El final del verano llegó, y tu partirás… ¡EJEM! No es que el verano haya terminado ya, al menos técnicamente, pero septiembre siempre ha sido para mí un mes más otoñal que estival, por aquello de que era el tradicional comienzo de curso escolar. Y este año, es el último mes que trabajaré en mi empleo actual; a partir de octubre, vuelvo a hacer la ronda de reparto de CV, y a mantenerme a costa de Papá Estado y de mis ahorros. Deprimente, lo sé, pero es inevitable visto el horrendo clima económico que llevamos soportando desde que las hipotecas basura nos estallaron en la cara a principios de 2008. De hecho, ya va siendo hora de que sienta los efectos de la crisis después de tirarme dos años y medio arreglándomelas para esquivarla, ¿no?
Lo cual no quiere decir que no sea una mierda: lo es, y gordísima. Con todos los estreses y sinsabores que lleva consigo el trabajo, sentir que uno es útil y que tiene derecho a vivir de su propio esfuerzo no tiene precio. Lo que más me preocupa de volver otra vez al paro es que se me acabe yendo la pinza con la inactividad y la falta de contacto humano, y que mi depresión aproveche la mala temporada para hacerse fuerte en mi cabeza, dar un golpe de Estado y mandar a mi macilenta autoestima a la Escuela de Mecánica de la Armada, o su equivalente dentro de mi psique. No diré más, que esta metáfora ya se ha salido bastante de madre.
En momentos como estos, tengo una preocupante tendencia a pasarme los días volviendo la vista atrás y recordando con nostalgia los viejos buenos tiempos, aunque de buenos no les viera por aquel entonces nada. Y de una película que vi en aquellos viejos buenos tiempos (a mediados de la pasada década, cuando hacía mi posgrado) va el post de hoy. Para ser exactos, de una película que sería un puñetero clásico… si no tuviera un giro inesperado de guión que aún hoy, tras cuatro años, me provoca ganas de embestir a la pared más cercana repetidas veces.
Adivina quién viene a matar esta noche
Atención, pregunta: ¿quien abriría la puerta a un tío que llega de madrugada conduciendo un cacharro con el aspecto del que vemos en la foto?
“No dejaré que nada se interponga entre nosotras”: la angustiosa repetición de esa frase, pronunciada por una joven de pelo corto envuelta en una bata de hospital y con aspecto de haber disputado varios asaltos en un ring con un cenobita (Cécile de France, nacida en Bélgica; por alguna razón, este dato me mueve a la risa tonta), acompaña a los créditos iniciales de la película. Mirando a una videocámara que le apunta desde la pared opuesta a su cama, pregunta “¿Está grabando?” antes de comenzar a contar su historia…
Dicha historia comienza con ella corriendo, malherida y aterrorizada, por un bosque, para salir a paso de un coche que de pocas le atropella. Justo cuando ella golpea aterrorizada la puerta del conductor, suplicando ayuda… despierta para descubrir que tenía una pesadilla. Marie, que así se llama la muchacha, sólo estaba echando una cabezada durante el viaje con su amiga Alex (Maïwenn Le Besco, la diva alienígena de El Quinto Elemento) a casa de los padres de esta (Andrei Finti y Oana Pellea, respectivamente). Las dos son universitarias, y se dirigen allí para preparar los exámenes, ya que la propiedad en cuestión está en medio la nada, entre campos de maíz, y por tanto lejos de cualquier distracción que pueda apartar a las chicas de sus obligaciones académicas.
Por desgracia, estar lejos de cualquier distracción significa también estar lejos de pequeñas comodidades como las patrullas de policía o los vecinos que llaman al 112 cuando ven algo raro. Y no hay peor momento para estar lejos de dichos beneficios de la civilización occidental que cuando un tipo gordo y siniestro (Philippe Nahon, habitual villano del cine francés), con uniforme de un taller de reparaciones con la mascota más siniestra imaginable (una especie de cruce entre un smiley y Pacman, que no estaría fuera de lugar en los uniformes de la banda del Joker), decide aparcar su motocarro-fragoneta en las cercanías de la casa y entregarse a su vicio favorito: el sexo oral… con la cabeza cortada de una mujer.
Marie (izquierda) y Alex (derecha) son sólo amigas. Por eso cantan a dúo el Sarà perché ti amo de Ricchi e Poveri mientras viajan a la casa de campo.
Ajenas a la amenaza que ronda su destino, Marie y Alex llegan a la casa y van acomodándose en sus respectivos aposentos, mientras conversan sobre sus cosas: lo que van a estudiar al día siguiente, el chico con novia que le gusta a Alex, lo poco que hace Marie por ligar… Tras esto, Alex decide darse una ducha, mientras que Marie sale a tomar el aire, ve desde el patio de la casa a su amiga mientras se ducha, y se marcha a su habitación a escuchar reggae y masturbarse, dándonos así la explicación de por qué hace tan poco por ligar. Y, casualidades de la vida, mientras ella está en plena faena, por el camino de tierra que lleva a la casa se acerca un cruce de motocarro y fragoneta que nos resulta familiar, y que aparca ante la puerta justo en el momento en el que Marie alcanza el clímax. El sonido insistente del timbre despierta al padre, que acude a ver quién es el que les molesta a esas horas…
Y creo que no hace falta decir que a partir de ese momento comienza una noche de horror para todos los ocupantes de la casa. Pero sobre todo para Alex, a quien el terrorífico visitante se lleva en su motocarro-furgoneta, y Marie, quien logra colarse a bordo para intentar salvar a su amiga de un destino tan horrible que el sufrido por los familiares parece, en comparación, el cielo. ¿Logrará Marie proteger a Alex de ese monstruo?
Pero más importante aún, ¿lograrán Alexandre Aja y Grégory Levasseur que Dean R. Koontz no les demande por el parecido de la trama del filme a la de su novela Intensidad? Y ¿qué tendrán que sacrificar para conseguirlo?
Por un momento, creí que eras una gran película…
A Marie le encantaba el béisbol de invernadero.
Que conste en el acta lo siguiente: hasta el momento en el que pasa la marca de la hora y trece minutos (y 46 segundos, más o menos), Alta Tensión es un filme de terror ejemplar, aunque no muy original. El guión de Aja y Levasseur se las arregla en menos de veinte minutos para presentarnos a los personajes principales y hacernos empatizar (o, en el caso del asesino, justo lo contrario) con ellos, y dedica el resto del metraje al tenso y sangriento juego del gato y el ratón que se marcan Marie y el psicópata, apoyado por una banda sonora que sabe cuándo poner de los nervios al espectador.
Por supuesto, eso significa que el peso de la parte central del filme descansa en los hombres de Cécile de France y Philippe Nahon, quienes por suerte se sobran y bastan para llevar la carga. Parece mentira que Nahon estuviera harto de hacer de malo en el momento de recibir la oferta de Aja, porque lo hace de puta madre: basando su actuación más en los gestos que la palabra, logra contarnos (o sugerirnos) docenas de facetas de la depravación de su personaje. De France le pone un contrapunto perfecto como la heroína fuerte y decidida, aunque aterrorizada por el monstruo al que se enfrenta; una especie de Ellen Ripley más frágil, que no duda en meterse en la boca del lobo para salvar a la persona a la que ama, pero que a duras penas es capaz de reprimir el horror que le sube en forma de chillido por la garganta cuando se encuentra con las atrocidades que perpetra el monstruo. ¿Y Maïwenn? Pues para ser la damisela en peligro, y no poder hacer casi nada excepto sollozar de miedo durante casi toda la película, lo hace bastante bien, provocando angustia con sus gemidos cada vez que la vemos amordazada con una cadena de bici y atada con cadenas.
Y para placer de los aficionados al gore, la película no sólo cumple, sino que emplea efectos de maquillaje artesanales para representar la carnicería. Y no unos efectos cualquiera, sino los que elaboraba el mago del maquillaje Gianetto de Rossi, responsable de decenas de muertes horribles en los filmes de Lucio Fulci, el Padrino del Gore. La única excepción es la muerte de la madre, en la que si uno se fija es fácil notar que la garganta que corta el asesino está hecha de goma, pero el efecto global resulta más auténtico (y brutal) que si hubieran recurrido a CGI… más que nada porque, con el presupuesto de la peli, lo más seguro es que sólo les hubiera dado para usar CGI del más barato y poco creíble.
Hasta ahí todo bien. ¿Lo malo? Pues que, como he mencionado dos o tres párrafos más arriba, la trama está prácticamente calcada de Intensidad de Dean R. Koontz. Eso por sí mismo no sería tan terrible, si Aja y Levasseur hubieran contado con los derechos de la novela. Pero no los tenían, y de algún modo tenían que introducir suficientes diferencias como para evitar que los abogados de Koontz les quitaran hasta la camisa.
Al menos, esa es mi teoría, porque de otra manera no explico cómo fueron tan memos de arruinar su propia peli a partir de la hora y trece minutos (y 46 segundos).
… hasta que decidiste jugar a ser un filme de Shyamalan
Sorpresa, amigos: no soy más que un fragmento de la imaginación de otro personaje.
(PELIGRO: SPOILERS. SEGUID LEYENDO BAJO VUESTRA PROPIA RESPONSABILIDAD)
Tal y como yo lo veo, en algún momento de la escritura del guión Aja y Levasseur se dieron cuenta de que el parecido con la novela era demasiado grande, o bien estaban en negociaciones para conseguir los derechos y éstas quedaron rotas. Ante este dilema, a uno de ellos se le ocurrió:
- Vale, creo que ya lo tengo. Justo cuando parece que el asesino ha muerto y que Alex está a salvo… ¡descubrimos que el asesino era en realidad una personalidad alternativa de Marie! ¡Ella estaba tan obsesionada con su amiga que decidió matar a su familia por celos, pero como ella misma no se atrevía a hacerlo creó un alter ego maligno, para que cometiera los crímenes sin que ella tuviera que sentirse culpable!
Y el otro respondería:
- Très bien! ¡Vamos a dejar al M. Night Shyamalan ese como un aficionado del tres al cuarto a nuestro lado!
Y, como decían en Scooby Doo, hubiera funcionado de no ser por esos entrometidos jovenzuelos porque se les olvidó reescribir todo el guión para adecuarlo a este cambio. De modo que tenemos una película que, a partir de la hora y trece minutos (y 46 segundos), intenta hacernos creer que el asesino era Marie bajo la influencia de su personalidad malvada, sin plantearse justificar las dudas que eso plantearía:
- Si Marie es la asesina, ¿por qué ella está en la primera planta cuando el asesino inicia su ataque en la puerta de entrada?
- Si el asesino se marcha en su camioneta de la gasolinera en la que para en un momento dado, ¿por qué Marie sigue ahí cuando se ha marchado, llamando por teléfono a la policía?
- Si Marie nunca ha estado antes en casa de Alex, ¿de dónde coño ha sacado el motocarro-fragoneta de asesino en serie?
Así leído, puede parecer que esas preguntas se contestan fácilmente con el recurso del narrador no fiable, pero si esa era la intención de Aja la verdad es que la ejecución de esta técnica en la película es abominable. En ningún momento antes de la revelación tenemos motivo para pensar que Marie se está imaginando que ella misma está en otro sitio mientras el asesino comete sus crímenes; la sensación que transmite, más bien, es la de que el giro de guión es un pegote mal añadido a última hora. A partir del momento en el que aparece (recordad: una hora, trece minutos, 46 segundos), ni una última y brutal persecución entre Alex y Marie con sierra mecánica de por medio es capaz de salvar a la película de hundirse en la mierda.
Y es una lástima, porque hasta que pasa la marca de la hora y trece minutos (y 46 segundos) Alta Tensión es un verdadero clasicazo, y una excelente justificación para que Wes Craven eligiera a Alexandre Aja como director del remake de Las colinas tienen ojos. De manera que os dejaré con la siguiente moraleja: en cuando el temporizador del DVD marque el instante que llevo repitiendo como un papagayo durante toda la crítica, pulsad STOP. Os quedaréis con una película muchísimo mejor de lo que al final resultó ser, aunque os perdáis los créditos finales.
¿Y sabéis qué es lo peor de todo? Que conozco al menos otra película, española para más inri, que comete más o menos la misma metedura de pata.
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