¡Ah, la Navidad! Época de reuniones familiares y empachos de turrón que casi cuentan como sobredosis, de buena voluntad y malos nervios a la hora de cuadrar nuestras cuentas para comprarle un “detallito” a nuestros seres queridos. Parado o no, el Pequeño Perdedor no es inmune al encanto (ni a los sinsabores) de estas fechas, así que el pasado día 22 cogió su coche y se tragó casi nueve horas de viaje contra lluvia, viento y nieve para pasar las fechas con su familia… y descubrió que, contra toda noción preconcebida, en Cantabria hace mucha más rasca que en Ciudad Real. Cosas de la humedad, supongo. Llegados los días de Nochebuena y Navidad (y el gozoso reencuentro con las bestezuelas adorables que son sus sobrinos, así como con su perro adoptado), Perdedor tuvo amplia ocasión de disfrutar con su familia de los diversos regalos que habían recibido, y de juegos para pequeños y mayores; sólo recibió un obsequio del gordo de rojo de la barba, pero cuando dicho presente es UNA IMPRESIONANTE CHUPA DE CUERO no es que haya mucho motivo (ni ganas) de quejarse, y menos cuando todavía queda por ver lo que recibirá el Día de Reyes.
Pero todas esas cosas no son más que añadidos superfluos al verdadero espíritu de la Navidad; una filosofía inculcada en nuestras cabezas, año tras año, por clásicos cinematográficos como Qué bello es vivir, La gran familia y Gremlins, y que nos recuerda que el verdadero sentido de estas fechas es compartir, dar cariño a nuestros seres queridos, y morir a manos de una destructiva horda de monstruitos verdes. Bueno, verdes o del color que sean, que lo mismo da un maníaco con cuchillo que un demente disfrazado de Papá Noel o un grupo terrorista tomando rehenes en un edificio de oficinas de Los Ángeles: lo que importa es que haya monstruos de por medio.
¿Dudáis? Entonces coged una taza de chocolate caliente, arrebujaos en vuestra manta favorita, y remontaos de mi mano a 1974, el año en el que un director canadiense llamado Bob Clark, que ya cobraba fama en el género fantaterrorífico gracias a películas como Deathdream/Dead of Night o Children Shouldn’t Play With Dead Things, creó prácticamente el género slasher tal y como lo conocemos mediante una película navideña nada típica: Black Christmas.
Nieve en los tejados, locos en el ático
¡Qué suerte, vienen a cantar a la fraternidad los Niños Cantores del Tirol!
La Navidad ha llegado al campus de una universidad norteamericana sin identificar, y en la fraternidad femenina Pi Kappa Épsilon están celebrando con una fiesta a lo grande el último día antes de volver con sus familias a pasar las vacaciones. Jóvenes como la modosa y responsable Clare (Lynne Griffith), la borrachina y sarcástica Barb (Margot Kidder, la Lois Lane cinematográfica original en Superman), o la nerviosa y preocupada Jess (Olivia Hussey) comparten risas y bebercio con invitados masculinos como el novio de Clare, Chris (Art Hindle, que años más tarde encarnó al atribulado padre divorciado de Cromosoma Tres), bajo la atenta y benevolente mirada de la patrona de la casa, la señora Mac (Marian Waldman), que comparte el amor por el levantamiento de vidrio en barra fija de Barb pero es más jovial en su disfrute de las bebidas espirituosas.
Qué lástima que, desde los primeros instantes en los que el filme entra en sus vidas, está claro que éstas van a ser las peores Navidades de la historia para las implicadas, porque no pasa ni medio minuto después de los créditos iniciales antes de que la cámara adopte el punto de vista de alguien de paso vacilante y respiración trabajosa de asmático. El amenazante desconocido espía a través de las ventanas encortinadas la fiesta de adentro antes de trepar al abandonado ático de la torre que corona la casa mediante un conveniente enrejado para facilitar el crecimiento de enredaderas. Las habitantes de la casa ni se empapan de esta intrusión, pero no tardan en notar la presencia del psicópata cuando éste llama al teléfono de la hermandad: las muchachas reciben con risas burlonas los jadeos y guarradas que el desconocido interlocutor vierte durante la llamada, pero cuando Barb decide responderle con unas cuantas coñas propias éste suelta una sonora amenaza de muerte que les corta en seco el rollo.
Así y todo, las chicas de la fraternidad todavía no se lo toman lo bastante en serio como para avisar a la policía, y se limitan a poner fin a la fiesta por la tardía hora y a retirarse a dormir… o, como en el caso de Clare, a preparar las maletas para marcharse mañana con su familia. Enfrascada en esta tarea, Clare escucha en su armario el maullido de Claude, el gato que hace las veces de mascota de la fraternidad, y se acerca a investigar… para convertirse en la primera víctima del psicópata, ahogada con una bolsa de plástico. Ignorado por las compañeras de la difunta, el demente traslada sin dificultad el cadáver al ático para que le haga compañía sentado en una vieja mecedora.
Es al día siguiente cuando las chicas de la fraternidad se dan cuenta de que algo va mal, gracias a la visita del padre de Clare (James Edmond), que acude a la fraternidad preocupado porque su hija faltó a la cita que tenían a la entrada del campus. Tras descubrir que el único rastro de ella en su cuarto son unas maletas a medio hacer, no pierden un segundo en acudir a la policía… para tener la desgracia de dar de lleno con el sargento Nash (Douglas McGrath), uno de los oficiales más cortos de entendederas que jamás ha atendido la recepción de una comisaría, y que quita importancia a su denuncia pensando que Clare debe de estar jugueteando por ahí con algún amante; al menos, hasta que el propio Chris acompaña a las chicas en una segunda visita y medio amenaza con partirle la boca al piesplanos descerebrado, momento en el que interviene el teniente Fuller (John Saxon, Pesadilla en Elm Street) para compensar la incompetencia de su subordinado e intentar investigar en serio la desaparición. Da la casualidad de que poco después aparece por la comisaría una madre preocupada porque su hija, una niña de trece años, tampoco ha vuelto a casa esa noche…
Mientras tanto, Jess tiene que lidiar con problemas personales más acuciantes, como el de confesarle a su novio Peter (Keir Dullea 2001: Odisea en el espacio), un brillante (y creído) estudiante de conservatorio, que está embarazada de él; el muchacho recibe la noticia con sorpresa y gozo, y empieza a hacer planes para dejar el conservatorio y formar una familia… hasta que Jess le comunica su decisión de abortar. Peter no está nada de acuerdo con esa idea, y menos con que Jess la haya adoptado sin consultarlo antes con él, y la justificación que su novia le ofrece (tener un niño en estos momentos arruinaría su futuro) no doblega su postura; de hecho, está tan escandalizado que acaba discutiendo acaloradamente con ella, y el estrés provoca que fracase estrepitosamente en un examen de piano que tiene horas más tarde… a lo que responde destrozando el instrumento en un ataque de ira. ¿A que empieza a parecer un sospechoso factible para ser nuestro inquilino del ático?
Volviendo a la investigación, cuando la policía y una serie de voluntarios, incluyendo a las chicas de Pi Kappa Épsilon, organizan una batida por el parque cercano en busca de Clare, la señora Mac se despide de sus protegidas indicándoles que esa misma noche se va a visitar a la familia. Cuando está sola y preparando sus maletas, un maullido que viene del ático llama su atención… y en el parque, alguien da la alerta de que ha encontrado algo…
El turrón con sangre (de universitaria) entra
A esta incauta su madre no le explicó que no se juega con las bolsas, que te ahogas.
Para ser el ejemplo primigenio del género que dio a nuestras pantallas La noche de Halloween, Viernes 13, Scream y un sinfín de títulos más, lo cierto es que Black Christmas aguanta bien el tipo. No pasa todos los días que yo me descubra tapándome los ojos por miedo al momento en el que el asesino entrará en plano a matar de un modo horrible a su víctima, pero eso es exactamente lo que me ha sucedido con las escenas de suspense de esta película. Como en los buenos gialli (género al que cabe considerar padre espiritual del slasher), Clark saca jugo al uso de la cámara subjetiva (hasta el punto de que el cinematógrafo de la película, Albert J. Dunk, es el que interpreta al asesino en esos planos) y del sonido de la respiración trabajosa del demente, apoyado por la siniestra banda sonora de Carl Zittrer (que consiguió darle su peculiar sonoridad… ¡atando tenedores, peines y cuchillos a las cuerdas de su piano!).
Clark no sólo maneja bien el suspense, sino que introduce elementos cómicos que alivian a ratos el tono sombrío de la trama sin diluirla, gracias a que sabe darles un giro siniestro a medida que avanza la película: por ejemplo, la borrachina y sarcástica Barb se revela como una alcohólica amargada, y el sargento Nash se pasa todo el filme siendo blanco de bromas para acabar como el único que puede avisar a la última superviviente que el asesino va a por ella en ese mismo momento. Los asesinatos, sin ser demasiado sangrientos para los cánones presentes, resultan terroríficos por su crueldad, empezando por el ahogamiento con bolsa de plástico con el que el psicópata abre su ola de crímenes; y hablando de este personaje, resulta interesante (si es acertado, o no, queda a elección de cada cual) que, al final del metraje, sigan siendo un enigma las razones por las que mata.
Por otro lado, la manera en la que la trama conspira para que el psicópata, y los cadáveres de sus víctimas, no lleguen a ser detectados hasta el final resulta a ratos algo forzada, en especial cuando antes del segundo asesinato la propia víctima avisa expresamente a las chicas de la fraternidad algo así como esto:
- ¡Ah, por cierto! En un rato me voy a pasar unos días con mis familiares, así que ignorad sin preocupación mi inesperada y sospechosa ausencia cuando el asesino me mate y oculte mi cadáver en un rincón de la casa. ¿De acuerdo?
De cuando un grupo de cantores de villancicos aparece a tiempo para distraer a la protagonista mientras ocurre otro de los asesinatos… mejor no hablar. Pase que es una convención del género que todos los posibles testigos de un crimen estén por casualidad mirando a otra parte cuando ocurre, pero aquí es demasiado descarado.
Tampoco está demasiado conseguido el intento del filme de proponernos un posible sospechoso en la figura de Peter; Keir Dullea compone a un personaje al que resulta creíble imaginar cayendo en una furia asesina a raíz de la situación con Jess, pero el primero de los crímenes ocurre antes de que conozca siquiera su embarazo, así que los momentos en los que la historia sugiere la posibilidad de que él sea el maníaco no cuelan. La falta de explicación sobre los motivos de éste último, como ya he dicho, puede ser para algunos el tercer punto débil de la película, como lo fue para los críticos que pusieron Black Christmas a parir cuando se estrenó.
Pero con fallitos y todo, sigue dando miedo y provocando tensión como ya quisieran centenares de películas hoy en día. De modo que, si en lo que queda hasta el día de Reyes os da tiempo, reunid a la familia una noche ante el televisor/monitor de ordenador (esa es la pega: salvo que sea bajándola por el eMule o alquilándola en un servicio de pelis, veo algo difícil conseguirla) y pasad un rato de miedo mientras reposáis el turrón y el champán que acabáis de tomar.
Ah, y que paséis una feliz Nochevieja. Hablando de lo cual, en cuanto publique esto yo me largo pitando a Liencres a comerme las uvas.
2 comentarios:
Lo que más me fraka de tus posts es que llego al final agotada y perdiendo información... porque lo peor es que molan, aunque sean tan largos :(
¡Dosifica, por Dios!
Qué curioso, el otro día estaba en la radio y me pidieron que recomendara una peli para estas fechas y dije esta jejeje.
Coincido con el comentario anterior, un pelín más cortas igual mejor, menos detalles de la trama de la peli quizás. Por lo demás... un gusto como siempre.
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