Deseo la espera de una nueva entrada del blog no os haya sido muy dolorosa, mis queridos lectores. He estado oscilando entre la desmotivación y el exceso de trabajo, además de que, a raíz de un curso de introducción al mundo del Community Management que seguí en fechas muy recientes (impartido por los excelentes profesionales de Combo Comunicación), me he metido en la camisa de once varas de renovar un poco la imagen del blog. Es una tarea a la que todavía dedicaré un rato largo, así que no os asustéis si veis muchos cambios raros de diseño, o si algunos gadgets aparecen, desaparecen o cambian de sitio como un espectro de peli japonesa.
Mientras tanto, creo recordar que esto era una actualización, ¿no? Aprovechando que hace poco celebramos en todo el mundo el Día de Gastarnos los Cuartos en Aparentar Ante Nuestra Pareja San Valentín, vamos a hablar hoy de una peli que encarna como pocas el espíritu de esta fecha tan especial… igual que Black Christmas encarna el espíritu navideño.
O canceláis el baile, o cancelo vuestras vidas
Querida ciudad: esto es por bailar y poneros hasta el ojete mientras mis compañeros y yo nos pudríamos bajo tierra. Con cariño, Harry Warden.
En la pequeña población minera de Valentine Bluffs, emplazada en algún punto indeterminado de la costa este de Americanadá, hace dos décadas que no tiene lugar el afamado baile de San Valentín con el que los lugareños hacían honor al nombre de su ciudad. El fin de la centenaria tradición llegó en 1960, cuando los dos capataces que supervisaban el último turno en la mina se marcharon antes de tiempo, impacientes por llegar al baile, sin cuidarse de comprobar los niveles de grisú en la galería donde trabajaban en aquel momento los últimos cinco mineros que quedaban en la explotación; mientras ellos se divertían junto al resto del pueblo en el salón que albergaba el evento, una explosión sepultaba a los desdichados trabajadores bajo toneladas de escombros. La gente del lugar no descubrió lo ocurrido hasta la mañana del nuevo día, y los equipos de rescate tardaron semanas en apartar los escombros para descubrir a un solo superviviente: Harry Warden. El infortunado había aguantado con vida a costa de comerse los restos de sus compañeros muertos, y la terrible experiencia le dejó lo bastante trastocado como para escaparse justo un año después del psiquiátrico en el que le internaron y cargarse a los dos capataces, dejando sus corazones en el salón del baile de San Valentín como advertencia de lo que pasaría si alguien volvía a celebrar el festejo que tuvo la culpa de su ordalía. El paso de los años ha convertido estos sangrientos sucesos en leyenda, y los lugareños más mayores aseguran que Harry Warden visita otra vez la ciudad cada 14 de febrero para asegurarse de que nadie provoca sus iras volviendo a celebrar el festejo…
Pero este año, las fuerzas vivas de la población han decidido que ya está bien de alimentar esa vieja leyenda, y que es momento de retomar la centenaria tradición del baile de San Valentín. El propio alcalde Hanniger (Larry Reynolds) sigue muy de cerca los preparativos, en parte por el interés que despierta la reanudación de esta fiesta tras tanto tiempo, y en no menor medida porque prefiere que el comité de decoración que encabeza Mabel (Patricia Hamilton), dueña de la lavandería del pueblo, no ponga el acento en el hecho de que es el primer baile de la festividad en 20 años, por aquello de que es mejor que ese negro episodio de la historia de Valentine Bluffs quede sepultado en el olvido.
Para su desgracia, la misma mañana del jueves 12 el alcalde recibe una caja de bombones de San Valentín de lo más especial: una que contiene un corazón humano real, y un amenazador poemita que viene a sugerir que Harry Warden se ha enterado de los planes de la ciudad y no está nada contento con ellos. El sheriff de la localidad, Jake (Don Francks, Dientes de Sable en la serie animada de X-Men), toma de inmediato cartas en el asunto para averiguar si el lunático sigue en la institución mental en la que fue encerrado, pero las circunstancias parecen conspirar contra él: primero no puede conectar con la enfermera responsable de los informes de pacientes antiguos, y luego resulta que el archivo principal no conserva datos de hace tanto tiempo.
¡SORPRESA! ¡Soy tu admirador secreto, y quiero que me entregues tu corazón!
Mientras todo esto ocurre, los jóvenes y garrulos chicos que trabajan en la mina local, propiedad de la familia Hanniger, tienen sus propias preocupaciones, centradas sobre todo en cómo convencer a la chica de turno en que les acompañe al baile; un problema que, para el hijo del alcalde, T. J. (Paul Kelman), y su antiguo amigo Axel (Neil Affleck, animador y director de varios episodios de Los Simpson y Padre de familia), reviste una capa extra de complicación. Los dos están interesados en la misma chica, Sarah (Lori Hallier), que salía con T. J. antes de que éste marchara a intentar buscarse un futuro a la costa oeste (adivinad como de bien, o más bien MAL, acabó el intento), y que ahora está con Axel. Aunque los dos amigos aún se sienten unidos por el recuerdo de sus travesuras de niñez y juventud, ninguno de los dos está dispuesto a dejar vía libre al otro, y la tensión entre ambos empieza a envenenar sus interacciones en el tajo y en el abrevadero local que regenta Happy (Jack van Evera, quien también aparecía en Black Christmas), un ferviente creyente (y divulgador) de la leyenda de Harry Warden.
La noche del jueves 12 al viernes 13 (no, la elección de la fecha no tiene nada de casual), es Mabel la que encuentra una misteriosa cajita en forma de corazón en su lavandería… y al propio asesino, ataviado de minero y armado con un afilado pico. Cuando el sheriff Jake acude a visitar a la mañana siguiente a Mabel, espoleado por la tensión romántica no resuelta que ambos mantienen desde hace un tiempo, se da casi de morros con su cadáver horriblemente desfigurado, con el corazón arrancado y otro poemita-amenaza en la cavidad que ocupaba el órgano. Ante esta reafirmación de la presencia de un asesino en Valentine Bluffs, el alcalde Hanniger toma la decisión poco común en el género (por sensata) de cancelar el baile, poniendo como excusa la muerte por “repentino infarto” de la pobre Mabel para no provocar el pánico entre los lugareños.
Este intento de ocultar la verdad, aunque lógico, acabará teniendo consecuencias terribles. Ni a los chicos ni a las chicas del pueblo les convence tener que quedarse sin baile de San Valentín por la muerte de su organizadora principal, y menos aún cuando ella estaba poniendo todo su esfuerzo en hacer de la fecha una ocasión inolvidable, de modo que resuelven organizar su propia fiesta de San Valentín en secreto. El lugar elegido para ello es la propia mina, donde cuentan con suficiente infraestructura (e intimidad) para dedicarse al bebercio, a sus jugueteos amorosos, a hacer visitas guiadas por las galerías de la mina… o, en el caso de T. J. y Axel, a seguir peleándose por Sarah, quien cada vez parece decantarse más por mandarles a los dos a la mierda por pelearse como gallitos. Qué lástima que el asesino también esté enterado de su fiesta, y que el emplazamiento sea lo bastante recóndito para asegurar que ningún agente de la ley interrumpe su sanguinaria campaña de boicot al Día de los Enamorados…
La venganza lleva máscara antigás
Harry, cuando el chaval hablaba de “taladrar” a su novia, no lo decía en un sentido tan literal.
Dentro de lo que es el mundillo del slasher, My Bloody Valentine (San Valentín sangriento) no destaca por su originalidad, y de hecho abraza en más de un momento sus similitudes con Viernes 13 (por ejemplo, el desencadenante de la acción también es una pasada tragedia fruto de la negligencia); por lo que sí destaca es por hacer las cosas de manera bastante competente, elevándose de esa manera por encima de la media del género… aunque bien es verdad que dicha media es deprimentemente baja, por culpa de la gran cantidad de subproductos de serie Z y secuelas de baratillo que plagan esta modalidad del cine de terror, pero eso es otra historia.
Ya desde el comienzo, los habitantes de Valentine Bluffs se empeñan en hacerse un hueco en nuestro corazoncito (no de la manera que pretende el asesino, tranquilos), y lo cierto es que hasta lo logran. Por ejemplo, la divertida escena que sigue a los sanguinolentos créditos iniciales, en la que los jóvenes mineros echan una improvisada carrera de coches a la salida del tajo con una acelerada pieza al banjo de fondo, logra hacer que CASI resulte atrayente la idea de ser un minero paleto en un pueblecito del frío norte del continente americano, y las ambivalentes interacciones entre T. J. y Axel transmiten mejor de lo esperable la idea de que ambos mantuvieron una bonita amistad que ahora se ha echado a perder por el devenir de la vida. Los personajes más adultos también ponen esfuerzo en ganarse al espectador, con momentos como la triste sonrisa del sheriff Jake al descubrir la cajita de San Valentín que Mabel le envió antes de morir. No significa eso que no haya cierta sobreactuación, o algunos momentos de poca naturalidad (la reacción del alcalde ante el primer corazón humano, por ejemplo), pero no llegan a rebajar el trabajo actoral del metraje por debajo de lo aceptable.
El guión también procura que las acciones de sus personajes tengan más lógica de lo habitual en el género. La decisión de las fuerzas vivas de Valentine Bluffs de cancelar el baile no sólo es sensata, sino que se parece mucho a lo que un gobierno local de verdad haría en su lugar, con encubrimiento y todo; la reacción de los jóvenes mineros y sus chicas, en apariencia tan similar a las decisiones estúpidas que sirven de motor a la trama de tantos otros slashers, resulta más entendible en el contexto de la película debido a dicho encubrimiento, lo que ayuda a que los asesinatos no pierdan su impacto emocional: aquí no nos pasará lo de “y a mí qué me importa que maten a ése/ésa, que sólo le ha faltado ir gritando HOLA SEÑOR PSYCHOKILLER, CRÚJAME, QUE SOY IDIOTA”.
Por el amor de una mujer/Somos dos hombres con un mismo destinooo…
Y ya que lo mencionamos, vamos a la harina del asunto: los asesinatos. Aquí es donde la cuestión empieza a fallar, al menos en lo que se refiere a la versión del filme que pudimos disfrutar desde su estreno en 1981 hasta su relanzamiento en DVD en 2009. No es que los momentos en los que el asesino actúa estén mal rodados, o que carezcan de la tensión y el suspense necesarios, sino que el clímax de cada asesinato sufrió recortes; y no me refiero a recortes en plan "conservemos el impacto de la escena sin hacerla tan gore”, sino más bien del tipo “hola, somos los mismos capullos que deciden los cortes publicitarios en Antena 3 y sus cadenas aledañas, y esto es Jackass”. Algunos asesinatos logran salir con la tensión y la brutalidad más o menos intactas de la tijera, pero otros, como el de la olla de perritos calientes o el de las duchas, quedan todavía más masacrados que las pobres víctimas. Todo esto se debe a que la película apareció en las pantallas justo después de la muerte de John Lennon, un momento en el que arreciaban las críticas hacia la violencia cinematográfica. Hubo que esperar a que los dueños de los derechos decidieran hacer un remake para que apareciera una edición en DVD completa… que yo tuve que disfrutar a través de Youtube.
Y qué disfrute. Casi entiendo los recortes de la versión original (nótese el casi) al ver las brutales muertes a las que el asesino somete a sus víctimas en toda su gloria: abrasamientos en agua hirviente, ojos sacados a golpes de piqueta, extracciones de corazón, empalamientos en alcachofas de ducha, amputación de miembros… Todo ello con unos FX que aguantan bien la prueba del tiempo pese a los más de 30 años transcurridos, y que en más de un momento nos harán volver la mirada con el mismo horror con el que lo hace Jake al encontrar los desfigurados restos de Mabel.
Como colofón de ambas versiones, tenemos un final con sorpresilla extra (que no final sorpresa) que cierra con brillantez la trama al tiempo que deja la puerta abierta a una posible secuela (que, para bien o para mal, nunca llegó a producirse) y redondea el tono de “leyenda negra rural” del metraje; de guinda en el pastel tenemos una recapitulación, en clave de canción country, de la historia de Harry Warden durante los créditos finales.
¡Brazo de minero al hollín! ¡El desayuno de los campeones! ¡La comida de los campeones! ¡La cena! La merienda. El brunch…
Eso no quita para que la segunda mitad de la película, que transcurre casi por completo en las instalaciones mineras, resulte a ratos algo pesada. Tal vez sea el efecto de múltiples visionados, pero el filme da cierta sensación, sobre todo en la versión íntegra, de estirar algunas escenas para llegar al metraje mínimo de estreno. También planea cierta sensación de que la identidad del asesino fue decidida a última hora, dado que las reacciones anteriores al desenmascaramiento del personaje que resulta ser el autor de las muertes no parecen congruentes con sus objetivos y su pasado… a menos que pensemos que su meta principal era que las autoridades del pueblo admitiesen públicamente el verdadero motivo de la cancelación de la fiesta, y atajaran así de raíz la posibilidad de celebrar fiestas extraoficiales; eso, por cierto, seguiría dejando sin respuesta por qué el sheriff y el resto de lugareños no pensaron en esa persona como principal sospechoso, conociendo su traumático pasado.
Vamos, que si vuestro interés por el slasher va más allá de lo pasajero, My Bloody Valentine es una buena manera de pasar una tarde o noche entretenida, sin que llegue tampoco a obra maestra o creadora de paradigmas dentro del género. Además, es el slasher favorito de Quentin Tarantino: ¿no os preguntáis por qué?
Y ahora vuelvo al rediseño del blog. La próxima actualización, si el MonEsVol quiere, se hará esperar menos.
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