El primer mes del año ya llegó a su final, y atrás queda la alegría del día de Reyes y la tristeza de ver que la economía de este país, y la de todo el mundo, va tan de culo o más que el pasado año. Y eso sin contar la que produce ver desaguisados como el naufragio del Costa Concordia, la absolución de los cómplices de Miguel Carcaño en el juicio por la muerte de Marta del Castillo, la de el presidente Francisco Camps en el caso Gürtel, y todo lo que tiene que ver con la puñetera ley SOPA y con el cierre de Megaupload, aunque de eso último tal vez hable en un manifiesto/sarta de chorradas al estilo del que ya pergeñé hace un par de añitos cuando todo el jaleo de la ley Sinde. Y sin tener en cuenta, tampoco, el pesar que me produce mi propia tendencia a la apatía y al derrotismo, que sigue presente a pesar de tenerla más controlada merced a las maravillas de la ciencia psiquiátrica y farmacológica. Debe de ser que enero, al venir justo después de unas fechas de alegría y reencuentro con la familia y ser un mes invernal, siempre da más sensación de que todo es sombrío y chungo.
Y hablando de felicidad navideña, tengo que decir que la hubo a manos llenas durante mi visita a la familia. No sólo compartí fechas tan señaladas con mis padres y mis hermanos, sino que inicié a mis sobrinos en el maravilloso mundo de los juegos de rol con las Aventuras en la Marca del Este, confirmando de paso el teorema de Doña Pitu y Herberwest según el cual toda partida, sea al juego que sea, se convierte al cabo de unas pocas sesiones en una iteración de Fanhunter. En este caso particular, la fanhunterización se produjo desde la sesión inicial, con momentos tan memorables como el ataque de risa de mi sobrino pequeño al hacer un juego de palabras entre el nombre de la capital de Reino Bosque (Marvalar) y “malabares”, o la decisión conjunta de los cuatro chavales de rebautizar al malvado clérigo Cartaramûn, villano principal de la aventura introductoria que les dirigí, como “Carteraman”.
Pero esto no es un blog de rol (por ahora), sino de cine y videojuegos rarunos (o no rarunos, pero que “molen”, desde el punto de vista de este humilde juntaletras), así que corto ya con el rollo “Qué triste es mi vida, volumen LXXVII” y voy con la película de este post. A ver, ¿cuántos de vosotros conocéis Redline?
Parece un películón, ¿eh? Eso pensé yo, y por eso me dirigí ipso facto a Películas Yonkis a echarle el guante… para descubrir que la que habían subido con la ficha y la descripción de esta peli era otra Redline, rodada tres años antes que la japonesa, y que a su manera resulta tan interesante como ella… aunque no precisamente por sus virtudes cinematográficas.
Y cuanto más acelero, mayor hostiazo me pego
Esta imagen bien podría ser un resumen gráfico de la película. Pero, al mismo tiempo, es incapaz de reflejar sus muchas y extrañas peculiaridades.