¡Buenos días! ¿Habéis dormido bien? En caso de que no, ¿habéis tenido al menos pesadillas interesantes? Espero que así sea, de una manera u otra. Yo, tras varios días con el ritmo circadiano más loco que Pocholo Martínez-Bordiú todo puesto de coca, por fin he logrado dormir una noche seguida… más o menos. Me gusta pensar que a ello ha contribuido, en bastante medida, mi asistencia anoche a la proyección de Quatermass And The Pit (la versión original –y subtitulada- de ¿Qué sucedió entonces?) dentro del ciclo de Clásicos Escondidos que el periodista, crítico de cine y buen tío en general José Luis Vázquez presenta en la taberna irlandesa Deicy Reilly’s cada semana; una proyección que, como ya mencioné ayer, forma parte además de las actividades complementarias del festival Hemoglozine. Por ello este post, más que una crítica al uso del filme, va a ser una pequeña crónica de lo vivido anoche.
Lo cierto es que llegué tarde a la proyección, que en teoría comenzaba a las 22.00 horas, porque elegí la hora previa para ocuparme de la amplia cola de ropa que tenía por planchar; en esa decisión influyó el frío reinante en mi habitación (todavía no han puesto la calefacción central en el edificio) y mi deseo de ayudar a caldearla con los vapores de la plancha. Para cuando salí de mi choza, pertrechado con mis botas de invierno y mi chupa de cuero, tuve la agradable sorpresa de encontrarme con un frío bastante más moderado que la noche previa. Un breve trayecto en coche me puso delante de la puerta de la taberna irlandesa, donde al entrar me llevé una segunda sorpresa agradable: la película todavía no había comenzado, pues el director de Hemoglozine, Luis Eduardo González, estaba realizando primero la presentación del programa de actividades y proyecciones del festival.
Luis Eduardo González, dándolo todo ante la afición.
Tras esta presentación del festival, que (hasta donde yo pude ver) siguió la tónica de la rueda de prensa de esa misma mañana, José Luis Vázquez procedió a ofrecer las explicaciones previas sobre Quatermass And The Pit; un filme sobre el que avisó que era aconsejable verlo con una cierta dosis de ingenuidad, ya que sus efectos especiales, modestos hasta para la época en que se rodó (1967), no es que hubieran envejecido muy bien. Vázquez también se explayó en cierta medida sobre las claves temáticas e ideológicas del filme: su canto a los hombres de ciencia, su crítica del militarismo y de la mentalidad que lleva asociada, y sobre todo el ataque frontal que la película realiza al racismo y a todas las formas de intolerancia.
José Luis Vázquez (izquierda, con jersey verdinegro) ofrece a sus espectadores las claves para disfrutar mejor de Quatermass And The Pit antes de dar comienzo a la proyección.
Una vez presentada la película, llegó el momento de verla. Y qué película, señores. Comienza con unas obras para ampliar una estación de metro en un barrio de Londres que encuentran una serie de antiquísimos fósiles de homínidos y lo que al principio parece un obús alemán sin estallar, y acaba con el propio doctor Quatermass (interpretado por Andrew Keir) y sus aliados luchando a brazo partido contra un terrible mal que lleva anidado más de cinco millones de años en nuestros instintos. En el proceso, Quatermass tiene que topar cabezas con un soberbio y estúpido militar de alta graduación, buscar explicaciones científicas a fenómenos que en el pasado fueron considerados con nombres como “apariciones” o “brujería”, y poner en la picota su propia cordura para desentrañar la verdad sobre el objeto oculto bajo el suelo de Londres y encontrar una manera de vencer su malévola influencia. Además, tiene un personaje femenino que, para la época, es bastante proactivo, y desempeña un papel fundamental en la investigación de Quatermass.
Tal vez es que me apliqué demasiado bien a ver la peli con esos “ojos ingenuos” que aconsejaba Vázquez, pero lo cierto es que la gocé. La gocé como un chon goza de un barrizal fresquito en plena canícula de agosto. O tal vez, sólo tal vez, es que Vázquez tiene más razón que un santo cuando dice que Quatermass And The Pit sigue siendo 100% vigente. Las implicaciones de su trama siguen resonando con toda su fuerza a la vista de nuestra sociedad actual y los odios que en ella se fraguan por motivo de etnia, religión, opción política o gustos artísticos; y, como repetí con entusiasmo de fan adolescente histérico a todo el que me quiso escuchar (empezando por el propio Daniel Chamorro, que me aguantó con la paciencia de Job), si hicieran un remake en la actualidad con unos efectos especiales de postín para las escenas clave, el resultado iba a ser que los fabricantes de somníferos, las tintorerías especializadas en ropa interior sucia y los psiquiatras iban a forrarse de oro macizo… porque los espectadores iban a cagarse tanto de miedo en sus butacas que luego no iban a poder dormir en semanas.
No, no son fuegos artificiales, ni un espectáculo de luces. Es el fin del mundo.
Acabada la proyección, y emplazada una conversación más en profundidad con José Luis para otro momento (el hombre iba con prisa), me retiré a mi madriguera con prontitud. En todo el viaje de vuelta no pude quitarme de encima esa sensación de feliz atontolinamiento, algo así como una versión suave del ‘colocón’ de las drogas, que te deja haber visto una película que te ha encantado. Y con esa sensación, y una cena tardía a base de chorizos criollos del Mercadona al microondas, me acabé yendo a planchar la oreja.
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