lunes, 3 de febrero de 2014

Manhunter: la semilla que plantó el doctor Lecter

Bonita semana la que acaba de concluir, sí señor; y cuando digo “bonita”, quiero decir que es difícil hacerla más putamiérdica. Primero sufrí un empacho que me impedía comer con normalidad, luego mareos a causa de dolores cervicales (que, por cierto, aún no han remitido del todo), luego vino ese impúdico show que se dio en llamar “convención nacional del Partido Popular”, más tarde un temporal de los gordos arrasó la zona turística de mi ciudad natal, la fea sombra de la sospecha volvió a planear sobre Woody Allen, y Philip Seymour Hoffman apareció muerto por sobredosis en su casa. Ah, y a una mujer en Valladolid le provocaron un derrame cerebral a porrazos por manifestarse contra la caterva de golfos que nos gobierna, pero eso sólo lo leeréis en Twitter, que mencionarlo en los medios no contribuye a la Marca España.

Menos mal que aún nos quedan pelis que ver y juegos a los que jugar; que sí, que como consuelo es más bien débil, pero es mejor que nada. Además, ¿cómo esperamos enfrentarnos a este poder insensible, cruel y estúpido que nos domina si no tenemos momentos en los que descansar el cuerpo y la cabeza? No es que desde este blog vaya a presumir de hacer la revolución, ni siquiera de ayudar a hacerla, pero viendo como está el mundo no faltan ganas de olvidarse de él por un rato para no verse desbordado por su iniquidad; y si en algo es especialista este blog es en ofrecer alternativas más o menos válidas para ello. Por ejemplo: ¿cuántos sabíais que hubo una adaptación de las novelas de Hannibal Lecter anterior a El silencio de los corderos? Porque la hubo: se llama Manhunter, fue uno de los primeros filmes como director de Michael Mann, y hoy vamos a sumergirnos en ella.

Pensar como ellos, sentir como ellos, grillarse como ellos

 Venga, Jack, cuéntamelo. Total, ya me has amargado la jornada para los restos...

“Hace un buen día, ya verás cómo viene alguien y lo jode”. Mi ex jefe, para más señas.

Will Graham (William Petersen, el inigualable Grissom de CSI Las Vegas) era uno de los mejores perfiladores psicológicos que jamás ha tenido el FBI, pero para él eso es cosa del pasado; hoy en día no quiere otra cosa que dedicarse a su mujercita, Molly (Kim Greist), y a su churumbel, Kevin (David Seaman) en su casita junto a la playa de Florida, navegar por el mar con su barquito, y hacer un cercado para que las crías de tortuga cuyos huevos reposan en la playa puedan eclosionar en paz sin preocuparse de que sus depredadores decidan cepillárselas. Tan radical cambio de vocación, que puede parecer de lo más moñas a primer golpe de vista, tiene sus razones: Will tenía un talento tan marcado para meterse en la mente de los criminales a los que cazaba que le estaba empezando a pesar en su cordura, y tras la investigación que le llevó a capturar, casi de puro churro, al doctor Hannibal Lecktor (no, no Lecter: Lecktor), en la cual sufrió graves heridas a sus manos (y no sólo físicas), decidió que era hora de dedicar su vida a menesteres más relajados.

Pero tener un talento como el de Will Graham es como ser un añoso as de las pistolas en un western: siempre hay alguien que viene buscando sacarte de tu retiro por culpa de ello. Alguien como el viejo jefe de Will en el FBI, Jack Crawford (Dennis Farina, el entrañable tío Avi de Snatch, cerdos y diamantes y eterno poli de la ficción estadounidense), quien llama a su puerta con una petición de las que cuesta rechazar. Resulta que dos familias han sido asesinadas en sus casas en las dos últimas lunas llenas a manos de un asesino al que los agentes de la ley han dado en llamar “el Hada de los Dientes” por su costumbre de morder a sus víctimas post-mortem; la oficina no consigue dar con el culpable, y Crawford cree que sólo alguien como Will puede entender lo bastante bien al monstruo que hizo eso como para averiguar cómo y por qué hace lo que hace y, con un poco de suerte, encontrarlo y detenerlo. Pese a sus reticencias iniciales, a Will sólo le hace falta una tarde de reflexión y una noche de consulta con su legítima en el lecho conyugal para decidirse a volver al turrón.

 JAJAJA vale, fuera bromas: el que ha hecho esto es un puto enfermo y se masturba con fotos de señoras en batamanta.

Mi teoría: la señora de la limpieza les crujió después de ver la que habían armado con su última guerra de ketchup. No la culpo por ello.

Y en cuanto lo hace, no tardamos en ver por qué Crawford tenía tanto interés en solicitar su ayuda. Por un lado, la visita de Will al último escenario del crimen (en solitario, para no distraerse de su inmersión en la mente del asesino) nos revela a los espectadores la verdadera magnitud de los crímenes… y es de las GORDAS; no hay más que ver el dormitorio conyugal, fumigado de sangre hasta el alicatado del techo, y escuchar en voz del propio Graham el truculento informe forense para darnos cuenta de que el asesino no tiene nada que envidiar a psychokillers del calibre de Henry Lee Lucas (el cinematográfico claro; el real es otra historia). Por otro, Will es capaz de darse cuenta, con sólo ver un residuo de polvo de talco que no se corresponde con la presencia de un envase del mismo en el baño del matrimonio, de que el asesino se quitó los guantes que usaba para tocar a su víctima femenina: una llamada a Crawford, y los forenses del FBI no tardan más que unos minutos en hallar una huella en el cadáver de la mujer.

Sin embargo, tal éxito no es suficiente: la huella no se corresponde con nadie que esté fichado en las bases de datos del sistema criminal. Para colmo, la implicación de Graham en el caso ha atraído la atención de un viejo y odiado conocido, el reportero sensacionalista Freddy Lounds (un Stephen Lang a muchos años –y horas de gimnasio- de sus papelazos como machote militar en Avatar y Terra Nova), quien tuvo la ruindad de sacarle un posado-robado a Will cuando estaba convaleciendo de las heridas que le provocó Lecktor en el hospital, y que ahora intenta sonsacarle datos de la investigación acosándole  en plena calle: ¿quién puede culpar a Will Graham cuando le hace un súplex contra el parabrisas de un coche y le advierte, en términos más finos, que están volando hostias y Freddy tiene una cara de aeropuerto que no puede con ella?

 ¡AH, Y TERRA NOVA ERA UN CHUFA DE SERIE, Y POR ESO DURÓ UNA TEMPORADA! ¡NO PORQUE FUERA UNA OBRA INCOMPRENDIDA COMO FIREFLY!

¡COMO VUELVAS A CONTARME QUE TÚ ERAS EL VERDADERO HÉROE DE AVATAR, TE VOY A SOLTAR UNA HOSTIA QUE SE TE VAN A SALIR LOS ESTEROIDES QUE TOMAS POR LAS PUTAS NARICES, PAYASO DE MIERDA!

Encuentros desagradables con la prensa canallesca aparte, a Will le ha llegado el momento de reconocer que no está sacando suficiente de la escena del crimen, y que necesita un empujón extra: el que le puede dar alguien como su némesis, el doctor Lecktor. La razón que Will ofrece al buen doctor (Brian Cox, a quien en estos lares recordamos por su memorable papel de villano principal en Manhunt) para visitarle es consultar sus opiniones como psicólogo y como asesino en serie, pero a Lecktor no se le escapa que Will también pretende volver a despertar del todo sus capacidades, algo oxidadas por el retiro. Entre intentos de jugar con su mente y de obligarle a admitir que ambos se parecen más de lo que desea reconocer, Will logra sacar a Lecktor una confirmación de algo que él sospechaba: que el asesino pasa tiempo observando a las familias antes de atacar, ocultándose en sus patios traseros durante horas y eliminando a sus mascotas para que no les delaten.

Claro que visitar a Lecktor es de esas acciones que se cobran un alto precio, y no sólo en la cordura de nuestro protagonista. El buen doctor nunca ha olvidado (ni perdonado) que Will cortara en seco su carrera criminal, y su interés por deducir dónde vive ahora su archienemigo por el olor de su aftershave no augura nada bueno… y menos aún cuando se las arregla, con cuatro llamaditas y una buena dosis de manipulación digna de Frank William Abagnale, para averiguar su dirección civil. Y aunque no os lo creáis, la cosa todavía puede ponerse más chunga: durante un registro ordinario de la celda de Lecktor, los celadores encuentran oculta en un libro una nota, escrita en papel higiénico, que sugiere que el Hada de los Dientes mantiene correspondencia con el doctor como “ávido fan” y émulo de su “trabajo”. Si cogemos todas estas piezas juntas, podemos inferir que la familia del agente Graham  acaba de entrar en la línea de fuego del psicópata sin pretenderlo; claro que, al enviar una nota en la que explica a Lecktor sus motivos, el asesino ha abierto su guardia, ofreciendo a Will y su equipo detalles sobre sus motivos que éstos pueden aprovechar para avanzar la investigación. ¿Será suficiente para atraparle antes de que vuelva a matar, o la próxima luna llena volverá a teñirse de carmesí?

Antes de Aaron Hotchner y Gil Grissom, estuvo Will Graham

Más me vale que este psicópata me cruja, o mi señora va a matarme por hacer esto. Lenta y dolorosamente, añado.

Llega un momento en la vida de todo superpoli en el que tiene que hacer una entrada al estilo de los Tres Mosqueteros: ¡DE CABEZA POR LA PUTA VENTANA!

Os podría hablar de cómo esta película, tercera de Michael Mann como director de cine tras una exitosa gestión como productor de Corrupción en Miami, un filme policíaco con James Caan (Ladrón) y una adaptación de La fortaleza de F. Paul Wilson, hace gala de las manías de artista que han acompañado, para lo bueno y para lo malo toda su producción desde entonces: ritmo pausado con puntuales explosiones de acción y violencia, personajes cuyos comportamientos sugieren más trasfondo de lo que el guión deja explícito sobre ellos, juegos de luces que a ratos podrían hasta pegar en una peli de Mario Bava o Dario Argento, una BSO evocadora y con las estridencias justas y necesarias (léase: pocas, pero bien situadas), y un villano por el que no puedes evitar sentir cierta comprensión. También podría decir que es ochentera a más no poder, con algunas escenas videocliperas al ritmo de power ballads que, contra lo que la sabiduría popular de la crítica acostumbra a dictar, encajan a la perfección en el contexto de la trama; ergo, que le jodan a la sabiduría popular y a los críticos anquilosados y viejunizados que la constituyen.

Os podría hablar de todo eso, pero lo que más me llama la atención (y de lo que más ganas tengo de hablar) es de lo que Manhunter se parece a una de mis series favoritas, Mentes Criminales, la cual a su vez no hubiera sido posible sin el éxito de CSI y sus investigadores forenses metomentodo; serie cuya primera encarnación, por cierto, no sólo protagonizaba el mismo actor que encarna aquí al prota, sino que tuvo como primer (y duradero) villano al mismo actor que encarna al Hada de los Dientes-Dragón Rojo, Tom Noonan. Esa condición de precursora del prolífico género televisivo del “policíaco procesal” (en inglés police procedural) es a la vez su mayor punto de interés y su mayor debilidad: mucho de lo que ofrece la trama del filme, y que contribuye a su estatus de peli de culto injustamente fracasada en la taquilla en su día, puede resultar al espectador moderno de lo más corrientito y manido, igual que la ingeniosa comedia de la serie Seinfeld ha llegado a permear tanto la cultura popular que sus capítulos han ido perdiendo la gracia. Apreciar en su totalidad los aciertos de su  reflejo del procedimiento que hay detrás de la caza de un asesino en serie implica acudir a ella con ojos de arqueólogo cinematográfico y tener siempre presente su condición de precursora.

¿Estás seguro de que el asesino no lleva guantes negros ni llama por teléfono a la gente con voz de asmático?

Will, cariño, no quiero asustarte, pero nuestros arrumacos parecen fotografiados por Mario Bava en pleno orgasmo lisérgico de color.

A los que logren adoptar ese estado mental les espera una jugosa recompensa, en forma de momentos emocionantes en los que Graham logra encajar otra pieza del puzzle y, con ello, acercarse más al asesino. Contado así puede parecer hasta ridículo, pero momentos como el que precede al clímax de la historia, en el que Graham por fin descubre la clave final para encontrar al Hada de los Dientes y espera la confirmación de su sospecha, mirando por la ventana a las luces de la gran ciudad mientras suenan triunfales acordes de sintetizador, funcionan tan bien como la posterior acción desatada que acompaña al asalto de la casa del asesino. Ver la película es darse cuenta de que auténticos putos amos de la investigación criminal como Gil Grissom, Lily Rush, Aaron Hotchner o Jake Malone deben mucho al hombre que capturó a Hannibal Lecter… o Lecktor, como se empeña en llamarle esta película.

Eso nos lleva a otro motivo para interesarse por la película: compararla con su más exitosa sucesora, El silencio de los corderos. Al margen de la calidad de ambos filmes, resulta divertido ponerse a tomar nota de las diferencias en cuanto a interpretación de los personajes y escenarios que tiene en común; por ejemplo si en la obra de Jonathan Demme el psiquiátrico parece un lóbrega mazmorra medieval, en Manhunter nos encontramos con un edificio moderno de paredes encaladas que resulta hasta intimidante en su neutra pulcritud, el baboso doctor Chilton de El silencio… es en la peli que nos ocupa un personaje mucho más neutro, y así sucesivamente. Y, desde luego, la diferencia más interesante es el propio Lecter-Lecktor: la interpretación de Cox opta, frente a la seductora y amenazante malignidad de Anthony Hopkins en El silencio…, por una mezcla de curiosidad y entusiasmo casi infantiles combinadas con una maldad imperturbable, determinada en destruir a Will Graham en cuerpo y mente. Cox, que se inspiró para el papel en el asesino escocés Peter Manuel, hace una interpretación más calmada que la de Hopkins, a su manera igual de terrorífica, y que logra convertir al psiquiatra caníbal en una presencia fantasmal durante toda la trama con sólo dos o tres escenas; si tenéis curiosidad por saber más sobre su participación en la peli, aquí tenéis una entrevista con él (en inglés) explicando los pormenores del rodaje.

Además, yo cocino mejor. ¿Cómo te crees que me las arreglé para servir carne humana a mis invitados durante años sin que notaran nada raro?

Nos parecemos más de lo que piensas, Will. Bueno, gustos culinarios aparte.

Hablando de actores, el resto del elenco no desmerece el trabajo de Brian Cox. Petersen equilibra bien el aspecto de determinado cazador de monstruos,  hombre perseguido por sus demonios internos y amante padre de familia que requiere el papel, y está igual de memorable hablando con su hijo de cómo capturó a Lecktor (una de las escenas más entrañables de una cinta más bien dura) que cuando tiene un “momento eureka” y farfulla para sí mismo un nuevo descubrimiento sobre el asesino y su modus operandi; Tom Noonan dota al asesino del grado requerido de patetismo humano para que comprendamos, sin que se nos cuente de manera explícita, los horribles traumas que le condujeron a convertirse en el monstruo que es, sin dejar de transmitirnos el profundo divorcio que su psique sufre respecto a la realidad; Kim Greist y, sobre todo, Joan Allen están maravillosas como contrapartidas románticas de ambos personajes, complementándoles al tiempo que dan pie a mostrar las cruciales diferencias que existen entre ambos; y Stephen Lang resulta maravillosamente baboso, untuoso y agresivo como Freddy Lounds, y fabulosamente patético y gimoteante cuando  el karma por fin le alcanza. ¿Y Dennis Farina? Bueno, el tío fue poli en la vida real, y aquí hace de jefazo del FBI, así que ¿de verdad creéis que no lo va a hacer bien?

Por cierto, que el elenco incluye a Chris Elliot, el entrañable Chris Peterson de Búscate la vida, en un papel serio como miembro del equipo de investigadores forenses que intenta cazar al Hada de los Dientes; sí, yo también me quedé a cuadros la primera vez que lo reconocí en una escena.

Para los que esperen gore, un aviso: no hay casi nada explícito, pero Mann da los detalles justos para que nos lo imaginemos… y es una de esas veces en las que sugerir funciona mejor que mostrar. Nunca llegamos a ver del todo lo que ocurre a las familias que el villano mata, ni lo que le pasa a Freddy Lounds, pero lo que se nos muestra y se nos da a entender (fotos apenas vislumbradas, un aséptico informe forense, apenas un segundo de una figura humana en llamas bajando por una cuesta en silla de ruedas) provoca un impacto duradero en nuestro cacumen. No es de extrañar que sus herederos espirituales en la tele, y en particular Mentes Criminales, adoptaran una óptica similar.

¿La serie de TV? Continuidad alternativa, como bien recalca su creador.

Me da igual lo que diga Thomas Harris: éste es mi final canónico para la historia de Will Graham y su cacería del Dragón Rojo.

En resumidas cuentas, ¿a quién le gustan las historias de procedimiento policial con asesinos en serie y los años 80? ¿Manos levantadas, please? Pues a vosotros os digo que ya tardáis en ver esta pequeña joyita. ¿Los demás? Bueno, si podéis poner a un lado vuestros prejuicios sobre los 80, y entender que esta peli sentó las bases y lugares comunes de las series y pelis sobre cazadores de psychokillers que vinieron después, es bastante probable que la disfrutéis.

Y ya que hablamos de Hannibal Lecter y de Will Graham, tengo que ver esa adaptación televisiva que les junta a los dos en plan Mentes Criminales. Una vez vea Breaking Bad, claro.

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