viernes, 16 de noviembre de 2007

Suspiria: érase una vez Darío Argento

Aunque mi intención inicial era hacer más críticas sobre videojuegos, todavía no he tenido ocasión por estar atascado con uno de los que pretendía tratar en principio, que es bastante difícil de terminar. De modo que decidí decantarme por tratar un rancio clasicón de la Super Nintendo casi desconocido en Occidente. Pero volvía a tener un problema: mi mente cuadriculada tenía que tratar antes sobre sus fuentes de inspiración. Por suerte, dichas fuentes son dos filmes de uno de mis directores favoritos: Dario Argento. De modo que, en la actualización de hoy, toca hablar del primero de esos filmes, que es asimismo su obra maestra: Suspiria.


Bienvenidos a Argentolandia, un mundo de magia y horror

Advertencia: el siguiente texto está adaptado de la introducción un trabajo que hice años ha sobre Argento para Retórica Audiovisual, una optativa de Periodismo. Me gustó demasiado como para no reaprovecharlo (cambiando algunos detalles, claro está) La información que en él explico está sacada de varios (y muy recomendables) libros sobre el director italiano: Broken Mirrors/Broken Minds de Maitland McDonagh, Darío Argento o la alquimia del miedo de Salvador Bernabé, Profondo Argento - Retrato de un maestro del terror italiano (varios autores) y el ensayo sobre el director que el estudioso del cine Loris Curci escribió en Cine fantástico y de terror italiano. Para esta versión he añadido además datos sacados de IMDB y de la Wikipedia española

Cuando la crítica seria habla de cine italiano, piensa siempre en un primer momento en autores como Nanni Moretti o Roberto Begnini, entre los más actuales, o Bertolucci, Fellini, Pasolini y Visconti entre los clásicos. Los méritos de estos autores son bien conocidos y reconocidos por la crítica cinematográfica, con toda justicia. El problema es que, por el camino, se les olvidan otros cineastas, a los que desprecian y niegan su mérito por caer en el mayor pecado posible: hacer cine de terror. Tal vez también tenga que ver que a estos cineastas no les preocupan mucho las definiciones comúnmente establecidas (es decir, anquilosadas) de lo que es “buen cine”. Uno de estos autores merecedores de más reconocimiento del que tienen es Dario Argento.

Dario Argento nació en 1940 en Roma, hijo del productor cinematográfico Salvatore Argento y de la modelo brasileña Elda Luxardo. Desde pequeño fue muy aficionado tanto al cine como a las historias que le contaban sus padres y familiares, en especial su tía, que le relataba terroríficos cuentos para dormir (como se nota, por cierto, que la buena señora no tenía que aguantar al crío luego: yo intento eso con mis sobrinos y mi cadáver nunca aparece). Sus autores favoritos en su infancia fueron los hermanos Grimm, Hans Christian Andersen y Edgar Allan Poe; de ahí le vino la querencia por los ambientes irreales y mágicos y por la sangre. Su carrera comenzó como crítico cinematográfico para el vespertino romano Paese sera, cuando todavía era estudiante de secundaria. De escribir sobre cine pronto pasó a escribir cine (suyo es el tenso prólogo de Hasta que llegó su hora), y de ahí a ser asistente de dirección de Mario Bava y a dirigir sus propios filmes con el apoyo de su padre. Sus primeros trabajos estuvieron encuadrados en el giallo o policiaco sangriento italiano, al que regaló uno de sus lugares comunes más memorables: los títulos con animal incluido. Pero, a partir de 1977, y con la película que nos ocupa, amplió horizontes marchando hacia terrenos sobrenaturales, y por entre ambos cauces discurrió su carrera desde ese momento.

Para entender el cine de Argento, debemos empezar teniendo en cuenta un dato importante, que Marcos Ordóñez expresa con claridad en su ensayo para Profondo Argento: el mundo de los filmes del director romano no es el nuestro, es otro mundo “de esquinas afiladas, de perspectivas distorsionadas, de amenazas impalpables pero ultrapresentes: Argentolandia”. La narrativa de Argento sigue una lógica ajena a la narrativa tradicional, una lógica “infantil” (no infantiloide ni inmadura), poética: lo que le importa es la coherencia simbólica, lograr un efecto, y lo de menos es andar justificándolo. De ese modo, podemos ver a Argento como un “niño grande” que inventa sus propios cuentos de hadas, y los hace con la sangre y la violencia que conllevan en sus versiones originales. A esto se une su barroquismo conceptual, que me atreveré a describir como una improbable colaboración entre Góngora y Quevedo para la elaboración de un filme de terror (es decir, si no se ocupasen en intentar matarse el uno al otro antes), y su reinvención del espacio, relacionada con este barroquismo y dirigida a desorientar al espectador. De estos rasgos nace la irrealidad, la “fantasticidad” de su cine.

Su primer cine es heredero de Hitchcock (hasta le apodaron el "Hitchcock italiano"), pero otras influencias también presiden su carrera: Sergio Leone (amigo personal, del que heredará la tendencia a la abstracción argumental y la tendencia a adecuar el género a sí mismo), Michelangelo Antonioni (por citar de nuevo a Ordóñez, Argento hereda de él “la construcción de un territorio en el que todo es metáfora”) y Mario Bava (el primer maestro del terror italiano, cineasta de tintes góticos que inspirará el Barroco de las imágenes de Argento). De este último también hereda el tratamiento del asesinato; no en vano Bava fue el creador del “giallo”. En todos sus filmes, Argento retrata el asesinato con una cuidada puesta en escena, provocando la tensión minutos antes incluso de que se produzca el hecho. Nos muestra al asesino acechando a su víctima, persiguiéndola, y finalmente dándole muerte con crueldad. Llega hasta el punto de mostrarnos el hecho desde el punto de vista del asesino con el uso de la cámara subjetiva, que nos permitirá contemplar, fascinados y horrorizados, un hecho abominable como si fuéramos su perpetrador. Se ha achacado a Argento el regodearse en los crímenes, pero sus propios críticos en este detalle admiten que el mismo clima irreal de sus películas evita en último término que estas escenas nos “agredan” por encima de lo que podemos soportar.

Romántico negro, soñador de pesadillas, llamado “el Visconti de la violencia”, Darío Argento es todo un ejemplo de “cine de autor” sin las connotaciones que los críticos tradicionales implican al usar ese término (aunque él es gran admirador de Bergman, al parecer). La personalidad de sus obras trae como consecuencia que nunca deje indiferente a un espectador. Y en pocas de ellas como en Suspiria se manifiestan mejor sus obsesiones temáticas y estilísticas, como veremos a continuación.


Uno, due, tre, quatro... ¡Satán es nuestro señor!

Sobre unos créditos iniciales que tienen como fondo un agobiante y frenético tema de percusión, la voz de un narrador (en la versión original, el propio Argento) nos introduce en los antecedentes al más puro estilo de un cuento de hadas clásico: érase una vez una estudiante de danza estadounidense llamada Suzy Bannion (Jessica Harper, la musa de El Fantasma del Paraíso) que fue a estudiar en la prestigiosa Tanz Akademie de Friburgo. Una mañana cogió un avión en Nueva York y llegó a la ciudad alemana ya de noche. Y ahí es donde empieza la acción.

No se puede decir que Suzy (a la que, por cierto, el doblaje del DVD de Manga Video rebautiza como "Banner": ¿tratan de sugerir un parentesco secreto con El Increíble Hulk?) comience con buen pie su estancia en suelo alemán. Cuando sale del aeropuerto, se le viene encima literalmente una tempestad de viento y agua. A duras penas logra coger un taxi, cuyo hosco conductor no puede (o no se esfuerza en) entender sus indicaciones. Y cuando por fin llega a la academia, se encuentra una extraña escena: una joven de su edad sale por la puerta principal, gritando un galimatías de palabras difícil de entender (y que al estar en una película de Argento no cabe duda de que será clave en la trama) y huye por entre el diluvio. Para rematar la faena, cuando Suzy llama para que le abran la puerta, la chica que le contesta se niega a abrirle, y no le queda más remedio que volver al taxi y marcharse un hostal. Menuda nochecita, ¿eh?

Pues que no se queje, porque tampoco está tan mal si la comparamos con la de la joven a la que se encontró en la puerta. Tras correr campo a través (caen chuzos de punta, no lo olvidemos), la chica llega a un edificio de apartamentos de sospechoso (y desorientante) parecido con la academia y convence a una amiga para que la aloje por esa noche. De la conversación entre ambas se deduce que la primera ha sido expulsada de la academia, pero que no está muy infeliz por el hecho: al contrario, más bien parece aliviada de dejar atrás la institución. Sin embargo, es reacia a explicar las razones de su alivio a su amiga, pues hasta a ella misma le parecen absurdas e irreales. Cuando se queda a solas para secarse, no tardamos demasiado en descubrir que la chica tenía excelentes motivos para querer marcharse, y que no debería haberse quedado tan cerca de la academia...

A la mañana siguiente, Suzy por fin entra en la academia y conoce a sus ocupantes principales. En primer lugar, las representantes más importantes del profesorado: Miss Tanner (la veterana Alida Valli canalizando el espíritu de la señorita Rottenmeier), una de las profesoras más veteranas, y Madame Blanc (otra veterana de lujo, Joan Bennett, en su último papel en la gran pantalla), vicedirectora de la academia. A través de ellas, que atienden en esos momentos una visita de la policía, Suzy se entera de que la chica a la que vio salir de la academia anoche murió asesinada poco después por un maníaco (un maníaco con alas, como ya sabemos los espectadores), pero no es capaz de recordar más detalles que puedan servir a los agentes. Otros ocupantes de la academia con los que Suzy se cruza en su primer día son Daniel (Flavio Bucci, el hombre lobo de la mítica y bizarra serie La tía de Frankenstein), el pianista ciego, Albert (Jacopo Mariani, el niño de Rojo oscuro), el sobrino de Madame Blanc, y Pablo (Giusseppe Transocchi), el sirviente, una especie de semiorco con dentadura postiza que sólo habla en rumano. A la única que no conoce todavía es a la directora, que al parecer está de viaje.

Miss Tanner le lleva poco después a los vestuarios, donde tiene su primer contacto con sus compañeras, entre las que no tarda en encontrar un ambiente de camaradería y madurez. De ellas destacan Olga (Bárbara Magnolfi), que a instancias de la vicedirectora le ofrece alojamiento por un módico alquiler al no haber habitaciones libres en la propia academia, y Sara (Stefania Casini), que parece no llevarse muy bien con Olga y que no tardará en hacerse amiga de Suzy. Más tarde, ya instalada en casa de Olga, también conoce a Mark (Miguel Bosé... inserten su propia broma sobre Don Diablo, yo no tengo estómago para ello), con quien empieza a tontear con resultados bastante favorables. A primera vista, su primer día auguraría una gran estancia como estudiante de la prestigiosa academia; salvo por el detalle de que estamos en una película de Argento, y eso quiere decir que no tardarán en pasarle cosas muy desagradables.

Al día siguiente, los problemas comienzan cuando Madame Blanc informa a nuestra heroína de que ya tienen una habitación libre, y ella manifiesta su preferencia por vivir con Olga, lo que le atrae la velada hostilidad de Miss Tanner. Poco después, mientras Suzy va de una clase a otra, se cruza en el corredor de la planta baja con la cocinera y Albert. En ese momento... "algo" ocurre. En apariencia, sólo sucede que ambos la miran de manera severa y atenta, y le dirigen luz a la cara reflejándola en un triángulo de metal; la reacción de Suzy ante el golpe de luz, sin embargo, es la de alguien que siente un gran malestar (guiño-guiño). Durante la siguiente clase, Suzy intenta pedir a Miss Tanner un receso por sentirse mal, con el éxito esperable al tratar con un clon de la Rottenmeier, y se desmaya luego en plena rutina de baile, sangrando por nariz y boca. Todo eso provoca no sólo una visita del doctor local, que le recomienda tomar vino con las comidas para "reforzar la sangre", sino la mudanza forzosa de Suzy: Madame Blanc explica a la sorprendida joven que Olga tuvo la amabilidad de traer sus maletas apenas supo que se encontraba mal, pero algo me dice que lo hizo tras una "sugerencia" de la propia Blanc.

Como el día no es lo bastante pútrido todavía, aún se produce una inesperada infestación de gusanos que obliga a desplazar a las alumnas a las salas de baile del piso de abajo, habilitadas como dormitorios. Y cuando las luces se apagan, Sarah, que duerme al lado de Suzy, escucha algo que le sobresalta tanto que despierta al instante a Suzy para contárselo. Se trata de una especie de ronquido asmático, justo a sus espaldas, que Sara conoce demasiado bien: es el de la directora, que conoce porque una noche durmió junto a su habitación. Pero si es la directora, ¿por qué diablos las profesoras insisten en que está de viaje?

Y ese no es el único enigma al que Suzy y su nueva amiga se enfrentan. A la mañana siguiente, el perro lazarillo de Daniel ataca sin razón aparente a Albert y provoca con ello su despido; la ufana advertencia del pianista al marcharse de que él es ciego pero no sordo indica que no tiene la edición en Braille de Muerte en el Nilo. Además de eso, Suzy empieza a sufrir una fuerte somnolencia por las noches, que le impide hasta seguir el hilo de sus conversaciones con Sara sobre las cosas extrañas que ocurren en la academia; lo que no le impide es darse cuenta de que las profesoras, que se supone que viven en la ciudad, no salen del edificio por las noches, sino que dirigen sus pasos a otra parte de la academia...


¿Paranoia o magia? ¿O ambas a la vez?

Uno de los motivos por los que Suspiria es considerada por la crítica (por la que se toma la molestia de analizar el cine de terror sin mirar por encima del hombro) la obra cumbre de Argento es por la maestría visual de la que el director romano hace gala en la misma. La iluminación artificial que baña muchas de las escenas (azules, verdes, y sobre todo rojos), las composiciones de plano voluntariamente artificiales (objetos enfocados en primer plano mientras vemos otros desenfocados en segundo, y viceversa), las frecuentes apariciones de la cámara subjetiva y la utilización del mismo proceso de revelado que en El mago de Oz o Lo que el viento se llevó para dar más viveza al color ayudan a reforzar la irrealidad de este sangriento cuento de hadas moderno y, a la vez, hacerlo creíble al espectador. Apabullados por la inventiva y barroquismo visual del filme, es más fácil que pasemos por alto la falta de realismo de algunos efectos especiales (que en nuestra época actual de CGI a cascoporro resulta algo más llamativo que en el momento de su estreno) o las lagunas de su guión.

También es muy fácil que las muertes que se producen durante el metraje nos hagan saltar del sillón despavoridos. Gracias al trasfondo sobrenatural de la trama, que se va desvelando a medida que avanza la película (inspirado en la figura de la ocultista Helena Blavatsky y en Levana and Our Ladies of Sorrow de Thomas de Quincey), Argento tiene libertad para jugar con su cámara desde puntos de vista en apariencia imposibles, con el fin de pillar por sorpresa al espectador cuando llega el momento de que las víctimas reciban el golpe mortal de su asesino. Las escenas de los asesinatos son tan hermosas como terroríficas, y si no he querido describirlas aquí es porque gran parte de su potencia viene de verlas sin saber qué esperar de ellas.

En cuanto a los actores, no es que llamen demasiado la atención; de hecho, la mayoría de las alumnas de la academia (por ejemplo, la primera de las víctimas) no resultan demasiado creíbles. Jessica Harper, sin embargo, sí que logra dar la impresión de una chica normal atrapada en un escenario extraordinario o terrorífico, sin tampoco destacar demasiado. La que sí que destaca es Alida Valli, que domina las escenas como ese trasunto de la señorita Rottenmeier que es Miss Tanner: cuando abronca a Daniel por el incidente del perro y este se le pone respondón, tiene hasta el detalle de cambiar su cara de mala leche por una sádica sonrisa que le sienta a su personaje como un guante. Más comedida está Joan Bennett como Madame Blanc, pero igualmente creíble y digna.

Los diálogos entre las alumnas, como ya he mencionado antes, resultan inmaduros. Ridículamente inmaduros incluso, como cuando Olga y Sara se sacan la lengua la una a la otra como dos crías. Esto tiene su razón de ser: la idea original de Argento era que las alumnas de la academia no tuvieran más de doce años. Su padre, como voz del sentido común, le convenció de que subiese la edad de las víctimas potenciales, consciente de que su churumbel iba a atraer las iras de todo grupo censor a este lado del Atlántico. Pese a este cambio, Argento eligió no cambiar los diálogos en gran medida, tal vez como otra manera de reforzar la atmósfera de cuento de hadas sangriento de la película o la indefensión de sus protagonistas ante las fuerzas malévolas que las acechan.

Y ya que hablamos de las fuerzas del mal, detengámonos un momento en observar con atención el lugar donde habitan: la Tanz Akademie, un edificio de estilo arquitectónico peculiar (y que fue hogar del humanista Erasmo de Rotterdam, como advierte una placa en su fachada). Tanto en su exterior como en su interior dominan el rojo y, en menor medida, el dorado, en una combinación suntuosa y siniestra. Pero bajo la belleza de sus interiores, late un corazón de hedionda corrupción y maldad, del que la plaga de gusanos que infesta sus plantas superiores no es más que un síntoma. No es casualidad tampoco que los interiores del edificio de apartamentos que sirve de escenario al primer asesinato sean tan parecidos a los de la academia.

La única escena que desentona en la película es la visita de Suzy a un congreso de Psicología para entrevistarse con el ex terapeuta y amigo de Sara, Frank Mandel (Udo Kier). En un exterior soleado y moderno, Suzy se encuentra con dos posibles explicaciones para lo que ha vivido hasta el momento: la escéptica, enunciada por Mandel y la fantástica, ofrecida por su colega, el doctor Milius. Dejando de lado que la escena se metió con el expreso propósito de sacar en la película a Udo Kier, muy popular en Europa, ofrece el interés de oponer dos posibles interpretacioens de los hechos. Aunque está muy claro en todo momento que la de Milius está cercana a la realidad (estamos en Argentolandia, no lo olvidemos), los datos que poseen Suzy y el doctor Mandel bien podrían sostener la interpretación de este último. Sólo al final, cuando Suzy descubre qué significaban las palabras que escuchó de la boca de la muchacha asesinada (ese "detalle que no encaja" que está presente en casi todas las películas de Argento, y que obsesiona siempre a sus protagonistas), se revelará ante sus ojos la terrible verdad.

Y hasta aquí llega todo lo que puedo decir sobre Suspiria sin reventar sorpresas fundamentales de la historia. Si tenéis la sensibilidad (y el estómago) para disfrutar del cine de terror italiano, os esperan multitud de agradables sorpresas y sustos en los 94 minutos que dura.

Post-data: mi ex profesor en el Master de de Periodismo El Correo-UPV me ha honrado con un Premio Blog Solidario. Como corresponden a las reglas de este premio, ahora debo concedérselo a su vez a siete blogs de la misma manera. Va a ser un duro esfuerzo de cacumen, pero bien a gusto que lo haré.

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