viernes, 26 de octubre de 2007

Ong-bak: ha nacido una estrella

Tal y como me había figurado, la vuelta al hogar paterno y al World of Warcraft ha reducido mi productividad bloguera. Pero no temáis, que la semana tiene muchos días, y tarde o temprano uno de los mismos encuentro suficiente tiempo para postear una nueva crítica; y si no lo encuentro, mi sentimiento de culpa por tener un blog sin actualizar ya se encarga de espolearme a buscarlo, y no pasa nada. En este caso, toca una de las películas que visioné estando en Ibiza y que aún tenía pendiente de tratar: Ong-bak, carta de presentación en Occidente del héroe de acción tailandés Tony Jaa.


De especialistas suicidas está el Oriente lleno

De la cuidadosa y devota observación del cine de entretenimiento de procedencia oriental, una de las primeras conclusiones que se puede sacar es que sus especialistas están locos. Sí, ya lo sé: ¿qué especialista de cine no lo está? Hay que tener una importante pedrada, en forma de valor temerario, para trabajar simulando acrobacias mortíferas y cremaciones en vivo. Pero los de Oriente son (o al menos parecen) aún más extremos, y quien lo dude puede repasar la carrera de, por ejemplo, Jackie Chan y sacar sus propias conclusiones. Lo más destacable de los especialistas orientales es que, con mucha más frecuencia que en Occidente (o con más publicidad, por lo menos), se convierten en actores de pleno derecho y protagonistas de sus propios filmes: los productores orientales saben que una película de acción resulta más emocionante y creíble si los actores principales llevan a cabo sus propias escenas peligrosas y viven para rodar otro día.

Tony Jaa (nombre real: Panom Yeerum) es uno de los últimos ejemplos de esta tendencia. Si hacemos caso a lo que de él dice la Wikipedia, se crió junto a la frontera entra Tailandia y Camboya en el seno de una familia de domadores de elefantes. En las proyecciones de cine de las ferias del templo local se empapó de las películas de primeros espadas del género de las artes marciales como Bruce Lee, el ya mencionado Jackie Chan o Jet Li, y ahí nació su vocación de héroe de acción. A los quince años, acudió a Panna Rikitrai, un veterano especialista y coreógrafo de acción tailandés, y le suplicó que le instruyera. Rikitrai le sugirió que entrara en el Maha Sarakham College of Physical Education, en la provincia tailandesa del mismo nombre, y luego le contrató como parte de su equipo, Muay Thai Stunt. Jaa comenzó así una carrera cuyos puntos álgidos incluyeron doblar al mismísimo Sammo "Dragón Gordo" Hung en un anuncio en el que tenía que saltar sobre un elefante, o a Robin Shou en Mortal Kombat: Annihilation (bueno, participar en esta película no es lo que yo llamaría un punto álgido en la carrera de nadie).

Pero el joven especialista aspiraba a más. Igual que sus héroes de la niñez, él quería ser el protagonista de su propia película e inspirar a una nueva generación de críos impresionables. Tras rodar algo de metraje con Jaa demostrando su habilidad en Muay Boran (el casi desaparecido y semiprohibido predecesor del Muay Thai), él y su mentor se lo mostraron al director y productor Prachya Pinkaew.

¿El resultado? La película que la que hablo hoy.

Quiero la cabeza de Alfredo Gar... ¡ah no!

La acción comienza en el pueblo tailandés de Nong Pradoo, donde lo primero que vemos es a una multitud de jóvenes cubiertos de barro seco compitiendo por obtener el pañuelo que ondea en lo más alto de un frondoso árbol. Tras unos minutos de lucha encarnizada, en la que los competidores hacen lo posible para llegar a su objetivo (o al menos para impedir que otros lleguen), uno de ellos alcanza el pañuelo, se lo ata a modo de fajín, y emprende el descenso sorteando a sus competidores por entre las ramas con agilidad. Al tocar el suelo, los demás habitantes del pueblo, que han estado contemplando la escena, prorrumpen en aplausos. El ganador de esta curiosa cucaña oriental es Ting (Tony Jaa), el joven pupilo de un monje local y maestro de Muay Thai, y la competición en la que se ha proclamado vencedor forma parte de los prolegómenos del festival de Ong-Bak, el buda protector del pueblo, que se va a celebrar en una semana. La expectación y júbilo de los lugareños está justificada, ya que sólo se celebra cada 24 años; ¡anda que no nos emocionarían las fiestas de Santiago en Santander si tuviéramos que esperar un cuarto de siglo para cada edición!

Mientras los aldeanos ofrecen las túnicas de los que van a ser ordenados monjes a Ong-Bak para que cuenten con su bendición, uno de ellos recibe una visita poco recomendable. Se trata de Don (Wannakit Sirioput), un joven nacido en el pueblo que ahora vive en Bangkok. Su visita a su aldea natal no tiene que ver con la nostalgia por los paisajes de la niñez, sino con un viejo y algo deteriorado amuleto de Buda que pretende comprar. El problema es que el anciano se niega a venderlo: lo está guardando para que su hijo lo lleve cuando se ordene monje. Parece que Don va a tener que volver de vacío a la capital... hasta que sus ojos se posan sobre la estatua de Ong-Bak, y casi se convierten en signos de dólar ante esa visión. Esa misma noche, el tío de Ting, que vuelve tras pasar un rato con sus sobrino, escucha ruidos en el interior del templo, y se encuentra dentro a los secuaces de Don robando la cabeza del Buda; el propio Don es quien le deja fuera de combate de un golpe de tablón.

La desesperación cunde a la mañana siguiente al conocer el robo. Los lugareños creen que un sacrilegio de tales proporciones, perpetrado por uno de los suyos y tan cerca de la festividad de Ong-Bak, sólo puede traer mala suerte en cantidades industriales. Como buen héroe local, Ting se ofrece casi de modo instantáneo para ir a la gran ciudad a recuperar la cabeza. Antes de partir en su viaje, en el pueblo se hace una colecta para proporcionarle dinero con el que comprar comida, y su maestro le entrega un amuleto hecho de hierbas que perteneció al hombre que le enseñó Muay Thai (y no, no es un simple amuleto de buena suerte). El viejo que se negó a vender su amuleto a Don le ofrece además un primer hilo del que tirar: su hijo Humlae (Petchtai Wongkamlao, al que no querría tener que llamar por su nombre completo si tuviera la boca llena de polvorones), que lleva tiempo en Bangkok y le podrá ayudar a buscar a Don.

Con lo que ni su anciano padre ni Ting cuentan es con que Humlae se ha echado a perder con la vida en la ciudad. Ahora se hace llamar George, ya que Humlae significa algo así como "pelotas sucias", y pasa el día apostando, esquivando a sus acreedores e intentando timar a todo el que se cruza con la ayuda de la joven Muay (Pumwaree Yodkamol... y no, pese a lo que su nombre indica lo suyo no es pegar hostias). Su último plan, sacarle pasta a un traficante al que debe dinero mediante una carrera de motos amañada, no ha salido demasiado bien, y George-Humlae acaba sin dinero y con una cara nueva. En ese estado le encuentra Ting, al que al principio rechaza con malos modos -hombre, si me pusieran en ridículo ante mi compañera de triles, aunque fuese sin querer, yo también me lo tomaría mal-, pero al que no tarda en invitar a su casa en cuanto ve que lleva dinero. El paleto e inocente Ting se va a duchar a invitación de su paisano, pero no tarda en reaccionar cuando este aprovecha el descuido para largarse con su pasta.

Ting encuentra a Humlae en un local donde se celebran peleas clandestinas. Desde un balcón, dos jefes criminales observan con atención las peleas y apuestan enormes sumas de dinero; el que acaba de ganar la última apuesta, un siniestro anciano traqueotomizado que habla a través de un aparato especial (Suchao Pongwilai), es el jefe de una banda de traficantes de obras de arte antiguas a la que pertenece Don; sin que Ting ni Humlae lo sospechen, Don ha estado hace poco allí, intentando vender sin éxito la cabeza de Ong-Bak a su patrón. Ting llega al lugar en el momento justo en que el hombre contra el que Humlae ha apostado, una especie de ex marine ciclado que atiende por Pearl Harbour, logra remontar una situación adversa y destroza a su contrincante. Cuando Ting intenta recuperar su dinero, se convierte sin desearlo en el nuevo aspirante... y deja a todos callados tras tumbar a Pearl Harbour de una sola patada.

A partir de esa noche, Ting, Humlae y Muay se convertirán en compañeros de fatigas, un poco a regañadientes. Mientras Ting quiere concentrarse en la búsqueda de la cabeza del Buda, Humlae intenta aprovecharse de sus habilidades para sacar dinero. Ting, que prometió a su maestro no usar sus habilidades en vano, tendrá que esforzarse para no dejarse llevar por los trapicheos de Humlae y enfrentarse con éxito a los sicarios de Don y de su siniestro jefe. Sin embargo, quien piense que este chico de pueblo está indefenso ante la picaresca de la gran ciudad ya puede cambiar de opinión a toda velocidad: alguien que tumba a un marine ciclado de un solo golpe puede ser muchas cosas, excepto una presa fácil. Y lo que es más importante: su compromiso con Nong Pradoo va contagiando poco a poco a Humlae y deshaciendo la fachada de timador sin escrúpulos que ha mostrado al mundo hasta ahora...


Sin trucos. Sin dobles. ¿Sin un hueso sano?

Ong-Bak pertenece a esa clase de películas de artes marciales cuyo único propósito es entretener al respetable con la habilidad acrobática y marcial de su protagonista. En este sentido, cumple con creces su cometido: Tony Jaa (y no busquéis segundas lecturas en lo que voy a decir, que tenéis la mirada sucia) es pura poesía (épica, no lírica) en movimiento cada vez que demuestra sus habilidades, ya sea superando obstáculos imposibles en una larga persecución callejera o demostrando su contundencia en las escenas de lucha. Gran parte de la culpa la tienen Panna Rikitrai y Prachya Pinkaew, que coreografían y ruedan la acción marcial sin casi recurrir a los golpes simulados y sin hacer uso de efectos de cable (que le sentarían a una película de trasfondo realista de este tipo como un tanga de leopardo al Papa). Pero lo hacen sobre el sólido cimiento de su actor protagonista, que imprime a sus acciones de una contundencia aterradora y creíble; los espectadores sufran con cada golpe como si lo estuvieran recibiendo ellos mismos.

Claro que no todo es vino, rosas y huesos rotos en este terreno. Como otros ejemplos del género, Ong-Bak sufre un caso notable de "disco rayado", o repetición de una misma escena espectacular desde diferentes ángulos para resaltar dicha espectacularidad. No es que se extienda mucho por todo el metraje el uso de este recurso, pero resulta especialmente cargante en la secuencia de la persecución callejera. Había momentos durante esta escena en que no sabía bien si estaba viendo una repetición de lo que acababa de ver o una nueva cabriola, y ya es bastante complicado seguir una persecución como para liarla más abusando de estos trucos.

Y ya que estamos en detalles irritantes, hablemos de la subtrama que la productora de Luc Besson cortó de la película para su estreno europeo. Se suponía que Muay tenía una hermana con problemas de drogas y de pareja (concretamente, que su pareja era Don), pero Bessón cortó casi todas las referencias a esta trama. Lo que dejó fue la escena en que Humlae y Ting la encuentran con Don en plena sobredosis, y el posterior duelo de Muay y los torpes intentos de Humlae para consolarla; de modo que al ver la película tuve un genuino momento ¿¡EEEEEEEEEEHHHH!? al ver a este personaje salir de la nada (o del orificio rectal del guionista, pensé en su momento), y creo que el que la vea sin ir avisado sentirá algo muy parecido.

Aunque el guión no es más que una excusa para ver a Tony Jaa repartir yoyas como el cura de Braindead, eso no implica que carezca de momentos buenos al margen de las tortas. Hablando pronto y mal, se puede decir que Ong-Bak es una versión tailandesa de La ciudad no es para mí; o más bien de Banana Joe, que también tenía que ir del campo a la ciudad a solventar sus problemas a base de tortas. La película nos viene a contraponer el mundo rural, tradicional y más humano pese a su pobreza, y el de la ciudad, rico pero corrupto y cruel. En este sentido, resulta muy interesante ver cómo se contraponen los personajes de Don y Humlae: los dos son antiguos integrantes del mundo rural que se han corrompido por vivir en la ciudad, pero mientras que Don hace tiempo que perdió cualquier característica que pudiera redimirle, Humlae aún mantiene en el fondo algo de esos antiguos valores. Y a lo largo del metraje le vemos, con mucho esfuerzo, ir cambiando a mejor, hasta el punto de que al final arriesga su vida para ayudar a Ting en su propósito. Esta contraposición tradición buena-modernidad mala también se manifiesta en el combate final entre Ting y el guardaespaldas del jefe mafioso: mientras que este obtiene su fuerza de chutarse esteroides, Ting logra superarle utilizando las hierbas del amuleto que le entregó su maestro como una suerte de dóping más natural (y mucho menos proclive a provocar que le crezcan tetas de perra). Por supuesto que es un mensaje simplista y maniqueo, pero no le vamos a pedir a esta película grandes honduras filosóficas, ¿no? Además, viendo los ejemplos de vida en la ciudad que nos ofrecen la mayoría de personajes (timadores, traficantes de todo lo que se menee, luchadores a sueldo), es difícil negar que la película tiene algo de razón.

Y ya que mencionamos la tradición, no hay que olvidar el trasfondo religioso de esta historia. Ting no va sólo a recuperar un objeto valioso, sino que va a reparar la profanación de la deidad protectora de su villa. Su actitud respetuosa y devota contrasta con la megalomanía y descreimiento del jefe mafioso, que incluso llega a decir en un momento dado que él es Dios. Bajo este prisma, el destino final que acontece al traqueotomizado criminal se puede considerar tanto un deus ex machina como una sutil muestra de desaprobación de sus acciones por parte de Buda.

No quiero terminar esta parrafada sin mencionar algunas escenas que se me quedaron grabadas después de ver la película y que no he tenido oportunidad de tratar en todo lo que he escrito. La colecta improvisada entre los aldeanos, transmitiéndonos la desesperación y congoja que les lleva a entregar sus pocos ahorros para ayudar en la búsqueda de la cabeza del Buda; la lluvia de monedas con la que el público del local de lucha ovaciona a Ting tras su victoria sobre tres rivales consecutivos; la persecución en taxis-triciclo por las calles de Bangkok y el descubrimiento que Ting hace al final de la misma; y, por supuesto, toda la traca final, incluyendo la breve (y bastante graciosa, a mi juicio) secuencia en que vemos a unos guardias en el exterior de una cueva y Ting entra en plano como si saliera de la nada repartiendo estopa de la buena. Ya sé que hasta ahora siempre he puesto bien a las películas (y a los dos juegos) que he tratado aquí, con la posible excepción (ni yo mismo estoy seguro) de Contraespionaje en la selva, pero si los que leéis esto tenéis un mínimo de amor por el cine de artes marciales, os debéis a vosotros mismos ver esta película.

3 comentarios:

Munchausen dijo...

Desinstale el WoW mientras esté a tiempo, estimado PSdQG. Hay alternativas más razonables al mal du siècle, como el crack en pipa.

Anónimo dijo...

Esta peli la vi hace poco y joder, vaya puto amo el Tony, vaya pedazo de especialista. La peli cojonuda, mu entretenida, a ver si me veo la del elefante.
Está clarisimo que hay una locura implicita en todo especialista, no hay más que ver al propio Jackie tirandose de la torre en Piratas del mar de China.

Mola que hayas nombrado a Banana Joe jeje

PD: familia colateral ha recibido una mención del jurado y otra del público en el festival online cantabria visual

PePe dijo...

Herr Ratonov: demasiado tarde. Ya estoy en un nuevo clan y haciendo mis primeras (y exitosas) visitas al chalecito que el último Guardián de Tirisfal se hizo en Deadwind Pass. Aunque consideraré lo del crack en pipa para un futuro lejano.

Mauel: enhorabuena por las dos menciones. De aquí a los Goya en unos cuantos años. Y del señor Tony Jaa intentaré ver las otras películas que tiene publicadas en España; por supuesto, con comentario en esta página incluido.