jueves, 20 de septiembre de 2007

Hostage: América no negocia con terroristas, pero sí con lunáticos armados

Os podría decir que estoy pasando una buena racha... y sería una mentira de las gordas. En estos momentos no me encuentro bien, pues vuelvo a sufrir otro ataque de angustia relacionado con mi vida, mi futuro y los errores del pasado que nunca se podrán corregir. Por lo menos pronto volveré a casa, y si bien estaré sin trabajo, me encontraré en un entorno más amigable con los frikis que Ibiza. Mientras tanto, tengo en la cola unas cuantas películas por despachar, y como deje que mis periodos depresivos me aparten de la tecla demasiado tiempo voy a tener un hermoso atasco en mis neuronas, así que ya es hora de volver al tajo.


¿Por qué no deja el arma, entro y nos tomamos un café

Me gustan las pelis de negociadores: por lo menos, las dos que he visto antes que esta. Tal vez tenga que ver con que, por su propio trabajo, los tíos tienen que manejar la pistola y la sin hueso con pareja habilidad para salvar vidas y convencer a los malos de que dejen de hacer el indio y se rindan. O tal vez porque una de ellas la protagonizaba Samuel L. Jackson como un poli acusado de corrupción y asesinato que tiene que secuestrar su propia comisaría para intentar salir del embrollo; y yo a Jackson le tengo mucha querencia.

A quien también le tengo querencia es al actor protagonista denuestra película de hoy, Bruce Willis. Desde sus días en Luz de Luna he seguido con sumo interés su carrera, sobre todo en el momento en que pasó de ser un actor cómico a ser el héroe de acción que superó a Stallone y Schwartzenegger en el favor del público. Como para no: sin ser una montaña de músculos como mi ex-admirado Governator, era capaz de masacrar hordas de terroristas como un Gengis Khan revivido (por mucho que lo admita la R.A.E., "redivivo" es una errata como una catedral) y de cachondearse de ellos con más gracia que Martes y 13.

Bueno, tal vez no con más gracia, ni siquiera con la misma gracia. Pero es que Josema y Millán eran la hostia en verso, inalcanzables. De todos modos, me explico, ¿no? El jodío mataba más que El Puño de la Estrella del Norte, y se guaseaba de los malosos. Y eso gustaba, y sigue gustando. Por ello, casi cada película en que ha aparecido ha sido de visión obligada para mí. Y por eso, hace poco, alquilé Hostage, nuestro filme de hoy, que me perdí en su estreno cinematográfico por pura vagancia (y me avergüenzo de ello). Por cierto, que su director, Florent Siri, es un francés que ya hizo la también interesante Nido de avispas, que venía a ser un Asalto a la comisaría del distrito 13 en clave de canto a la construcción europea... pero esa es otra historia y deberá contarse en este mismo lugar, pero otro día.

Si la presencia de Bruce Willis al frente del reparto y la de Florent Siri en la silla del director me habían convencido de ver la película, el descubrir en los créditos iniciales que se basaba en una novela de Robert Crais me convenció de que iba a pasar un rato de fábula. Crais es un novelista de intriga del que sólo he leído una novela, El último detective, protagonizada por uno de sus personajes recurrentes, el detective Elvis Cole. Sin ser una cumbre de la literatura universal (pensándolo bien, creo que nada de lo que leo lo es... ni falta que le hace), era un libro con una trama intrigante, con sorpresas que mantenían el interés, y con unos personajes con los que no era difícil empatizar. De hecho, uno de ellos, como en Hostage, era un niño en peligro que era demasiado despierto para limitarse a hacer el papel de víctima indefensa... pero de eso vamos a hablar ahora más en profundidad.

Inciso: ¿sabrá alguien reconocer la cita literaria alterada que he usado en esta parte?
Inciso 2: sí, he desvariado que da gusto en la presentación.


¡Debo de ser el único tío al que le pasa dos veces la misma cosa!

Tras unos ominosos y comiqueros créditos iniciales, que nos muestran a un grupo de policías paralizados en la acción de sitiar una casa, entramos en harina con la tensa negociación que están entablando un lunático desesperado, que retiene a su mujer y a su hijo a punta de pistola, y Jeff Talley (Willis), uno de los mejores negociadores de la policía de Los Ángeles. En el momento en que entramos en su vida, Talley lleva una larga y extenuante jornada intentando convencer al secuestrador de que deje de el arma, que al final se le va a disparar y van a tener un disgusto, y está al límitie de sus fuerzas. A pesar de ello, está determinado a solucionar la situación de manera pacífica, por lo que se niega a dar permiso para disparar a los francotiradores cuando tienen a tiro al sospechoso en un momento dado. Para su desgracia, en esta ocasión Talley ha ido de "sobrao" y de chulito, y su exceso de confianza acaba resultando en las muertes de los tres ocupantes de la casa. El propio Talley sólo puede llorar ante el cadáver del niño mientras contempla sus manos bañadas en sangre...

... Y en este momento la película enlaza con Talley, un año después, lavándose las manos (¿he oído a alguien decir Poncio Pilatos?) antes de comenzar una nueva jornada como jefe de policía de la pequeña población californiana de Bristo Camino, su trabajo actual. Como su mujer y su única hija siguen viviendo en Los Ángeles, no se puede decir que su vida familiar sea una maravilla: la chica, presa de un ataque de edadelpavitis extrema que la hace insoportable, está aterrada con la posibilidad de que sus padres se divorcien, y su esposa comparte esos temores. Pero su fracaso en la fatídica situación de rehenes del pasado año hicieron que Talley le pillara tirria a su antiguo puesto, y por nada del mundo va a volver a él. Su intento de asegurar a su mujer que su matrimonio no se va a resquebrajar no hace mucho por tranquilizarla, pero por lo menos le da algo de esperanza. Poquito, pero algo.

De camino al tajo, Talley se cruza con un pickup a bordo del cual van tres jovenzuelos que tiene toda la pinta de haber podido ser buenos kies de haber nacido en Santander, y como tales procederemos a clasificarlos según el "manual del kie". El que va al volante es Dennis (Jonathan Tucker, que luego haría de macarra con buen corazón en el episodio de Masters of Horror Dance of the Dead), un caso claro de kie común, como podemos concluir de su comportamiento entre despreocupado y broncas. El que se sienta en el centro y soporta las humillantes bromitas y comentarios de Dennis es su hermano Kevin (Marshall Allman), el triste de la panda. Y el que se sitúa en la izquierda embutido en una chupa de cuero, sin decir casi palabra, es Marshall (Ben Foster, el Ángel en X-Men 3), "Marsh" para los amigos, y aunque no lo parezca es el kie de alto standing (vulgo "psicópata") del trío. Los chicos hacen cola un momento ante un cruce delante del jeep de Talley y se marchan, de modo que él no tiene motivos para sospechar el lío en el que le van a meter en unas horas.

Lío que empieza a fraguarse cuando el trío calavera se cruza con el contable Walter Smith (Kevin Pollak, quien ya coincidió con Willis en Falsas apariencias haciendo del malvado mafioso centroeuropeo Janni Gogolak) y sus hijos Jennifer (Michelle Horn) y Tommy (Jimmy Bennet). El cruce se produce cuando los chicos se dirigen a dar el palo en una tienda; eso, unido al interés explícito que el kie de Dennis manifiesta por la adolescente y sabrosa Jennifer Smith (que es contestado por la interesada con una conminación gestual a que practique la sodomía en el papel de pasivo), les lleva a intentar redondear la jugada dando un palo más gordo en el hogar de Walter.

Por lo que vemos en cuanto Walter llega a casa, nuestros nada queridos kies pueden haber tenido una de las peores ideas de sus jóvenes vidas. El trabajo de Walt incluye encriptar una serie de datos y esconderlos en la carátula de una inofensiva película (tomad nota del título original en el enlace), lo que nos informa de que sus misteriosos empleadores no pueden ser trigo limpio. Por lo demás, Walt es un padre cariñoso que se las arregla para educar y controlar a sus hijos en ausencia de su difunta madre, aunque con su hija tenga que recurrir al soborno para que no se vista demasiado fresquita. En cualquier caso, los pecadillos laborales de Walt no dan muestra de hacerle merecedor de la putada que supone que tres delincuentes juveniles le secuestren a él y a su familia a punta de pistola.

El problema para nuestros delincuentes juveniles es que Walter Smith ha tenido tiempo de dar la alarma, y justo en ese momento pasaba una agente de policía de Bristo Camino por la zona. Mientras Marsh baja a la puerta, pipa en mano, para controlar que la agente no llegue a ver algo raro en el interior y se cosque de lo que sucede, Dennis obliga a Walter a fingir por el interfono que todo ha sido una falsa alarma. Todo está a punto de ir bien hasta que ocurren dos cosas inesperadas. La primera es que la agente comprueba por radio la matrícula del pickup de nuestros pequeños kies, y descubre con ello que es robada. La segunda, que Marsh reacciona sacando a relucir su psicopatía y descerrajándole un tiro en el cuello a la agente. La alerta roja salta en la comisaría central de Bristo Camino, y los agentes, con Talley al frente, acaban sitiando la casa mientras llega la policía del condado a darle el relevo. Por su parte, el "trío kie" activa por accidente el sistema de seguridad, y con ello cierra la casa a piedra y lodo.

Por desgracia para Jeff Talley, que no tarda en dar el relevo a los polis del condado y a su negociador, su reconocida valía en su anterior trabajo y la decisión de su mujer e hija de prolongar su visita al pueblo tras ver el chocolate en que se ha metido el pater familias se combinan para obligarle a volver a flexionar su músculo negociador. Y esto se debe a que, apenas tienen noticia del secuestro de Walter, sus misteriosos jefes se ponen en acción para que Jeff Talley se encargue de recuperar los importantes datos encriptados; y su mujer e hija actúan como aval de que nuestro héroe harán lo que le digan o tendrá que gastar una pasta en coronas de flores en un futuro próximo...

De modo que Talley se encuentra con una tarea de titanes por delante: lograr convencer a los del condado de que le devuelvan el mando, lograr que los secuestradores confíen en él, y lograr que uno de sus agentes más torpes y un paramédico le echen una mano a espaldas de los demás para intentar recuperar el comprometedor CD. Lo tiene complicado, ya que Dennis, en uno de sus ataques de rabia niñatil, ha dejado en coma a Walter Smith. Pero cuenta con un inesperado aliado: el pequeño Tommy, que es una especie de Kevin McAllister, sólo que sin niveles en la clase de prestigio Puto criajo sabelotodo inaguantable, y que no tarda en intentar contactar con él...


Más tensos y crispados que oyendo a Fedeguico por la radio

Los que vengan esperando una ensalada de tiros a la altura de La Jungla, que empiecen a cambiar el chip desde ya mismito. Hostage se basa mucho más en la tensión de los conflictos a punto de estallar que en verlos estallando, aunque repartidas por la trama hay unas cuantas explosiones de violencia que hacen evolucionar estos conflictos a nuevas (y más terribles) tensiones. Pero Hostage, además, se toma también su tiempo para presentarnos a los personajes más importantes y hacer que nos importen para bien o para mal. De hecho, creo recordar que el secuestro en sí no ocurre hasta cerca de la mitad del metraje, lo que nos deja unos 45 minutos para encariñarnos con (o aborrecer a) los personajes centrales.

El protagonista es esa clase de tipo duro aunque frágil que mi actor ultraconservador favorito hace tan bien. Pero Jeff Talley se parece menos a John McLane o Joe Hallenbeck que al torturado psiquiatra infantil de El sexto sentido. Ambos trabajan en campos que implican capacidad persuasiva y un conocimiento profundo de la mente humana, ambos cometen errores que implican la muerte de personas a las que querían ayudar, ambos viven desde entonces atormentados por la culpa, y ambos acaban teniendo una segunda oportunidad de triunfar en un escenario similar a aquel en el que fracasaron antaño y lavar con ello su pecado; este concepto lo simboliza muy bien el enlace entre el plano de las manos ensangrentadas de Talley al final del prólogo y otro plano de las mismas manos bajo el agua del lavabo. La diferencia es que Talley se mete en ese fregado obligado por la amenaza a su familia, y tiene que hacer al mismo tiempo malabares con su vida, la de los secuestrados y hasta la de sus secuestradores. Huelga decir que tantas pelotas de malabares son demasiadas hasta para un personaje intepretado por Bruce Willis, y algunas acaban cayendo (no diré cuáles), pero Jeff Talley pone todo su empeño en mantenerlas todas en el aire hasta el final.

Luego están los secuestradores, cuya disfuncional dinámica interna es uno de los puntos más interesantes de la película. Dennis, el autoproclamado "líder" de los secuestradores, es en realidad un matoncete tan débil de carácter como su hermano, al que sólo es capaz de dominar por su mayor disposición a pegar voces y usar la violencia. Kevin, por su parte, es a la vez un buen chico y un abyecto cobarde, que vocea su preocupación por los actos delictivos de Dennis y Marsh, pero es incapaz de hacer nada por frenarles. Y Marsh es un psicópata de pata negra, que opera por su cuenta y al que no le importa de verdad nada, ni siquiera sus asociados.

Y al final están los secuestrados, de entre los que destaca el habilidoso Tommy, que hace gala de valor y precocidad al asistir a Jeff Talley, sin llegar a convertirse en uno de esos criajos sabelotodo que hacen desear al espectador que vuelvan los tiempos del rey Herodes. Jennifer, por su parte, no va mucho más allá de ser una chica guapa en peligro, sobre todo desde el momento en que estimula el deseo de uno de sus captores. Por último, Walter pasa la mayor parte del tiempo inconsciente, pero cuando está despierto vemos que, aunque trabaje para criminales, en el fondo no es ni de lejos un mal tipo, y sólo quiere que sus hijos no sufran ningún daño.

Tanto Jeff como la familia Smith resultan, en términos generales, simpáticos, y no nos es difícil empatizar con ellos y desear que salgan con vida de esta. Esta simpatía se extiende, aún en menor medida, a Kevin y Dennis, que en el fondo no son más que unos niñatos con el pavo subido que ni se daban cuenta de en la que se estaban metiendo. La excepción la pone Marsh, que opera como villano y amenaza principal durante la mayor parte del metraje.

Si Marsh es un villano visible, los criminales para los que trabaja Walter como contable se mantienen de manera casi constante en la sombra, como una ominosa espada de Damocles sobre la cabeza de Talley y de los demás personajes. Incluso cuando sus operativos dan la cara, lo hacen bajo pasamontañas y pintura de camuflaje negra, mientras que a sus líderes les vemos hacer sus planes en una oscuridad casi absoluta. Son un mal enigmático, cuya naturaleza no se llega a revelar porque, en realidad, no es relevante para la historia; ese es un gran acierto de la novela original y/o del guionista.

Los conflictos de Talley con los secuestradores, con sus patrones forzosos y con la propia policía del condado, así como los que existen entre cautivos y captores o en el seno de estos últimos, dan para una trama entretenida y enrevesada, con muchos giros que contribuyen a pegarnos a la pantalla con la emoción de ver qué pasará después. Y con semejante situación límite en juego, es inevitable que todo acabe saltando por los aires en un desenlace lleno de plomo y fuego, así como en un epílogo que se atreve a rendir homenaje al enfrentamiento final de McLane y Hans Gruber en Jungla de Cristal. Hay sin embargo, y poniéndonos puntillosos, al menos un par de detalles chirriantes en el conjunto:

1) ¿Cómo es que una residencia familiar tiene unos conductos de ventilación tan espaciosos y aptos para escabullirse por ellos? Es posible que sea muy normal en Estados Unidos, pero a mí me dejó al cabo del rato bastante escamado.
2) Por muy psicópata que sea, Marsh es un delincuente de poca monta. ¿Por qué durante el desenlace se convierte en una especie de James Earl Cash, capaz de pillar por sorpresa y eliminar a un grupo de asesinos profesionales?

Estos pequeños detalles, así como cierta lentitud en el ritmo al principio y un momento de simbolismo con el tarot que no se sabe muy bien a qué viene, no llegan a herir la calidad de la película en gran medida, con lo que nos queda una buena elección para pasar un rato emocionante y tenso sin necesidad de muchos tiros. Y qué demonios, es una película de Bruce Willis; aunque fuese mala, todos sabemos que sólo por su presencia ya valdría la pena verla.

5 comentarios:

Munchausen dijo...

Willis está grande y mítico en 'El último boy scout'.

Anónimo dijo...

Todavia me acuerdo de que fuistes tú quien me recomendó El último Boy Scoutt para convencerme de que Willis era un buen heroe de acción. Ya te digo que acabé convencido.

Y ahora que hablas de kies, echale un vistazo a los dos primeros minutos de este mediometraje a ver que tal se ven dicha tribu urbana y me comentas-criticas.

Un saludo

Anónimo dijo...

Todavía me acuerdo de que fuistes tú quien me recomendó El último Boy Scoutt para convencerme de que Willis era un buen heroe de acción. Ya te digo que acabé convencido.

Y ahora que hablas de kies, echale un vistazo a los dos primeros minutos de este mediometraje a ver que tal se ven dicha tribu urbana y me comentas-criticas:

http://video.google.es/videoplay?docid=-7738241434323546519

Un saludo

PePe dijo...

Gracias por los amables comentarios, mis queridos lectores ;) El último boy scout se dejará caer por aquí tarde o temprano, ya que acabo de volver a Santander ayer mismo, y ya tengo acceswo a mi enorme videoteca. Miro el vídeo de los kies y comento.

Anónimo dijo...

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