The Gunpowder Treason and Plot
I know of no reason
Why the Gunpowder Treason
Should ever be forgot
Espero que la lectura de este post os coja con buena salud. A mi me pilla casi recuperado del resacón de Hemoglozine, sin haber llegado a asistir a ninguna de sus proyecciones pero habiendo disfrutado como un enano de todas sus actividades extra, y deseoso de que el año que viene repitan éxito; según adelantaron en la rueda de prensa de presentación del festival, el tema que se baraja para el posible Hemoglozine 2013 son los vampiros, tan maltratados en los últimos tiempos desde que Stephanie Meyer los convirtió en una especie de héroes de shojo manga de tercera regional con Crepúsculo, y tan necesitados por ello de volver por sus fueros más terroríficos.
Ha sido en parte por culpa del cansancio tras Hemoglozine (y en mayor medida por lo vago que soy) que no he sido capaz de escribir este post a tiempo de sacarlo en el día que le correspondía. Pero, aunque sea con 48 horas de retraso, hoy toca hablar de la memorable adaptación al cine de un memorable cómic. Hoy toca hablar de V de Vendetta.
Vaticinios de violenta tiranía y valiente rebeldía
Vivimos en una prisión. Él sólo ha venido a enseñarnos los barrotes.
Todo comenzó, como un montón de cosas buenas, y otro puñado comparable de cosas malas, con los años 80. Igual que fue la época de la New Wave of British Heavy Metal y de los New Romantics, también fue la era de los yuppies y del rearme del conservadurismo en el “mundo libre” (¡qué ingenuos éramos entonces!). Parte de ese rearme vino con la llegada al poder en Gran Bretaña de Margaret Thatcher, una mujer que consiguió demostrar que el sexo femenino era tan capaz de ostentar el poder político como el masculino… y que podía ser tan fascista como un Richard Nixon cualquiera si se lo proponía.
En aquella época, Alan Moore y el dibujante David Lloyd se pusieron a trabajar en un cómic para la revista Warrior, inspirado tanto en 1984 de Orwell como en el enrarecido clima político de la época, en el que un enmascarado de cuestionables métodos combatía contra un régimen totalitario. Los dos artistas pretendían así no sólo criticar al derechismo thatcheriano, sino construir un héroe de cómic de marcado carácter anarquista, un personaje inspirado tanto en el Zorro y Batman como en Bakunin y Propotkin. El problema que estaban encontrando era que no se les ocurría cómo darle una imagen distintiva: Moore llegó a pensar en llamarle “La Muñeca” y que fuera transexual, pero sus editores le dijeron que ni de coña.
Y entonces, a David Lloyd se le encendió la bombilla. Su héroe sería un moderno Guy Fawkes, un enmascarado que vestiría el semblante del terrorista católico que fue detenido intentando volar el parlamento inglés el 5 de noviembre de 1605. Para Lloyd, la conmemoración del 5 de noviembre no debía ser tanto la celebración del fracaso del denominado “Complot de la Pólvora” como la de que dicho atentado estuvo a punto de tener éxito.
Los ejecutores de Guy Fawkes creyeron que la horca era suficiente. Grave error.
Lo primero Moore, pensó, según él mismo confiesa, fue que Lloyd estaba fatal de lo suyo. Lo segundo, que era una idea genial. Y así nació V de Vendetta, una de las obras maestras del noveno arte, y un título de cabecera irrenunciable para todo anarquista que se precie.
Pasaron los años y, como suele ocurrir con los cómics de éxito, hubo interés en ciertos círculos por adaptarlo al cine. Moore dijo que nones, que sus obras eran inadaptables al cine, y que además estaba peleado con DC por los derechos de sus personajes (que incluían tanto a V como a los Watchmen), y qué sé yo qué más.
Y entonces llegó 2006, otra época marcada por la presencia de la peor cara del conservadurismo en el poder de una gran potencia, en este caso los Estados Unidos. George W. Bush y sus “halcones” republicanos recortaban derechos a sus ciudadanos en nombre de la “seguridad” e invadían países árabes en nombre de la “democracia”, ante el asombro y la indignación de cualquiera con dos dedos de frente. En ese contexto, los hermanos Wachowski (Matrix) consiguieron estrenar en la gran pantalla su adaptación de V de Vendetta, dirigida por su ayudante de dirección habitual, James McTeigue, con gran éxito de público, cierto éxito de crítica y no poca controversia. Alan Moore se negó a dar su visto bueno a la película, acusando a los Wachowski de bastardizar a sus personajes… lo cual tiene una gracia tremenda cuando uno ve lo que le hizo al pobre Harry Potter en los capítulos más recientes de La Liga de los Hombres Extraordinarios.
Yo, por mi parte, fui a ver la peli una noche de 2006 a un cine de Bilbao (que cerró no mucho después), y salí extasiado y dispuesto a comprarme el cómic. Espero que lo que sigue os ayude a entender por qué.
Vendetta, como voto y no en vano
¿Os gustan mis cuchillos nuevos? Me muero de ganas de probarlos.
En el futuro cercano, el protofascismo que apuntaban los partidos conservadores a mediados de los años 2000 ha dejado de vestir la careta demócrata en Gran Bretaña. El canciller Adam Sutler (John Hurt, Watership Down), al frente del partido Fuego Nórdico, controla todos los aparatos del Estado, y castiga toda “actividad subversiva” con una brutalidad digna de los Mossos d’Esquadra. En ese contexto, ser mujer y joven, como la guapa Evey Hammond (Natalie Portman, León el Profesional), puede ser una verdadera odisea… sobre todo cuando ésta sale la noche del 4 de noviembre más allá de la hora del toque de queda para tener una cita con su jefe, el showman televisivo Gordon Dietrich (Stephen Fry, tesoro nacional británico), y es pillada por la policía política del régimen, los Dedos, quienes tienen ideas bastante horribles sobre el castigo que merece.
Pero los aspirantes a violadores tienen esa noche peor suerte que su potencial víctima, porque de la nada aparece para combatirles un extraño hombre de negro con una máscara metálica de Guy Fawkes. Los matones con placa no tardan en caer ante la mezcla de artes marciales y destreza con los cuchillos del extraño, y Evey se encuentra preguntando su nombre al extraño. ¿La respuesta?
Visto el panorama, nadie puede culpar a Evey por pensar que V (el genial, genial Hugo Weaving de Matrix y El Señor de los Anillos) es “una especie de maníaco”. Aún así, su agradecimiento por salvarla de los Dedos es lo bastante grande como para que acceda a acompañarle al “concerto” que el enmascarado dice que va a ofrecer esa misma noche. De ese modo, Evey presencia cómo, pasada la medianoche del 4 al 5 de noviembre, el Old Bailey, centro de la Justicia londinense, explota al ritmo de la Obertura 1812 de Tchaikovsky mientras unos fuegos artificiales dibujan una V carmesí en el cielo.
Caballeros, ocúpense de ese terrorista antes de que todos los perroflautas de esta gran nazi-on decidan copiarle la careta y se pongan a liarla parda.
El régimen no tarda en poner en juego todos sus recursos para ocultar lo sucedido y capturar a los responsables. El encargado de investigar los hechos es el inspector Eric Finch (Stephen Rea, Juego de lágrimas), un policía de rara integridad en el conjunto del corrupto aparato fascista. Él y su fiel escudero, el sargento detective Dominic Stone (Rupert Graves, Sherlock), rastrean a Evey hasta su trabajo y se dirigen a la mañana siguiente a interrogarla, temiendo que si no se dan prisa la muchacha “desaparezca” a manos de los Dedos que dirige Peter “Creepy” Creedy (Tim Piggot-Smith), segundo de a bordo de Sutler.
Pero el destino les reserva una sorpresa tanto a Evey como a sus perseguidores. Esa misma mañana, mientras la joven se reincorpora a su trabajo en la TV pública, V hace una inesperada visita. Tomando como rehenes a los ocupantes del estudio central de los informativos, el enmascarado les obliga a emitir un vídeo en el que, para horror del régimen, hace algo más que explicar la verdad de lo ocurrido con el Old Bailey a la audiencia.
En la confusión posterior, Evey se cruza con V mientras huye de los policías que intentan detenerle, justo a tiempo de salvarle del sargento Stone, pero resultando inconsciente en el proceso. Cuando se despierta, descubre que está en una barroca galería subterránea como prisionera/invitada de V, el cual le hace una oferta: ayudarle a hacer justicia y castigar a los capitostes de Fuego Nórdico por sus múltiples crímenes. Evey, que perdió a sus padres siendo adolescente a manos de los Dedos, acepta, sin sospechar que eso le va a llevar a convertirse en cómplice de cosas mucho peores que la voladura de un edificio histórico… y a poner a prueba su propia resolución.
Quienes tampoco sospechan lo que les espera son Finch y Stone, quienes continúan su investigación, pese a las trabas que el propio Sutler les pone. Lo que van descubriendo a medida que caminan por esa senda prohibida no sólo es más horroroso de lo que piensan, sino que indica que varios personajes privilegiados del régimen tienen un pasado común con V… y que la venganza del misterioso terrorista va mucho más allá de matar a quienes destrozaron su vida. Porque V, al igual que Dios, ni juega al azar ni cree en la casualidad…
Vivificante vodevil contra la venalidad del poder
Una revolución sin baile no es una revolución que merezca la pena.
Cuando vi por primera vez V de Vendetta, lo cierto es que no estaba en condiciones de valorarla en toda su magnitud, dado que aún no había leído el cómic. Salí del cine enamorado de la historia, de ese antihéroe de motivos nobles y métodos más que discutibles, y de esa musa, valiente y frágil a un tiempo, que se convertía al mismo tiempo en su confidente y su contrapunto. Salí con los ojos escociéndome por la historia de Valerie, la mujer que catalizó la transformación de un preso más en un símbolo viviente de la lucha contra la libertad. Y, sobre todo, salí determinado a pillarme el tomo con la edición completa del cómic, decidido a conocer la obra original y dilucidar por mí mismo si las quejas de Alan Moore sobre la bastardización de su obra y su mensaje tenían fundamento.
Lo cierto es que, cuando la leí, tuve que reconocer que Moore tenía razón… en parte. El V de la película es más blando, más edulcorado que el del cómic, y su mensaje es de una nebulosa apelación a la libertad, sin el explícito anarquismo de su encarnación original ni la casi completa despreocupación por los daños a víctimas inocentes. El régimen es de una maldad mucho más explícita y menos ambigua, ya que no hay un entorno posnuclear que justifique hasta cierto punto las crueles medidas de Fuego Nórdico, y su líder carece de los matices de humanidad y patetismo que le aportaba el cómic. No me sorprendió reconocer que el cómic era superior a la película.
Pero eso no significaba que la película fuera mala: sólo significaba que la película tenía un listón casi imposible de superar como modelo. Y, a mi juicio, McTeigue y los Wachowski lo hicieron bastante bien para tratarse de una tarea tan compleja. Fue un acierto que cambiaran los detalles más anacrónicos del original (la supercomputadora Destino, el entorno post-Tercera Guerra Mundial de la trama), y que actualizaran otros para adaptarla al contexto presente (el empleo de métodos de la América de Bush Jr. por parte del régimen británico, el terrorismo islámico como detonante de su ascenso al poder). También me gustó, aunque esto sea más que discutible, que V no fueran tan panfletario como en el cómic: por ejemplo, siempre me pareció que su discurso a la Justicia en el original confundía los términos, ignorando que la ley al servicio de un poder tiránico no es Justicia, sino Arbitrariedad, y en ese sentido me encantaba que la película despachara esta escena con una breve frase en la que el enmascarado venía a reconocer este hecho. Y, a pesar de que rebajara el tono anarca del original, me gustó que el filme incluyera elementos que a mí, siendo lego en esa materia, me recordaban a algunos de sus principios, como ese final con la multitud vistiendo las ropas de V para simbolizar que “detrás de esa máscara estamos todos y cada uno de nosotros” y las palabras con las que Evey Hammond refuerza esa idea. Disfruté incluso comparando al Gordon Dietrich del cómic, un criminal de poca monta y buen corazón que se lía con Evey, con el de la película, un claro trasunto del actor que le interpreta.
Hola, soy Gordon Dietrich, showman sin igual y homosexual armarizado a la fuerza. Y sepan que ese no es, ni de lejos, el mayor de los secretos que oculto por mi bien.
Las actuaciones son de aplauso, sobre todo por parte de Hugo Weaving, que afrontó la tarea de sustituir a James Purefoy en el papel con matrícula de honor, consiguiendo transmitir toda la expresividad y el conflicto interior del personaje sólo con su voz y sus movimientos; y de Natalie Portman, que hace más que creíble el hecho de que V vacile en su devoción a ser la encarnación impersonal de un ideal ante los sentimientos que Evey engendra en él. En ese sentido, también he de quitarme el sombrero ante el equipo de doblaje y localización, que logra realizar un trabajo respetuoso con el original y hasta preservar las aliteraciones de V en su discurso de presentación; algo que, como cualquier traductor os podrá decir, es de lo más chungo que existe. Además de eso, el director y los guionistas exhiben un sentido de la medida con la acción que parecieron haber perdido con Matrix Reloaded y Matrix Revolution, reservando las extravagancias del tiempo bala para momentos puntuales, incluyendo la confrontación final entre V y los máximos representantes del régimen fascista. La banda sonora, obra de Dario Marianelli, le pone el punto adecuado de epicidad y tragedia a cada escena, y es una delicia escucharla por sí misma.
Vamos, que la peli está bien, pero que el cómic está todavía mejor. Vedla, leedlo, comparadlos y debatidlos. Y no hagáis mucho caso al tito Alan Moore cuando despotrique sobre las adaptaciones al cine de sus obras, que con tanto rollo ocultista y tanto conflicto con DC ya chochea un poco.
Claro está que Alan Moore no llega ni en sueños a los extremos de deterioro mental del pobre Frank Miller. Ay, Frank, tú antes molabas.
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