Ayer mi intención era ir, por fin, a una de las proyecciones de Hemoglozine. Incluso compré la entrada por anticipado en Zona 84. Y sin embargo, a las siete de la tarde llegué a casa tan agotado que no pude hacer otra cosa que ducharme, echarme en la cama y dormir hasta la medianoche.
¿Por qué? Porque aquella tarde fui uno más de los muertos vivientes que aterrorizaron Ciudad Real en la I Zombie Walk CR.
Llegué a la sala Zahora Magestic a eso de las doce del mediodía, más o menos, y me encontré a la mayoría de los presentes en el recinto concentradísimos en sus preparativos para la Zombie Walk. Había un par de pequeñas carpas de lona, en las que los que lo quisieran podían practicar el tiro con pistolas de paintball o jugar a un juego de Playstation Move que venía a ser una especie de House Of The Dead en clave cinematográfica, pero la mayoría de los presentes estaban ocupados maquillándose o dejándose maquillar.
El área de maquillaje estaba repartida entre dos pisos. En el inferior, el equipo de maquilladoras aplicaba las prótesis, lo que comportaba un laborioso pegado sobre la piel y un tiempo de espera hasta que el adhesivo secara; en mi caso, a mí me tocó quedar en las expertas manos de Georgina, una guapa muchacha a la que en otro tiempo y lugar no hubiera dudado en declararme rodilla en tierra, y que me “zombificó” la mejilla izquierda y la frente. En el piso superior, el resto del equipo aplicaba la base de maquillaje sobre la cara, la retocaba con los colores adecuados para simular carne podrida, y lo aderezaba todo con sangre falsa (en colores rojo o verde) de sabor azucarado. La mayoría de los participantes llevábamos el pack de maquillaje “barato”, con prótesis más sencillas (aunque eficaces), pero unos cuantos se rascaron el bolsillo para disfrutar del maquillaje “caro” y ponerse así impresionantes modificaciones dignas de una película profesional, en cuyo moldeado trabajaba el mismísimo Santiago Gijón.
El proceso no estuve exento de contratiempos: los compresores que el equipo de Teresa Roldán empleaba para aplicar la base de maquillaje se vieron forzados hasta el límite de sus capacidades, sobrecalentándose, y hubo que trasladar las operaciones del piso superior al piso bajo; esto, a su vez, ahondó la demora en los procesos de maquillaje respecto al horario previsto, algo por otra parte comprensible ante el gran número de participantes (150, según la organización) y el hecho de que las maquilladoras son seres humanos y, por tanto, hasta ellas tienen un límite.
Por suerte, la espera era fácil de amenizar con los juegos de tiro antes mencionados y con el papeo que ofrecía el capaz elenco de Zahora Magestic, así como con los ensayos del “baile zombi” para la flashmob con la que se iba a concluir la marcha. Pese a mi natural aversión al baile, yo mismo practiqué como los demás, ofreciendo en el proceso un material de inestimable valor a toda persona que desee hacerme chantaje en un futuro cercano.
Aún así, lo cierto es que la espera se me hizo larga; en ello tuvo que ver más el hecho de que hubiera dormido cinco horas (merced a que la tarde-noche-madrugada previa la dediqué a dirigir una partida de Dark Heresy a mis amigos) que otra cosa, aunque no me cabe duda de que la discutible decisión de desmontar las carpas de los juegos de tiro bastante antes de las cinco también tuvo su parte de culpa.
Al fin llegó la hora, y los zombis salimos a la puerta de Zahora Magestic para prepararnos a emprender la marcha. La lluvia, que llevaba toda la mañana azotando sin piedad la provincia, nos concedió en aquel momento una tregua, que a la postre se prolongaría durante buena parte del recorrido, con puntuales “reanudaciones de las hostilidades”. Todavía hubo que esperar un ratito más (media hora, poco más o menos) antes de echar a andar.
Y qué marcha, chicos y chicas, qué marcha. Dejando de lado lo incómodo que me resultaba a ratos andar arrastrando un pie torcido, por no decir lo que raspaba la garganta gruñir y gemir en plan muerto viviente, disfruté de todo el recorrido como un niño en una piscina de bolitas. Daniel Chamorro y Luis Eduardo González, en plan maestros de ceremonias, dirigían el ritmo de la marcha, haciéndonos parar a ratos para realizar algunas actividades típicas de zombies como soltar gemidos lastimeros a coro, alzar las manos hacia una inalcanzable farola como si fuera comestible, saltar todos a una… bueno, eso último quizás no fuera muy zombie, pero era sin duda gracioso. Los transeúntes nos miraban con una mezcla de asombro, diversión y miedo, y no pocos de ellos (sobre todo las adolescentes que salían de paseo en grupo en aquellos momentos) huían entre aterrorizados y descojonados cuando hacíamos amago de acercarnos o les gruñíamos hambrientos.
El punto culminante de la marcha lo encontramos al llegar a la plaza Mayor de la ciudad, donde los organizadores y guías nos concedieron dos minutos para hacer el gamba, con una única condición: no tocar a nadie. Yo hice mi parte en aterrorizar a la concurrencia, provocando unas pocas huidas a la carrera y una amenaza de paraguazo por parte de una chica, lo que me hizo sentir una pizquita de orgullo malicioso. A partir de ahí, emprendimos el camino de vuelta, con paradas ocasionales para “amenazar” una tienda de ropa y un cajero en el que una mujer sacaba dinero tratando de ignorarnos (en puridad, ahí pensé que nos podíamos estar pasando de la raya), y un entrañable momento en el que, al pasar por delante de un violinista callejero que tocaba su música, algunos de nosotros abandonamos por un instante nuestra interpretación para unirnos por parejas y bailar el vals como una especie de reinterpretación lúdica del “triunfo de la muerte” que tanto gustaba a los pintores flamencos.
Una vez regresamos a Zahora Magestic, ahí nos esperaba el propio Miguel Costas para… hacer playback con la versión zombi de “Pueblos del mundo, extinguíos”. Eso supuso una decepción más que notable para mí, aunque sin duda los organizadores y Costas tendrían motivos de peso para hacerlo así, y yo hice mi parte de todos modos en el flashmob. También nos esperaba el pastel solidario del conocido hostelero local Juan Cruz, Pandorgo de este año, quien lo elaboró a beneficio de Manos Unidas; todo el que quisiera podía llevarse una porción del rico pastel, diseñado en forma de ataúd con el nombre del festival en la tapa, pero lo propio era llevarse el trozo y dejar un donativo al personal de Manos Unidas allí presente para ayudarles a construir un colegio infantil en República Dominicana, y así contribuir a bajar los “números del horror” que el hambre y la pobreza dejan en el mundo.
Con esto di por acabado el festejo para mí, y me dirigí a casa para quitarme el maquillaje a fondo y descansar un poco. Cuando me quise dar cuenta, ya pasaba de la medianoche, y aún habiendo dormido hasta entonces me sentía cansado. Me dolió un poco haberme perdido el estreno de El último caballero y el pase de [·REC]3, pero lo cierto es que mi cuerpo me pedía sueño a gritos, así que tampoco tuve razones para sentirme demasiado culpable.
Lo que no pienso dejar pasar es la visita a las Catacumbas del Terror, ni la ceremonia de clausura con chocolate con churros incluido. De modo que, una vez dé la una de la tarde, podréis verme en la sala Zahora Magestic. ¡Hasta entonces!
2 comentarios:
Georgina? y yo que pensaba que te habia maquillado yo? (si eres el de la foto del facebook)xDDDD
Ya, pero las prótesis iniciales en la cara y la frente me las puso ella (a lo mejor es que me he liado con los términos)
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