lunes, 29 de marzo de 2010

El vagabundo en la lluvia, o de la conveniencia o inconveniencia de cumplir la sexta obra de misericordia

No puedo decir que mi propósito de Año Nuevo vaya muy bien, visto que estamos a finales de marzo y con esta sólo van cuatro entradas de La Página Negra en lo que va  2010; tampoco puedo decir que me fuera tan bien como esperaba mi visita a principios de mes a las Cromel, aunque eso tenga más que ver con mi natural taciturno (y con imbéciles borrachos que hacen como que roncan en el pabellón que hace las veces de dormitorio comunal). Pero por lo menos cumplí dos años en el trabajo hace unas semanas, así que no todo estará tan mal, ¿o sí?

Esté como esté, aquí estoy de nuevo, y esta vez pongo la mirada en el cine azteca, de la mano de un célebre director de las tierras de Pancho Villa, el general Santa Ana y los Molotov: Carlos Enrique Taboada. El hombre, a quien descubrí gracias a Braineater, es famoso por una especie de tetralogía inconfesa de películas de corte fantaterrorífico, pero la que hoy pasa por mis manos fue una incursión en el género que se apartaba tanto de sus temas comunes como del elemento sobrenatural, y lo hacía para sumergirse en las miserias de la clase alta… con la salvedad de que, a diferencia de un cineasta rojeras italiano cualquiera, él los espolvoreaba con una buena dosis de suspense y unas gotitas de sangre, que siempre hacen más sabroso el plato.

Diversión y muerte en la casita de la playa

Consiste en hablar y hablar de chorradas hasta que una se harta y se marcha... para que las demás aprovechen para ponerla a bajar de un burro.

He aquí una emocionantísima partida de Charleta Rusa.

El comienzo de la película no podría ser más desconcertante: bajo los tonos de una especie de marcha militar que no estaría fuera de lugar en una italianada de la Segunda Guerra Mundial de los años 70, un Rolls-Royce con banderitas nazis en el capó llega a la puerta de una mansión. Los dos oficiales de las SS que viajan en él entran a la casa y anuncian a sus ocupantes que quedan detenidos en nombre del Führer… y estos responden riéndose y recibiéndoles con los brazos abiertos, porque se trata de una fiesta de disfraces de la alta sociedad mexicana, y los recién llegados no son más que otros integrantes de este selecto club; de hecho, ni siquiera tienen el disfraz más extravagante o de mal gusto de la fiesta.

Tras unos largos, largos minutos de ver a una muchedumbre de idiotas ociosos haciendo el mongo a los sones de una música dolorosamente sesentera, y bajo un chaparrón constante de confetti, la cámara por fin decide centrarse en una persona en concreto: una guapa pelirroja, con disfraz de danzarina del vientre y una mirada mortalmente seria que contrasta con el júbilo de los demás celebrantes. Se llama Ángela (Christa Linder), aunque eso tardaremos un buen rato en saberlo, y tiene un problema.

Y no, el problema no es sólo que tenga que marcharse antes de tiempo a preparar la casa de la playa donde ella y su marido, Óscar, van a pasar los próximos días, pero esa es la excusa que le presenta a la mujer del anfitrión (quien ha dado orden de que nadie salga de la mansión hasta que la fiesta acabe: eso nos demuestra que todavía hay gente capaz de ver El ángel exterminador o The Hole y ser tan memos de pensar “¡eh, molaría hacer una fiesta así!”), y es suficiente para que esta convenza a su vez al portero de que la deje salir.

Ángela conduce hacia la casa mientras los créditos iniciales aparecen, acompañados por una música más propia de una comedia que de un filme de suspense, y de una cinematografía que pretende hacer pasar por noche cerrada una mañana soleada cantosa a más no poder. A su llegada al remoto paraje, lo primero que hace nuestra ¿heroína? es ponerse más música de jazz de big band (en serio, casi toda la música que suena en la película parece escapada de la mente de Glenn Miller), hablar con su maridito por teléfono y servirse un copazo para entrar en calor; que ponerse a ordenar la segunda vivienda a palo seco no hay Cristo que lo haga, y menos a esas horas… suponiendo que este allí por la razón que le explicó a su anfitriona, que es una posibilidad cada vez más remota.

Pero los preparativos para pasar un relajado fin de semana/urdir una nefaria conspiración quedan descarrilados cuando Ángela empieza a descubrir signos de que otra persona acaba de estar por ahí: alguien se ha comido su sopita ha sacado comida de la despensa, alguien se ha sentado en su sillita  ha dejado una colilla mal apagada en el suelo de una de las habitaciones, y alguien ha dormido en su camita ha roto el candado del sótano. Asustada, Ángela coge un rifle que guarda en la habitación conyugal y baja a averiguar quién demonios le ha entrado en la casa.

El intruso resulta ser un vagabundo (Rodolfo de Anda), algo menos zarrapastroso de lo que uno se esperaría en alguien de su calaña, pero desarreglado de todos modos. Al ver que le han pillado, el hombre intenta excusarse, explicando que sólo entró a guarecerse del frío y se limitó a coger algo de comida y vino porque tenía hambre; por si nuestra opinión del desharrapado (quien en todo momento se comporta con bastante más amabilidad y educación que cualquier pijo santanderino: va a ser verdad lo que dice Pérez-Reverte de que en Latinoamérica se tiene un aprecio por los buenos modales que en España se ha perdido) no fuera lo bastante favorable, el hombre ofrece a Ángela saldar su deuda por lo robado trabajando, una aspiración que, aunque irreal, tiende a granjear la simpatía del público (bueno, por lo menos la mía). Para su desgracia, Ángela es una ricachona de duro corazón (además de que, por muy educado y humilde que sea, el hombre se ha colado en su casa sin su permiso, y no es que tenga unas credenciales que garanticen que es inofensivo para mujeres jóvenes y ricas), y le conmina a que se largue. En ese momento entendemos el porqué del título de la película, dado que un desagradable aguacero acompaña al hombre en su retirada.

En estos momentos, que me partiera un rayo sería una mejora en lugar de una putada.

Hermosa noche para ser un sintecho, vive Dios.

Por fin sola, Ángela baja a su coche a sacar un maletín de su maletero, pero no tarda en llevarse la segunda sorpresa desagradable de la noche: ¡hay alguien en su asiento trasero! Fusil en mano, abre la puerta pensando que el vagabundo se le ha colado pero quien aparece (mejor dicho, se desparrama fuera del coche) es una mujer de mediana edad con evidentes síntomas de haberse bebido hasta el champú. En plena sorpresa por este descubrimiento, el vagabundo vuelve a aparecer, y Ángela recupera el dominio de sí misma el suficiente tiempo como para convencer al hombre de que le ayude a subir a la desconocida a casa… y pagarle con un billete que saca de un voluminoso fajo que lleva consigo, a pesar de que está claro que el hombre preferiría unas horas de descanso bajo techo a cambio de su amabilidad.

La visitante sorpresa resulta ser Mónica (Ana Luisa Peluffo), una señora de alcurnia cuyo matrimonio de conveniencia con un ricachón y consiguiente vida regalada y ociosa le han dotado de un punto de vista cínico a más no poder sobre el mundo. No tarda en hacer buenas migas con Ángela, pero tampoco le lleva mucho tiempo empezar a sospechar de la felicidad que la joven le atribuye a su matrimonio cuando esta le habla de su esposo: la vida no es así de bonita y simple, sino que es más… complicada, dice tras titubear. Ángela no tarda ni un segundo en sonsacarle que lo que en realidad quería decir es que la vida es más sucia.

Y, mientras eso ocurre, el vagabundo nos da sobrados motivos para sospechar que es mucho más peligroso para las dos mujeres de la casa de lo que aparenta: cuando un gato salvaje interrumpe la cabezada que estaba echando en el cercano cobertizo de las barcas, él responde matándolo a golpes con una pala y sufriendo un ataque de histeria. De lo que se deduce, amiguitas y amiguitos, que a veces el ser un ricachón insensible a los deseos de los más pobres tiene premio, aunque sólo sea a corto plazo.

Ajenas al marrón que se les avecina, Ángela y Mónica departen con tensa cordialidad sobre sus vidas, pero la calma no tarda en irse al guano cuando la más joven ve al vagabundo observándolas desde una de las ventanas; el hombre ya ha desaparecido cuando Mónica intenta mirar (caraaaaamba, quéeee casualidaaaaaad *guiño guiño*), pero a ella es a la que más le aterroriza la posibilidad del desharrapado rondando la propiedad (más que nada porque, como explica nada más conocer a Ángela, le da miedo la gente con hambre: lo bastante como para financiar una obra de caridad con la única intención de que los jóvenes pobres no se hagan comunistas al crecer), por lo que intenta convencer a Ángela de que vaya con ella a la policía. Para su sorpresa, la joven se niega en redondo, hasta el punto de sugerirle a la mujer mayor que se vaya sola en su coche; Mónica lo intenta… para descubrir que el vagabundo les ha cortado la retirada pinchándoles las ruedas. La madura intenta convencer a Ángela de que, al menos, llamen a la policía, pero esa vía también es inútil: la telefonista está ocupada enrollándose con su novio, sin contar que su horario laboral terminó a medianoche y ya pasan treinta minutos de esa hora.

La extraña actitud de Ángela conduce a Mónica a sospechar que, tal y como pensaba, la vida de color de rosa de la muchacha no es tal, y que está en la casa para esperar a su amante; de ahí, razona ella, que se haya negado con tanta vehemencia a meter a la policía de por medio, pues la posibilidad de ver su opulenta vida de esposa de hombre rico arruinada por un escándalo de ese calibre es demasiado peligrosa para ella. Y en plena ronda de protestas y desmentidos de la mayor por parte de Ángela, un segundo coche llega a la casa de la playa…

… Pero a quien trae no es a un hombre, sino a una mujer, a la que Mónica resulta que conoce: se llama Raquel (Norma Lazareno), y ambas tuvieron tratos en el pasado que no acabaron muy bien, tratos que ahora la recién llegada está repitiendo con Ángela. Y mientras las tres mujeres discuten dichos tratos, es posible que se olviden del vagabundo, pero lo que está claro es que el vagabundo no se olvida de ellas…

Miserias de las ricas y famosas

¿O se lo mezclo todo en un vaso a ver qué pasa?

¿Prefiere el caballero Soberano, Dyc o Anís del Mono?

Que no os engañe el título: El vagabundo en la lluvia no es tanto una película sobre mujeres acosadas por un siniestro vagabundo demente como una película sobre unas mujeres insatisfechas con su vida que se ven obligadas a afrontar sus contradicciones ante la amenaza de un siniestro vagabundo demente; sí, parece lo mismo pero es diferente. El vagabundo se pasa la mayor parte del metraje como un peligro latente, y el guión se centra en los dilemas de las tres mujeres protagonistas, y sobre todo en el de Ángela; la gracia es que además logra que esos momentos resulten interesantes, pues mantienen bien el suspense sobre las verdaderas motivaciones de la joven y sobre si es tan inocente como manifiesta en su primera conversación con Mónica.

Uno de los motivos por los que lo consigue es porque los diálogos entre Ángela y Mónica tienen esa especie de amabilidad tensa de conversación de grupo de amigas que no ven la hora de ponerse verdes entre sí cuando la otra no esté, una hostilidad subyacente fruto de sus dispares perspectivas de la vida… y que pasa a primer plano en cuanto Raquel entra en escena, en consonancia con su diferente extracción social y punto de vista (y no digo más, que jodo los spoilers).

No quiere eso decir que el vagabundo se convierta (del todo) en una excusa con patas para que haya una sensación de amenaza: su presencia da un sentido de ambigüedad a todo lo que ocurre en torno a él, dado que hasta el final están abiertas las posibilidades tanto de que sea real como de que sólo exista en la imaginación rebosante de culpa de Ángela. Y además, sirve para poner sobre el tapete algo de crítica social a la racanería de los que más tienen con los desfavorecidos, a través de sus primeras interacciones con Ángela (en concreto, la cara que se le pone cuando la mujer paga su ayuda al transportar a Mónica con un billete, en vez de con una noche bajo techo, es todo un poema).

¡Y SOBRE TODO EL JUGUETITO, NO TE OLVIDES DE PEDIR EL JUGUETITO!

¡RECUERDA LO QUE TIENES QUE TRAER: DOS MENÚS CON EL BIG MAC, LAS PATATUELAS, EL KETCHUP Y COCA-COLA MEDIANA!

Con todo, la película tiene un serio pero en su contra, que llega a arruinar buena parte de las escenas de mayor suspense. No, no es la friolera de años que han pasado desde que se hizo, aunque es verdad que el tiempo no ha sido muy generoso con el filme; si sólo fuera eso, todavía sería capaz de causar cierta inquietud en el espectador moderno con sensibilidad para el celuloide más añejo. Tampoco es la irregularidad de las actuaciones de las actrices principales, que son buenas en las escenas de tensión entre sus personajes… y no tan buenas cuando la amenaza del vagabundo pasa al primer plano; de hecho, uno de los intentos de Ana Luisa Peluffo de interpretar un ataque de histeria me dejó a mí histérico… de la risa.

El problema es la música. Y no por falta de calidad, sino porque ES IMPOSIBLE ELEGIR UNA BANDA SONORA MÁS INAPROPIADA PARA UNA PELÍCULA DE TERROR. Exceptuando la sintonía de Benny Hill, tal vez. Como he mencionado, prácticamente todo el acompañamiento musical parece escapado de un CD de grandes éxitos de Glenn Miller, lo que puede hacer maravillas en casi cualquier otro filme (ahí está la sintonía de Agárralo como puedas), pero echa por la borda cualquier pretensión de que el espectador tiemble de miedo. La única excepción es una pieza que acompaña la huida despavorida de una de las protagonistas hacia el final del filme, que suena tan crispada y amenazadora como debería sonar el resto; pero esa melodía, lejos de redimir el resto de las composiciones, provoca aún más frustración y ganas de golpear la pared más cercana con la cabeza mientras se menta la madre de Enrico C. Cabiati (el autor de la música) y de todo el que pudo decirle que “oye, a lo mejor deberías hacer el resto de la banda sonora más siniestra” y prefirió callarse y dejarlo estar.

La película no es que llegue a hundirse por ese detalle, pero sí que es verdad que llega a puerto con tres cuartas partes de la quilla bajo el agua y la tripulación poniéndose a toda prisa los flotadores de patito. O lo que es lo mismo, no os perdéis gran cosa por no chequearla, a no ser que tengáis mucho interés en el cine de terror azteca o en la obra del señor Taboada, pero tampoco es que sea mala película.

Hablando de lo cual, su tetralogía inconfesa caerá tarde o temprano por aquí. Al menos, esa es la teoría.

2 comentarios:

Santos G. Monroy dijo...

¡Qué pasa Pequeño!! Espero que lleves bien esta semana antes de las vacaciones y tengas tiempo para unas partiditas al Mass Effect. Y yo a ver si me acabo el Dead Space. Me encantó conocerte el otro día en el acto ¡Saludos!!

Anónimo dijo...

acabo de verla en youtube, la he visto sin saber antes el argumento a ver que pasaba, consigue un buen ambiente de suspense, yo no me he fiado del vagabundo en ningun momento, y no habria cometido el error de soltar el rifle. aun asi el vagabundo no parece malo en segun que escenas,es mas bien un hombre desquiciado que malvado. y el suspense se echa a perder, por la mujer que hace chantaje,aunque eso se debe a que es tan estupida que se preocupa mas por su dinero que por sobrevivir, sus excusas de la vida no me ha tratado bien son solo eso excusas. al final recibe lo que semerece por idiota.