sus miedos. Con todo, su progresiva reconciliación con Adam, que jura que está intentando dejar la bebida, va moderando sus temores… hasta que el detective Vaughn le informa a ella y sus amigas de que no disponen de foto alguna de Jeremy más allá de la edad con la que entró al reformatorio; esto es, con los años que han pasado, y la posibilidad de que se haya sometido a cirugía plástica, Jeremy podría ser cualquiera. Y, sea quien sea, está muy ocupado apiolando a objetivos secundarios de cara a su premio final: las tres amigas, en la fiesta de San Valentín que Dorothy organiza en la mansión de su rico padre.

Y si la sinopsis os ha recordado a ratos más a una temporada de Sensación de vivir o Melrose Place que a un slasher… Pues no me extraña nada, la verdad.

Yo prefiero volverme con Harry Warden

Nota: los fabricantes no se responsabilizan de que tu pareja te mande a tomar por culo después de dárselos.

¡Bombones con sorpresa viva! ¡El último grito como regalo de San Valentín en Los Ángeles!

Cuando fui a ver al cine Un San Valentín de Muerte, creo recordar que rondando los 23 años (y una terrible crisis depresiva que me dejó hecho una mierda semifuncional durante casi otros dos), esperaba ver una chorrada derivativa de Scream con muchachas de buen ver, algunas muertes molonas y un final sorpresa típico del género slasher; que lograra defraudar tan magras expectativas lo cuento casi como un mérito de la película, salvo porque trasluce una grave incompetencia por parte del director (Jamie Blanks), de los cuatro (!) guionistas (Donna y Wayne Powers, Gretchen J. Berg y Aaron Harberts), del diseñador de producción, del compositor de la banda sonora, y hasta del encargado del cátering de rodaje. No, no es Dragonball Evolution, pero sí que es un filme malo, malo hasta decir basta.

Vale, tal vez exagero: en el plantel de gente guapa, tanto para ellos como para ellas, no anda falto de opciones (aunque, vista aquí, Denise Richards me parece algo delgada de más), y algunos de los asesinatos tiene hasta su gracia, como la efectista muerte de Lily o la contundente manera en la que el asesino se ocupa del vecino siniestro de Kate cuando le pilla probándose su ropa interior; sin contar el esfuerzo que se toma el asesino en acabar con las integrantes del grupillo protagonista de maneras que invoquen la justicia poética;  haciendo referencia al modo en el que cada una le rechazó.

Pero unos pocos aciertos no sirven para distraer de los problemas fundamentales de los que adolece el título, siendo el más grave de ellos su empeño en meter insertos cómicos que no congenian ni de casualidad con la trama principal. Todas estas partes cómicas consisten en presentar a todos los hombres que salen en el metraje como una colección de babosos, acosadores sexuales, tarados, y borderlines en general; el quinteto protagonista, en comparación, casi merece la santidad, y eso que vienen a ser la versión crecidita de las infaustas Heathers y que una de ellas mandó a un chico inocente al reformatorio. Como resultado, cuando el metraje no está ocupado en las correrías del asesino da la impresión de que estamos viendo una especie de Sensación de vivir, la nueva generación o Sexo en Nueva York: Aquellos maravillosos años, y acabamos por suplicar al asesino que acelere el ritmo y acabe con toda esa pandilla de mónguers lo antes posible.

Y por eso debéis ser amables con los frikis feúchos de clase: nunca sabéis quién va a crecer para convertirse en un psychokiller.

Más o menos en este fotograma podemos ver cómo el corazón de Jeremy Melton se rompe. Su cordura empezaría a hacer lo propio un ratito después.

Y hablando del asesino, en él reside otro de los problemas, o más bien en la irregularidad de sus crímenes. Junto con asesinatos tan dignos como el de Lily o el vecino de Kate, encontramos otros de los más simplones, como el del infortunado Campbell, y algunos más en los que la estupidez de las víctimas rompe la suspensión de la incredulidad. Por ejemplo: Shelley, teniendo un bisturí a mano, se intenta ocultar del asesino en una bolsa de cadáveres en vez de intentar emboscarle. Otro ejemplo: una víctima, huyendo del asesino, tiene delante una ventana de vidrio coloreado y, en lugar de atravesarla a lo bruto (y, de paso, llamar la atención de la multitud que está de fiesta en esa mansión), se oculta en una sauna, dejando así que el asesino la acorrale.

Acabemos por decir que el clímax de la película es de lo más tontaina, con una Kate a la que el verdadero asesino engaña como una mema, y que el detalle que delata a éste en el final sorpresa está mal copiado de Solos en la oscuridad, y tenemos que concluir a la fuerza que Un San Valentín sangriento es una pérdida de nuestro tiempo y dinero (o ancho de banda, según cómo la consigáis). Si queréis terror apropiado a esta época, encontrad la versión íntegra de My Bloody Valentine, que ni Harry Warden ni los humildes mineros de Valentine Bluffs despiertan tanta vergüenza ajena como los mongolos de este filme.

Menos mal para buena parte de los actores de este engendro que encontraron alternativas en la tele, que si no…

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