miércoles, 1 de enero de 2014

Feliz Año Nuevo con… El pájaro de las plumas de cristal

¿Me echábais de menos, queridos (y escasos) lectores? Supongo que no demasiado, porque todos hemos tenido otras preocupaciones en este año de mierda que acaba de llegar a su fin; en la mayoría de los casos, relativas a cómo sobrevivir, gracias a la ruinosa situación de España. Así y todo, parece que lo de reunirse con la familia en Navidades y disfrutar (o no) de las comidas y cenas masivas con ellos es un placer (¿o quizás un tormento?) del que nos resistimos a privarnos. Y yo ya me he resistido bastante a actualizar este blog, así que voy a escribir la primera entrada del nuevo año esperando que sea más prolífico de lo que lo fue el recién (y felizmente) terminado.

Y como hace muchos años que no escribo sobre uno de mis cineastas favoritos, toca volver a hablar de Dario Argento, y para ajustarme mejor al espíritu del 2014 que comienza  lo voy a hacer analizando (y babeando sobre) el que fue el arranque de su carrera como director: El pájaro de las plumas de cristal.

Una joven promesa escrita en sangre

O acaban en la trena por practicarla con otros, o en urgencias por practicarla consigo mismos.

La cuchillofilia es una perversión con pocos adeptos, y que suelen acabar mal parados.

Contábamos por aquí hace ya mucho tiempo que el bueno de Dario heredó su pasión por el cine de su padre, Salvatore Argento, y que comenzó a matar el gusanillo escribiendo críticas de cine para el vespertino Paese sera siendo sólo un adolescente, para luego hacer entrar más en serio en el mundillo echando un cable en el guión del Hasta que llegó su hora de Sergio Leone y sirviendo de ayudante de dirección del gran maestro del fantástico italiano, Mario Bava. Todo ello le permitió coger el callo suficiente para, a finales de la década de los 60 y con la ayuda de su progenitor, tirarse a la piscina dirigiendo su ópera prima, encuadrada en el género del giallo, que el propio Bava había codificado a mediados de la década con La muchacha que sabía demasiado y Seis mujeres para el asesino. Para tal fin, tomó de base una vieja novela del escritor de misterio y ciencia-ficción Fredric Brown, Screaming Mimi, que ya había conocido una adaptación en 1958, y se puso a introducir variaciones suficientes como para no tener que andar pagando derechos de autor (algo así como lo que Alexandre Aja y Grégory Levasseur hicieron con Alta Tensión, pero sin cagarla tan criminalmente como ellos).

Cabe imaginar los nervios y el miedo al fracaso que el joven Argento tuvo que vencer para atreverse a dirigir este filme; aún apostando por un género que estaba de moda en el cine italiano por aquel entonces, y habiendo aprendido el oficio bajo la batuta del gran maestro del mismo, no era más que un novato echando a nadar en unas aguas ya copadas por peces más grandes. ¿Cuántas dudas le atormentarían antes, durante y después de rodar el filme? ¿Cuántas veces se preguntaría si no sería mejor ahorrarse el amargo sabor del fracaso y contentarse con seguir siendo el asistente de un director con talento?

Tal vez ninguna: para un director, el amor al cine y el deseo de hacerlo parecen superar cualquier miedo  o duda. Pero, incluso si no fue así, las dudas que tuviera debieron de ser barridas por el triunfo de la película. El pájaro de las plumas de cristal consiguió un arrollador éxito de taquilla y crítica dentro y fuera de sus fronteras, convirtió los títulos con animales (o plantas) en una moda dentro del género (hasta extremos epidémicos, a veces), y sigue siendo considerada una de las mejores películas que Argento haya dirigido jamás. No está nada, nada mal para un novatillo , ¿verdad? Por lo menos, fue un augurio de la brillantez que iba a alcanzar su carrera en el futuro…

De su actual declive no hablaremos, que lo último que vi de él fue Insomnio y no estoy muy puesto en el tema. Además, me da penita verle en horas bajas, igual que a Frank Miller.

“Vete a Italia”, me decían “Verás bellas bambinas”, me decían

Si vuelvo vivo de esta, voy a mandar a mi editor en el próximo vuelo lunar. DE UNA HOSTIA.

Lo de los asesinos de muchachas con fetichismo por el negro bien que se lo callaron.

Roma, finales de los años 60: el escritor norteamericano Sam Dalmas (Tony Musante) agota sus últimas horas en suelo italiano junto a su amigo Carlo (Gildo di Marco). El balance del viaje ha sido positivo en general: aunque vino intentando librarse de un bloqueo de escritor y acabó casi sin blanca, Carlo le consiguió un encarguito para hacer un libro sobre ornitología y él, por su propio lado, se consiguió a una guapa novia italiana, Giulia (Suzy Kendall), con la que ha vivido en el último piso en condiciones de un edificio marcado para una próxima demolición (y nos quejábamos nosotros de la crisis inmobiliaria…). Todo parece sonreírle, aunque sea de medio lado, cuando se despide de su colega y marcha por las calles de vuelta a su casa.

Qué lástima que, como buen protagonista de un giallo, su suerte le lleve a pasar por delante de una galería de arte justo en el instante en el que una figura de negro apuñala en el estómago a una mujer (Eva Renzi), y su instinto de acudir en su ayuda le deje atrapado entre dos paneles de cristal, observando impotente cómo la víctima se arrastra hacia él pidiendo ayuda. Cuando la policía llega, le toca además aguantar horas de interrogatorio a manos del comisario Morosini (Enrico Maria Salerno), quien sospecha que éste crimen puede ser obra de un maníaco que ha asesinado a tres mujeres jóvenes en el último mes, y que le confisquen el pasaporte, posponiendo a la fuerza sus planes de regresar con Giulia a su tierra. Para colmo, cuando por fin sale de la comisaría con la luz del alba, sobrevive a duras penas a una emboscada del asesino gracias a una amable ancianita. Normal que, cuando vuelve a los amorosos brazos de su chica, la explicación de la noche de mierda que ha pasado le salga tan supurante de sarcasmo que ella se cree que le está vacilando.

El caso es que, como buen prota de un policíaco, a Sam no le lleva mucho tiempo interesarse por la investigación del caso lo suficiente para realizar sus propias indagaciones; no es sólo porque tenga el pasaporte retenido, ni porque quiera limpiar cualquier sospecha en la serie de asesinatos (sobre todo después de que aparezcan nuevas víctimas en momentos en los que él tenía una coartada a prueba de bombas), sino porque tiene el pálpito de que la aciaga noche en la que presenció el asesinato vio un detalle anómalo que no es capaz de recordar, pero que podría tener la clave de lo que pasó. Sus pesquisas le llevan a conocer a la mujer a la que salvó, Mónica Ranieri, y a su marido, Alberto (Umberto Raho), el cual parece mostrar un interés algo sospechoso por “defender” a su mujer de la curiosidad de Sam; a un amanerado anticuario para el que trabajaba la primera víctima del asesino, el cual recuerda haber vendido un macabro cuadro de estilo naïf el mismo día del suceso; y al sorprendentemente entrañable chulo de la segunda víctima, un pobre diablo tartaja que está en prisión por otro delito.

Y eso que todavía no sabe la sorpresa que le espera al llegar a casa.

Apuesto a que la muchacha se arrepiente cada día de vivir en un quinto sin ascensor.

Por desgracia, ese interés por el caso también le lleva a multiplicar el afán del asesino por picarle el billete, hasta el punto de que contrata a un matón a sueldo que cerca está de crujirle una noche que vuelve a casa con Giulia. Sin embargo, esto sólo potencia el afán de Sam por llegar al fondo de la cuestión: ni la devolución de su pasaporte por parte de Morosini, ni las reiteradas llamadas del asesino aconsejándole que se vaya a zurrir mierdas con un látigo (bien lejos de Roma, a poder ser), consiguen disuadirle de sus esfuerzos como detective aficionado.

De hecho, es posible que el empeño del asesino en llamarle poniendo voz de asmático terminal le haya dado los medios para desentrañar el misterio: la policía descubre, analizando la voz en dos llamadas diferentes, que se trata de dos interlocutores distintos, lo que sugiere que el asesino tiene al menos un cómplice. No sólo eso, sino que en una de las llamadas se escucha un ruido bastante característico: uno que el bueno de Carlo logra identificar como el canto de un curioso ave del Cáucaso meridional, conocida como “el pájaro de las plumas de cristal”, y de la que sólo se conoce un ejemplar en cautividad en toda Roma. Y además, está la pista del cuadro, que Sam logra rastrear hasta su pintor, un excéntrico y desabrido artista llamado Berto Consalvi (Mario Adorf). Claro que el asesino también ha realizado sus propias investigaciones sobre Sam, y sabe dónde viven él y su novia…

Animales, asesinos de negro y trucos de la percepción

 Lo único que pasa es que el asesinato, como decía Thomas de Quincey, es otra de las Bellas Artes. Y una en la que tengo talento.

Yo no soy un psicópata, soy una amante de las artes; por ejemplo, la pintura.

Mi historia personal con este filme es un idilio con momentos tormentosos. La primera vez que tuve oportunidad de verlo fue en una emisión de madrugada en Antena 3 que yo, adolescente en plena educación secundaria, tuve que grabar programando el vídeo… con la mala pata de que el inicio de la peli se retrasó respecto a la hora prevista, y la grabación se cortó justo antes de que Sam Dalmas descubriera la identidad del asesino. Pasaron años hasta que por fin vi el metraje completo, sintiéndome un poco como el caballero de la Tabla Redonda que alcanza el Grial tras muchas penalidades. Después de muchos más años, y con la perspectiva que da el tener mucho más cine a mis espaldas (y el tener una copia con la imagen bastante menos oscura), tengo que admitir que El pájaro de las plumas de cristal ya no me asusta como antes; claro está que eso se debe a que ya conozco sus sorpresas, y que ese mismo conocimiento me ayuda a ver mejor sus virtudes desde un punto de vista más, digamos, “analítico”. Todo lo analítico que pueda ser un fan confeso e irredento del director, claro.

En El pájaro de las plumas de cristal no encontramos todavía la paleta cromática desatada de la que Argento haría gala a partir de Rojo oscuro y, sobre todo, de Suspiria, pero sí que vemos varias de las claves estilísticas que le acompañarían a partir de entonces: la recreación en los prolegómenos de cada asesinato, así como la idea de que el protagonista ha vísto una imagen clave en la resolución del crimen que no es capaz de recordar. Cada uno de los asesinatos que vemos en pantalla viene precedido de una tensión que, al menos en el primer visionado, sigue siendo tan terrorífica como cuando se estrenó, y la misma tensión se manifiesta en la visita que Sam hace a la guarida del matón a sueldo o en el ataque que realiza a Giulia en su casa; otra clase de tensión, más de thriller policíaco, domina la memorable persecución a la que el pistolero de alquiler somete al protagonista, en la que ambos se alternan los papeles de cazador y presa de una manera que nos recuerda por qué Argento fue comparado con Alfred Hitchcock.

 Que si me pilla la poli, pues me pilló, pero no soporto que un puto amateur crea que me pueda desenmascarar como si esto fuera un puto capítulo de Scooby Doo.

- Si necesita inspiración, señor Dalmas, váyase a Maine, o a Providence. Pero a mí déjeme asesinar lozanas jovencitas italianas en paz, ¿capisce?

Aquí también encontramos toques de comedia que luego irían desapareciendo de en sus posteriores filmes, como la escena de la ronda de reconocimiento o el inesperado final de la persecución al asesino a sueldo, y algunas escenas de investigación forense que nos pueden recordar a lo que, casi cuatro décadas después, batiría récords de audiencia como CSI, y que se repetirían (con más o menos rigor científico) en los posteriores títulos de lo que, a la postre, se conocería como la Trilogía de los Animales o Trilogía Zoológica (y de la que, Alá mediante, daremos buena cuenta por estos lares en el futuro).

En comparación con posteriores obras del director, no vemos tanto desapego de la realidad corriente, al menos en apariencia; así y todo, la Roma que muestran sus cámaras es una ciudad de callejones angostos y siniestros, galerías de arte que dan más miedo que otra cosa, y trayectos en pos de la persona amada que acaban desembocando en el lugar en el que comenzó todo (ya lo entenderéis cuando lo veáis), así que está claro que estamos en la versión de la Ciudad Eterna que existe en Argentolandia, y no en la de nuestro mundo.

Incluso si sois unos totales desconocedores de la filmografía de Argento, esta película es un buen modo de comenzar… siempre y cuando no os tire para atrás demasiado lo viejuna que es. Pero bueno, si habéis leído hasta aquí, sospecho que el viejunismo de una peli os la traerá bastante floja, ¿no?

Feliz 2014, y que este año podáis leerme con salud y buena fortuna; yo haré lo que pueda por actualizar más esto. Y, en cualquier caso, me podéis seguir leyendo por Pixel Busters. Pasadlo bien.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Interesante y divulgador análisis sobre la ópera prima de Argento, un realizador actualmente en horas bajas (o comatosas), pero al que hay que respetar profundamente por obras redondas como Suspiria. Un saludo.