martes, 9 de diciembre de 2008

Frankenstein, o el moderno Prometeo con tornillos en el cuello

Aunque este domingo me tocara currar y mi propósito de incrementar las horas de sueño que duermo (por recomendación del doctor que me hizo el chequeo médico de la empresa) fracasase miserablemente (de hecho, tuvo algo que ver en este pequeño retraso), la semana pasada me ha ido mejor que la anterior. Para empezar, el frío glacial de la semana pasada dio paso a partir del jueves a una temperatura que, aunque invernal, era bastante más cálida; eso, unido a la lluvia que la acompañó, me trajo recuerdos de mi (ahora) querida tierra natal. No es que tenga mucho que ver con nuestro tema de hoy, pero el caso es que me da fuerzas para hablar de esta adaptación de la novela de Mary Shelley, que se ha quedado grabada en el inconsciente colectivo como la versión por excelencia de esta historia pese a su poca fidelidad al original.

Trasteando en el dominio de Dios sin red ni boina

They become great rock musicians, AAND-THEEIR-TIIME-IIS-RIGHT!

Dr. Stein grows funny creatures, lets them run into the night

Tras la advertencia de un sarcástico anunciante de que la historia que vamos a ver puede resultar terrorífica para algunos espectadores, los créditos iniciales dan paso a la escena de un entierro. Los familiares del finado lloran desconsoladamente, ignorando que desde la verja que rodea el camposanto les observan dos figuras: un hombre jorobado y con mirada de loco (Dwight Frye, de quien ya hablamos hace dos semanas) y otro, impecablemente peinado y de aspecto más cuerdo (Colin Clive), que le reprende para que vuelva a ocultarse. Después de que la comitiva fúnebre se vaya y el enterrador termine su trabajo, ambos saltan la verja y comienzan a desenterrar el cadáver... Pero no se trata de meros resurreccionistas; incluso si el espectador acaba de salir de un platillo volante y no tiene ni pastelera idea de quién puñetas era Mary Shelley, el comentario del hombre repeinado sobre que el muerto duerme esperando una nueva vida no puede sonarle normal; menos normal aún le parecerá que, tras intentar llevarse el cadáver de un ahorcado, desista porque el cuello se ha roto y eso ha dejado el cerebro inservible. ¿Para qué diablos quiere un cerebro?

Por supuesto, los que hemos mamado del género fantástico y de terror (y los que no), hace tiempo que sabemos que el hombre repeinado es Víctor Henry Frankenstein, brillante estudiante de medicina con peculiares (y peligrosas) ideas sobre la capacidad de la ciencia de devolver la vida a un cadáver, pero el metraje tardará en decírnoslo; después de todo, en los años 30 todavía se podía mantener algo de suspense sobre esta historia.

Volviendo a la trama, esta nos traslada a la Universidad Médica de Goldstat; en concreto, a la clase del doctor Waldman (Edward van Sloan, que interpretaba a van Helsing en Drácula), antiguo mentor de Henry, que está explicando a sus estudiantes la diferencia entre un cerebro normal y otro anormal, perteneciendo este último a un criminal. ¿Quién créeis que aparece en cuanto termina la clase y cae la noche aparece para robar el cerebro normal? ¿Y quién creéis que, sobresaltado por un ruido, lo deja caer, y decide salvar los muebles cogiendo el cerebro anormal? Si vuestra respuesta es Igor, siento deciros que prueba no superada: aquí el jorobado se llama Fritz, pero eso no cambia las desastrosas consecuencias futuras de sus actos.

Mientras tanto, la prometida de Henry, Elizabeth (Mae Clarke), se muere de preocupación por la obsesión de su amado por sus misteriosos experimentos, y confía sus cuitas a Victor (John Boles), el mejor amigo de la pareja. Ella acaba decidiendo visitar al doctor Waldman, pero no sin que Victor se ofrezca a acompañarla. Así, los dos escuchan por boca del anciano doctor que el bueno de Henry tenía la peregrina aspiración de crear vida a partir de cuerpos muertos; que incluso había pedido a la Universidad que le proporcionara cadáveres; y que el rechazo ante sus propuestas era lo que le había conducido a dejar la institución y refugiarse en un molino abandonado, presumiblemente para continuar con sus siniestros trabajos. Alarmados por el relato, Elizabeth y Victor emprenden la marcha hacia el lugar junto a Herr Waldstein.

Y su visita no podría ser más (in)oportuna, porque justo esa noche es la que Henry ha elegido para intentar dar vida a su creación. Aprovechando una violenta tormenta que azota en ese instante la zona, el doctor pretende usar una antena para atraer uno de los rayos y someter al ser a una descarga eléctrica lo bastante fuerte como para activar su sistema nervioso, entrando en su cuerpo a través de los tornillos que luce a ambos lados de su cuello. La inesperada llegada de su prometida, su amigo y su antiguo profesor le resulta al principio inoportuna, pero acaba por franquearles la entrada para que puedan contemplar su éxito. Tras explicarles que, en pocas palabras, quiere igualarse a Dios creando vida como Él la creó, Henry Frankenstein ultima junto a Fritz los preparativos del experimento y eleva a través de un tragaluz la camilla donde reposa su "obra". El rayo impacta en el receptor, la electricidad recorre el cuerpo, y al bajar la camilla todos pueden ver que la mano derecha de la criatura empieza a moverse. Triunfal, Frankenstein comienza a gritar: "¡Está vivo!"

Y como es de esperar, a partir de ahí todo va a peor para los implicados. Claro que cuando uno es un científico megalómano lo raro es que las cosas vayan como estaban planeadas.

No es malo, sólo está confundido... y mata a gente sin querer

¡A ver ahora cómo hago para que se esté quieto mientras le cortan las uñas!

¡Coño, se me olvidó hacerle la manicura!

El éxito de Drácula permitió a Carl Laemmle no sólo producir nuevas películas de terror, sino hacerlas con bastante más presupuesto. Y eso, en Frankenstein, se nota a leguas. A pesar de basarse en una versión teatral y de haber sido adaptada a la pantalla por John L. Balderston, al igual que el filme previo, la película no da en ningún momento la sensación de "obra de teatro filmada" que tanto daño hacía al primer filme. El director, James Whale, se atreve incluso a realizar travellings, siendo uno de los primeros directores en emplear este recurso cinematográfico.

Respecto al filme protagonizado por Béla Lugosi, es también admirable el descenso en el nivel de sobreactuación. Salvo el personaje de Fritz, que por su propia naturaleza requiere de una buena dosis de histrionismo, y el doctor Frankenstein cuando habla de sus sueños megalómanos, los demás actores resultan bastante más naturales que los del filme de Tod Browning; sobre todo Edward van Sloan, que le da un toque de sabio sarcástico a su doctor Waldman, y Frederick Kerr, que interpreta al barón Frankenstein (padre de Henry) como si fuera un antepasado lejano (y algo menos cruel) del doctor House, llevándose el honor de soltar alguna de las frases más divertidas de la película.

¡Pero un momento!, gritaréis indignados. ¿Qué pasa con Boris Karloff? No os preocupéis, no se me ha olvidado. Lo que pasa es que el actor británico merece un capítulo aparte. Con el limitado papel que le daba el guión (ser un humanoide gigantesco, retrasado e incapaz de hablar), Karloff logra inspirar desde el primer momento una mezcla de lástima, simpatía y temor ante la descontrolada fuerza que el monstruo puede desatar con su ira. Es una lástima que en otros retratos del ser (como en una serie de novelas escritas por Jean-Claude Carrière) se le haya presentado como un cruel asesino, porque el personaje es mucho más interesante tal y como lo interpretó Karloff a las órdenes de Whale. Sobre todo porque, al final, la película cuenta la historia de su tragedia, la de un ser inocente y primario que sólo mata en respuesta a las agresiones externas, como es el caso de Fritz, o por puro y simple accidente, como en la escena de la niña; este no sólo es unos de los grandes momentos del cine de terror (sólo comparable a la escena posterior, en la que su padre lleva su cadáver en brazos por entre una multitud de aldeanos de fiesta que instantáneamente dejan de jolgorear), sino que en la edición en DVD viene restaurada en todo su triste y macabro esplendor después de verse cortada en el estreno original (lo que tuvo el irónico efecto de que la muerte de la niña resultase mucho más brutal y horrible en la imaginación de los espectadores: ¡el pobre monstruo era incomprendido hasta por su audiencia!).

En favor de la película también hay que decir que los efectos especiales son bastante dignos para la época, y ni siquiera resultan falsos a ojos modernos. Momentos como la tormenta que azota el escondrijo de Henry Frankenstein o el incendio que cierra la película resultan creíbles incluso en esta época de CGI hasta en la sopa, y el maquillaje de la criatura... bueno, es la primera imagen que hasta un niño de teta asocia con la palabra "Frankenstein", así que ¿para qué decir más?

Eso no quita para que sea un film viejillo, y que su capacidad para aterrorizar nuestros hastiados corazones del siglo XXI sea más bien tirando a nula. Pero, gracias a Dios/James Whale/Boris Karloff, sigue siendo interesante y amena de ver cuando uno tiene el día culto y arcaico.

6 comentarios:

El chache dijo...

Grandisima pelicula.
It´s alive... It´s alive... In the name of God.
Genial.
Un saludo

Anónimo dijo...

Esta si que es buena! y su secuela también.

Anónimo dijo...

¿ALGUIEN PUEDE DECIRME CÓMO CONSEGUIR ESTA PELÍCULA?

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