Queridos lectores, aquí va una advertencia sobre esta nueva crítica que se añade a La página negra: se trata de una crítica amiguetil, es decir, que se ocupa de la obra de un viejo amigo. Por tanto, el Pequeño perdedor no se responsabiliza de la falta de objetividad que se pueda extraer de su lectura: siempre es difícil sacarle los fallos al trabajo de un amigo, por muy graves que sean sus meteduras de pata.
En otro orden de cosas, esta será la primera crítica que escribo desde la engañosa comodidad de mi hogar en Santander. Sí, mi trabajo en Ibiza se terminó, y entre este pasado lunes y martes he llevado a cabo el agotador viaje de vuelta: más de 850 kilómetros por carretera, a los que precedieron unas cinco horas de trayecto en barco. Ahora, mientras me dedico a buscar trabajo (y quién sabe cuándo lo encontraré), al menos tendré mayor facilidad a la hora de hacer mis críticas. O puede que no: los videojuegos me tiran mucho, incluso demasiado a veces.
Das más grima que una película de Lars von Trier
Conocí a Manuel Ortega Lasaga mientras estudiaba Periodismo en la Universidad del País Vasco (él estudiaba Bellas Artes), y los dos entablamos rápidamente amistad. Multitud de veces volvimos en el autobús que ALSA ponía para los estudiantes de Santander (lo que pasamos ahí sí que daría para una película) enfrascados en una intensa tertulia sobre cine. Durante la misma, no llegamos a soltar de manera literal la frase que encabeza esta parte, pero sí que cayeron algunas similares. Los dos estábamos de acuerdo en no tener mucho cariño al cineasta danés y nada de simpatía hacia el manifiesto Dogma 95. Más exactamente, lo considerábamos una idiotez. El propio Manuel se había atrevido a ver uno de los filmes de von Trier y se sentía explícitamente cabreado con el empleo que había dado a esa hora y pico de su vida.
Nuestra tirria hacia el manifiesto Dogma no era nuestro único nexo de unión, ni el más importante. Los dos éramos (y somos) fans del cine fantástico, de terror, y de acción, entre otros géneros denostados por la crítica "respetable". Manuel profesaba una especial devoción por Robert Zemeckis, y también dejaba caer en muchas ocasiones su gusto por George A. Romero. Yo, por mi parte, tiraba más por Darío Argento. Los dos, si la memoria no me falla, teníamos un lugar especial en el corazón para Spielberg y Lucas. En cualquier caso, aunque me equivoque con los detalles, creo que el fondo está claro como el agua: nos gustaba una clase de cine muy concreta, que nada tenía que ver con los gustos de esos críticos carpetovetónicos y amojamados que abarrotan los medios de comunicación serios.
Y andando el tiempo, mi afición por el cine me llevó a montar, tras muchas batallas con mi vagancia, este blog. La de Manuel le llevó a convertirse en director de cine, una ocupación bastante más respetable (aunque también proclive, en según qué casos, al onanismo y a la autofelación, como bien saben los conocedores del cine de arte y ensayo). Y la obra que nos ocupa en este post es uno de sus cortometrajes.
En mis años como canguro jamás había visto una situación igual
Familia colateral da comienzo con la llamada que nuestro protagonista (Cristian García) hace a su novia para quedar con ella esa misma tarde en la casa en la que va a llevar a cabo un trabajo de canguro, e irse luego juntos al cine. Es una tarea de lo más normal, pero que adquiere la dificultad de uno de los trabajos de Hércules gracias a la demencial familia de la que el infortunado forma parte: un hermano pequeño aficionado a aporrear el tambor sin cesar, un hermano mayor kie (José Sinacio) que se dedica a poner reggaetón a todo volumen y a maltratarle psicológicamente, y una madre dominante y controladora (es decir, típicamente cántabra). En un momento dado, todos estos elementos del sacrosanto núcleo familiar se arrojan sobre él para atosigarle al mismo tiempo, superando con creces su capacidad para soportarles. Nadie culparía a nuestro personaje principal si esa misma noche les limpiara el forro a todos con una katana; en lugar de eso, lo que hace es apartarles a empellones mientras chilla que le dejen en paz y salir huyendo del hogar familiar. Damas y caballeros, este es nuestro héroe, y es un mierdecilla: ¡la que nos espera!
El camino del muchacho hasta la casa donde le toca trabajar esa noche es bastante tranquilo, dejando aparte su disfrute del carácter típicamente abierto y amable de los santanderinos por gentileza de una muchacha a la que pide la hora, y su breve encuentro con el mismísimo Carlos Iglesias cuando va a comprar unas entradas al cine. La paz de espíritu (suponiendo que la tuviera) se termina cuando llega al portal de la casa y tiene que lidiar con un insoportable borracho aficionado al chunda-chunda. No lo sabe todavía, pero eso es el cielo comparado con lo que le espera tras entrar.
Cuando por fin llega a la casa, le abre una mujer ya mayor, que tras reprocharle su tardanza le lleva a que conozca al bebé al que va a cuidar. Mientras la mujer le explica que el churumbel de marras es un teleadicto de mucho cuidado (no veo cómo, ya que en la antediluviana tele del cuarto de estar sólo se ven interferencias), en la faz de nuestro prota vemos dibujarse una expresión de incredulidad. ¿Y quién le culparía, cuando el "bebé" es UN PUTO MUÑECO DE PLÁSTICO? Por si esto no augurase suficiente mal rollo, la mujer le hace una última y amenazadora advertencia antes de irse: por nada del mundo debe entrar en la habitación del fondo, cuya puerta está cerrada a cal y canto.
Una vez solo con el "bebé", el muchacho intenta entretenerse espiando por una ventana a una parejita calentorra y masturbándose ante sus magreos. Su actividad de amor propio se ve interrumpida muy pronto por la visita de su novia, con la que sus pretensiones de compartir algo más que unos arrumacos se van enseguida por el desagüe en cuanto ella se va dando cuenta de lo que pasa en la casa y decide marcharse.
Otra vez solo, a nuestro ¿heroe? no se le ocurre otra cosa que abrir la puerta prohibida. Y con ello, como ocurre en estos casos, pone en marcha una fatal cadena de acontecimientos, cuyas hilarantes y (sobre todo) terroríficas consecuencias se harán notar hasta el momento en que salgan los títulos de crédito. Y mucho más allá, sospecho.
Una huida hacia delante sigue siendo una huida
Como ocurre en la mayoría de la producción del mejor cine español (que es como decir "el poco cine español que no da ganas de llorar", pero queda mucho mejor), Manuel Ortega ha elegido para este corto una mezcla de elementos cómicos y terroríficos, siendo estos últimos los que llevan la voz cantante. Hay muchas situaciones que mueven a la risa o a la sonrisa en los 31 minutos que dura el corto, por el puro absurdo de las situaciones que vive el canguro; sin embargo, a poco que pensamos en las implicaciones de lo que vemos, es inevitable sentir una mezcla de horror y lástima por el protagonista a la vista del camino que acaba tomando, y que recuerda en cierta manera al de la infanticida involuntaria de Escóndete y tiembla (una de las películas favoritas de Manuel Ortega).
La mayoría de los actores que aparecen, con la obvia excepción de Carlos Iglesias, son amateurs, varios de ellos amigos o familiares del director y guionista. Siempre que pasa esto, puede resultar en una de dos posibilidades: o que sean unos ineptos indignos del guiñol de unas fiestas populares, o que den una frescura y espontaneidad al metraje que haga babear a los críticos gafapastas. En el caso de Familia colateral, estamos de suerte, porque el resultado se aproxima más al segundo caso que al primero. Da la impresión de que, o bien están haciendo un poco de sí mismos, o bien se inspiran en alguien muy cercano a ellos (me consta, por ejemplo, que José Sinacio tiene un hermano bastante similar al papel que interpreta), lo que le da a todo el corto un aire de "estampa costumbrista santanderina" que ayuda a hacer más creíble la delirante historia.
En el apartado actoral merece un párrafo aparte la actuación del actor que encarna al misterioso inquilino de la habitación prohibida. Y no voy a decir por qué. Baste con advertir que no sé en qué medida será mérito del director y en qué medida lo será del propio actor, pero el caso es que logra transmitir una mezcla de ternura, simpatía y amenaza latente que contribuye a añadir un punto más de locura y miedo a la ya de por sí siniestra casa.
Otro punto positivo es que, si bien el final no deja la impresión de que el autor se haya dejado algo en el tintero, sí que es lo bastante abierto como para ampliarse en forma de largometraje o de continuación. Sí, esto es una sugerencia encubierta (guiño-guiño).
En el lado negativo, hay que decir que la anteúltima escena en el bar se me antoja un poco de relleno. Sí, es otro toque costumbrista, y la intervención de los kies en la escena está tomada punto por punto del comportamiento habitual de esos desechos sociales. Pero el mismo propósito se podría haber logrado con una escena más breve, o incluso como parte de la escena final. También he de decir que no comprendí del todo la reacción de la novia del protagonista al visitarle: da la impresión de que se enfada con él sólo porque así lo dice en el guión. Otro aspecto más que no me acabó de convencer es la utilización de los melodramáticos relámpagos para enfatizar la advertencia de la dueña de la casa sobre la misteriosa puerta cerrada; quedan mejor, sin embargo, durante el climax dramático entre ella y el canguro.
Otra vez merece un capítulo aparte al respecto un actor, pero en este caso de manera algo más dudosa. Tal vez sea yo, pero José Sinacio, a pesar de hacer en general un buen papel, me resulta a ratos un poco caricaturesco, aunque reconozco que eso puede ser porque yo tengo la suerte de no haber tenido que convivir nunca con un kie de verdad. Además de eso (y reconozco que esto es un grandísima chorrada), me da la impresión de que un kie auténtico no vocalizaría tan bien como el que interpreta Sinacio. Pero, como acabo de decir, no es que mi experiencia con los kies sea lo bastante extensa como para considerar esto un juicio fundado, así que cedo la palabra en este tema a otros más expertos en el comportamiento de estos seres.
En resumen, Familia colateral nos ofrece una historia terrorífica y desoladora con fuertes toques de humor negro, que nos hará pasar un buen rato cuando la veamos y un mal rato cuando meditemos en profundidad lo visionado. Es una historia desoladora en el fondo, porque nos muestra a un protagonista atrapado en un mundo hostil, el de su familia, que no le aprecia ni le da amor, y al que las circunstancias le acaban conduciendo a sustituirla por otra; pero la nueva familia es, a su manera, aún más disfuncional. Su intento de huir del horror cotidiano que vive sólo le conduce a la demencia; y para cuando vemos los créditos finales, nos queda la impresión de que, tarde o temprano, esa situación tendrá nuevas y más catastróficas consecuencias.
¡Ah, que tonto estoy! Se me olvidaba daros el enlace del corto. Espero que lo disfrutéis. Sentiros libres de refutar mis pajas mentales sobre esta obra en los comentarios, y permaneced atentos a la más que probable aparición del director para dejar mi interpretación de su trabajo a la altura del betún.
2 comentarios:
Joer, qué grata sorpresa. No esperaba encontrarme con este análisis de Familia Colateral.
Me alegra mucho ver como has interpretado el contenido y la intencionalidad. Veo que el discurso central y su mensaje están más que claros y es lo que pretendíamos representar.
Voy a comentar un poco los defectos que le has sacado.
Si es cierto que la interpretación kie de José Sinacio es más caricaturesca que realista, y con un vocabulario más culto que el empleado por esta tribu urbana.
La escena del bar no eres el primero que ha dicho que es larga o incluso que sobra (también les hay que es su favorita).
La novia no es que se enfade, más bien se mosquea por la atmósfera que les rodea y prefiere pirarse. Igual queda muy repentino.
Coincido con lo de los rayos. Mi intención era enfatizar y parodiar un poco la situación cuando le advierte lo del cuarto. Para mi era como meter un: CHAN CHAN!!!
Y bueno, que tiempos aquellos en los que había que luchar contra la mayoría casi absoluta para poder disfrutar de una de esas pelis de terror ochenteras que llevabas y nos amenizaban el viaje a la uni. No entiendo por qué había muchos imbéciles que se enfadaban. Si no quieren verlas que no miren.
Esos debates y conversaciones protagonizadas por Argento, Jackie Chan, Stephen King e incluso Zipi y Zape, que en numerosas ocasiones rayaban al personal pero nos hacían mucho más llevaderos los citados viajes.
En fin, que gracias por dedicar un tiempo a ver el mediometraje, veo que no te ha supuesto una experiencia tan soporífera como ver alguna del danés.
PD: Me encanta el título que le has dado al post
Un comienzo de curso sin Killer Klowns no es comienzo de curso ni es nada :p Y sí, era estúpido que la gente se pillara esos rebotes porque "las películas no nos dejan dormir". Todavía me acuerdo al completo idiota que, después de que trajera Double Team y entre Marisa (para los que no fueran en el autobús universitario, otra buena amiga y compañera) y yo despellejásemos la peli viva, se rebotó conmigo y me dijo que yo no tenía ni puta idea de cine.
Todavía me quedo a cuadros con eso. Él fue quien trajo un vídeo sólo comparable en ponzoña a Ecks contra Sever, pero yo era el que no entendía una meirda de cine. Hay que joderse.
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