Mi apatía y mi depresión han tenido no poco que ver en el retraso de esta crítica, junto con el hecho de que no encontraba ánimo para ver una película (porque sí, esta vez tocaba peli) digna de recibir el tercer grado en el blog. Tampoco ha ayudado el tener que ponerme al día con el grupo con el que juego a Anima: Beyond Fantasy. Por suerte, hace unas semanas por fin dediqué un rato a ver una de mis múltiples adquisiciones, la italianada terrorífica de los 80 conocida como El hombre-rata. Esta es una de esas películas cuyas carátulas siniestras me fascinaban de pequeño, cuando mi hobby favorito era pasar las tardes mirándome de cabo a rabo la sección de terror del videoclub de mi barrio; por tanto, fue una de las muchas que busqué por tierra, mar, aire e Internet una vez tuve suficiente edad, aunque estaba avisado gracias a la memorable Goremanía (mi primera biblia del género) de que más me valía no crearme falsas esperanzas sobre la calidad final de lo que encontraría en mi pantalla cuando por fin la visionara. Con todo, ni yo esperaba una poza de ineptitud como la que esta película cava en sus 86 minutos. Si eso significa que soy un puto ingenuo, que así sea, pero el caso es que El hombre-rata pulverizó mis expectativas más pesimistas.
Curiosa manera de ganar el premio Nobel, vive Dios
Ratoncito, tú y yo vamos a ser famosos muy pronto.