lunes, 26 de noviembre de 2007
Phenomena: la doncella, el dragón y el Profesor X en los Alpes suizos
Yo quisiera ser civilizado como los animales
Así cantaba hace ya tiempo Roberto Carlos (no, el futbolista no) en El progreso, uno de los temas más famosos del cantante melódico brasileño, y uno de los más demoledores con nuestra manera de vivir. Un tema que bien podría hacer suyo, aunque con arreglos heavymetaleros, Dario Argento. En sus filmes, los animales siempre han tenido un importante papel, algunas veces como siervos del Mal, pero la mayoría de las ocasiones como meros testigos mudos o incluso aliados de los protagonistas: El pájaro de las plumas de cristal, por ejemplo, se llama así porque el ave de dicho nombre es la que acaba delatando la localización del asesino. Ese amor por los animales tiene su expresión máxima en nuestra película de hoy, cuya idea surgió tras leer un artículo sobre entomología forense. Argento se lamentaba de que muchas especies de insectos se estaban extinguiendo sin que nadie luchara por ellos como se lucha por las ballenas o los delfines, y pretendía aportar su granito de arena con el retrato positivo que hace de los mismos en el filme.
Para protagonizar este alegato en favor de los insectos vestido con ropajes de thriller sobrenatural, el director romano hizo una de las mejores elecciones de casting de toda su carrera. La joven actriz y modelo Jennifer Connelly acababa de debutar en el cine con un breve pero muy intenso papel en Érase una vez en América: el del amor imposible del futuro gángster David Aaron "Noodles". ¿Quién podía dar mejor el tipo de muchacha inocente cuyo paso a la madurez implica enfrentarse a un gran peligro? ¿Quién no se enamoraría de ella al verla en pantalla? ¿Quién no la animaría al verla en peligro y desearía que saliese con bien al final? Si alguien ha contestado "yo no" a las preguntas anteriores, que haga el favor de mirar en el diccionario lo que es una pregunta retórica; y ya de paso, que se compre un alma de repuesto, que la suya está más que deteriorada.
Con semejante conjugación de factores, tenía que salir una obra maestra. Lo que salió, sin embargo, es una de las películas más apaleadas por los críticos. A los detractores de Argento les provocó un patatús, y hasta algunos admiradores del director renegaron de la película. Lo más gracioso de estos últimos es que adujeran motivos como el exceso de elementos argumentales o la disparidad de estilos en la banda sonora... cuando luego aclaman Inferno, que en recargar el argumento y variar el estilo estilo de la banda sonora con cada escena no tiene rival. Pero todo eso no importa, porque el tiempo ha dado la razón a Argento: Phenomena se ha convertido con el paso de los años en un filme de culto. Ahora vamos a intentar ver por qué.
Abuelito dime tú, ¿por qué matan a muchachas por aquí?
La película empieza en boscosa, montañosa y bucólica Suiza, en una región conocida como "la Transilvania suiza" (con un apodo tan halagüeño, dan ganas de irse de vacaciones para allá). Un autobús recoge en medio del campo a una comitiva de turistas y emprende la marcha, sin darse cuenta de que se ha dejado en tierra a una pasajera (Fiore Argento, hija mayor de Dario). Mientras una evocadora melodía acompaña a los créditos iniciales, nuestra turista despistada intenta buscar ayuda y refugio frente al viento en una casa de campo apartada del camino. Tras entrar por la puerta principal, que no está cerrada con llave (mala señal) intenta llamar a voces la atención de quienquiera que habite en la vivienda. No sabe que hace tiempo que ha llamado la atención del único inquilino presente en el lugar; tampoco sabe que más le valdría volver a la carretera y hacer dedo hasta la población más cercana, pues dicho inquilino está encadenado a una pared, y apenas ha visto a la joven ha empezado a pegar violentos tirones a sus cadenas hasta arrancarlas de cuajo. Pero ya es demasiado tarde para ella: el misterioso ocupante de la casa la ataca, primero con las cadenas y luego con unas tijeras de costura, y tras una persecución que les lleva a un mirador sobre una cascada la apuñala y decapita. La cabeza cae al agua y baja por las corrientes hasta hundirse en un tranquilo remanso. En poco más de seis minutos, ya tenemos la primera víctima de la película.
De hecho, se trata de la primera de una larga serie, como descubrimos en la siguiente escena, en la que el inspector Geiger (Patrick Bauchau), investigador de la policía suiza, ha llevado la cabeza, ya pasto de los insectos y gusanos, al entomólogo escocés John McGregor (Donald Pleasence, el inolvidable doctor Sam Loomis de La noche de Halloween). McGregor es un especialista en insectos necrófagos, postrado en una silla de ruedas tras un accidente de coche, y que vive con la única compañía de Ingrid, una chimpancé entrenada que hace las veces de enfermera. Por las especies de larvas y gusanos que se encuentran en los restos de la cabeza, McGregor determina que la muerte ocurrió hace ocho meses y medio; más o menos por la misma época desapareció una turista danesa llamada Vera Brandt, la primera de una serie de jóvenes de las que nunca se ha vuelto a saber, y cuyo caso está investigando Geiger. El hallazgo viene a confirmar que las jóvenes desaparecidas, entre las que se encuentra Greta, una muchacha que solía visitar a McGregor, han sido víctimas de un asesino en serie. No es que el buen profesor no se oliera algo así, pero darse de morros con la fea, feísima prueba de lo que es probable que le sucediera a su joven amiga tiene que ser bastante duro de sobrellevar.
Enmarcada ya la premisa del filme, es hora de que conozcamos a nuestra protagonista: Jennifer Corvino (Jennifer Connelly), la guapa hija adolescente del famoso actor y director Paul Corvino, que ha venido a Suiza a estudiar interna en el elitista colegio de señoritas Ricardo Wagner (no os riáis, así le llaman en el doblaje español). En el viaje desde el aeropuerto hasta el centro le acompaña una de las profesoras, Miss Bruckner (Daria Nicolodi, pareja durante muchos años de Dario Argento y madre de Asia Argento). Durante el trayecto, sufren un percance típico de los viajes en coche por el campo: una abeja entra por la ventanilla. Pero mientras que Miss Bruckner se asusta e intenta mantarla, Jennifer la trata con delicadeza y deja que se pose en su mano. Ante la mezcla de sorpresa y asco de la profesora (y de unos cuantos espectadores, no me cabe duda), la muchacha explica que los insectos le gustan y que jamás le han hecho daño; mientras dice esto, acaricia el lomo de la abeja, lo que nos da la primera pista de que esta muchacha es algo más que una amante de los animales corriente.
Apenas llega al colegio (con voz de narrador incluida... ¿a qué nos recuerda eso?), Jennifer conoce a su compañera de habitación, Sophie (Federica Mastroianni, sobrina de Marcelo Mastroianni). También conoce a la estricta directora del centro (Dalila di Lazzaro), que entra para confiscar los posters de Paul Corvino que Jennifer ha traído consigo y recordarle con ello lo estrictas (léase: estúpidas, crueles e irracionales) que son las reglas en este lugar. El incidente sirve para que Jennifer y Sophie traben amistad, ya que esta última es "fans" (que es como ser "fan", pero en plan histérico-Super Pop) del apuesto padre de la primera, y le hace mucha ilusión compartir clase y dormitorio con la hija de su ídolo y mito erótico. A modo de inauguración de su amistad, Sophie hace gala de su conocimiento sobre los chismes de la familia de Jennifer, y esta a su vez le habla sobre el día en que su madre abandonó a su padre (basado en el día en que la madre de Dario Argento hizo lo propio con su padre, Salvatore).
Esa misma noche, lo extraño empieza a invadir la vida de Jennifer. Aquejada de un ataque de sonambulismo, se levanta y empieza a deambular por el colegio hasta llegar a la cornisa del último piso. Al mismo tiempo, el asesino que opera por estos parajes persigue a su nueva víctima por el interior de un edficio aparentemente abandonado. Sus caminos se cruzan al final cuando Jennifer presencia desde la cornisa la muerte de la joven, lo que no es suficiente para sacarla de su trance. Tampoco sale de él cuando la cornisa se desprende a su paso y, gracias a una inverosímil (en el mundo real, claro, pero no en Argentolandia) sucesión de casualidades, logra llegar al suelo sin romperse nada, ni cuando sufre un leve accidente con un coche conducido por dos chicos. Los jóvenes intentan llevarla a un hospital, pero ella se debate en sueños, intentando despertar, y acaba cayéndose del coche y rodando cuneta abajo hasta el bosque; los chicos deciden dejarla tirada ahí, pensando que está drogada, y demostrando con ello que el asesino debería ampliar su campo de acción a los niños pijos con coche. Al menos la caída tiene al final el doble efecto positivo de despertarla sin que recuerde lo que le ha pasado durante su paseo nocturno y cruzarla en el camino de Ingrid, que la conduce hasta el profesor McGregor.
El encuentro con McGregor es de lo mejor que le podría pasar a Jennifer, ya que el entomólogo no sólo empatiza con ella (es guapa y le encantan los insectos: ¿qué más puede pedir?) y le permite pasar la noche en su casa (sin segundas intenciones, no seáis malpensados), sino que se da cuenta de un curioso detalle: un escarabajo que está estudiando en esos momentos se excita ante la presencia de la muchacha, y segrega por sus glándulas la sustancia que utiliza para atraer a la hembra. Al profesor le sorprende tanto más por estar fuera de la época de celo de este insecto, pero no se le ocurre qué demonios puede causar este comportamiento. Antes de que la chica vuelva al Ricardo Wagner (no sé cómo puedo poner esto sin que me entre la risa), McGregor le sugiere que la próxima vez que le pase se repita a sí misma "ando dormida, debo despertarme" hasta salir del trance.
La directora del colegio se toma con bastante menos alegría el sonambulismo de Jennifer, y la obliga a pasar un examen médico con electroencefalograma incluido, sugiriendo que puede ser esquizofrénica o estar drogada; como es de esperar, Jennifer, que durante la prueba sufre breves flashes del asesinato que presenció sin saberlo, acaba marchándose de la enfermería con un importante cabreo. Las compañeras de Jennifer tampoco se toman bien el problema de la joven: por alguna disparatada razón, que a buen seguro tiene que ver con pasar la edad del pavo en un internado y bajo la supervisión de una descendiente directa de la señorita Rotttenmeier (ni a mi peor enemigo le deseo algo así; bueno, a mi peor enemigo sí, pero no a los demás), creen que se está dando aires de importancia.
La noche cae de nuevo, y Jennifer convence a Sophie de que la vigile mientras duerme, para despertarla en caso de que le dé otra vez por pasear sonámbula. Con lo que las chicas no cuentan es con la inesperada visita del novio de Sophie, un milico. Al ver las señales de luz que este le manda, Sophie se escabulle para tener un encuentro clandestino con él, dejando a Jennifer sin supervisión. Como es de esperar, sufre otro episodio de sonambulismo, pero gracias al Método McGregor (tm) sale del trance... para descubrir que está sola. Jennifer sale inmediatamente a buscarla, sin saber que su amiga acaba de tener un fatal encontronazo a la vuelta de su cita. Sola y sin ninguna idea de dónde puede estar Sophie, nuestra heroína recibe la inesperada ayuda de... una luciérnaga. Como si el insecto supiera a quién busca (guiño-guiño) , guía a Jennifer hasta un guante enganchado a una reja, cubierto de gusanos; este guante le provocará a Jennifer el susto de su vida cuando, al llegara su habitación, su visión se convierta por un momento en la de unos ojos compuestos... que contemplan el cadáver de Sophie.
Este suceso, aparte de disparar la hostilidad del entorno académico hacia ella (que culmina en una memorable escena que viene a ser como el clímax de Carrie pero con menos sangre de cerdo y más insectos cabreados), confirma un inesperado y prodigioso hecho: Jennifer posee la capacidad psíquica de empatizar con los insectos. Y esa capacidad, junto con la sabiduría del profesor McGregor, puede ser la que permita a la joven encontrar al responsable de la muerte de su amiga... a no ser que el asesino le mande a hacerla compañía antes.
¡Insecticos y monetes! ¡Ay los monetes!
No puedo culpar demasiado a la crítica convencional por odiar Phenomena. ¿Qué pensarían al ver semejante mezcla de thriller sangriento, misterio y poderes paranormales que bien podría colar en un episodio de los orígenes de los X-Men? Casi me imagino a los más altos del gremio (léase: pedantes que creen que de John Ford para acá todo es una mierda) echando espumarajos por la boca al aparecer los créditos finales. Lo que no acaba de entrarme la cabeza es que haya devotos de Argento a los que no les gustara.
Para empezar, la trama es otro cuento de hadas sangriento, igualito que en Suspiria: una joven que llega a una tierra desconocida para ella debe enfrentarse a un terrible mal para devolver el orden de las cosas a su estado natural y dar el primer paso a la madurez. Multitud de relatos míticos (es decir, de cuentos de hadas) comienzan con la toma de conciencia de la perturbación de una armonía idílica; el asesinato inicial representa esa ruptura, y la toma de conciencia de la misma se produce en la escena posterior, cuando McGregor constata que las desapariciones de muchachas son obra de un asesino en serie. Jennifer es la doncella inocente y virtuosa (de ahí que vista de blanco en casi todo momento) capacitada para enfrentarse al Mal, y McGregor es el sabio mentor (con bastante de precursor del insigne Gil Grissom y otro tanto, dado el contexto, del Profesor Xavier)que le enseña los conocimientos que le harán falta en su misión. El asesino, por supuesto, es el monstruo, el dragón, la encarnación del Mal a la que la heroína debe vencer para restaurar la paz en el lugar.
El guión se atiene más a la lógica del relato mítico que a la de nuestro mundo real, y eso tal vez explique que haya detalles que no tengan mucho sentido en un primer visionado: sí lo tienen, lo que pasa es que dicho sentido no es el normal en nuestro mundo, sino el normal en Argentolandia. Por ejemplo, tenemos la desaparición de la escuela por más de un día de Jennifer, que en el mundo real provocaría una operación policial de búsqueda (ya me puedo imaginar a la directora del colegio comiéndose las uñas de ansiedad y preguntándose a cuánto estará el billete para Pernambuco en caso de que la muchacha no aparezca), aquí no parece despertar mucho la ansiedad ni del centro de estudios ni de la policía, aunque sí del abogado de la familia, como vemos al final de la película. También nos podemos detener en la burla multitudinaria a la que la joven se ve sometida por parte de sus crueles compañeras, con el beneplácito velado de la directora; si bien antes se nos han dado pistas de que Jennifer empieza a no caer bien entre las demás alumnas, no se nos da suficiente motivo para que de repente se lancen en manada a mantearla (y eso convierte esta escena en un genuino "momento ¿¡EEEEEEEEEEEHHHH!?").
La naturaleza misma se nos presenta como aliada de la heroína. Los insectos, en apariencia tan insginificantes y hasta repulsivos, actúan como fuerzas positivas que ayudan a Jennifer a investigar los crímenes y hasta protegen su vida en varias ocasiones. Son a la vez avisos mudos de la presencia del Mal, como en Suspiria, y agentes activos en la lucha contra él. No debemos olvidar tampoco a Ingrid, la servicial asistente del doctor McGregor, cuyo papel en el final de la historia es muy similar al del cazador en Caperucita Roja (y hasta ahí puedo leer...). Los fenómenos naturales tienen un papel más ambiguo: el viento, tradicional aviso de la presencia del mal en el cine de Argento, está muy presente durante todo el metraje, y llega a sugerirse que puede tener relación con la violencia del asesino, mientras que el agua, otro símbolo frecuente de la inminencia de la muerte, aparece tanto al principio como en el clímax final. En cuanto a los adversarios a los que Jennifer tiene que superar, no todos son aliados directos del Mal. Están los que son estúpidos e ignorantes y no miran más allá de sus prejuicios, como la directora, que equipara a Jennifer con el bíblico Beelzebub, Señor de las Moscas, o las compañeras de clase de la muchacha. Por otro lado tenemos al monstruo y a su cómplice, que van matando a las personas que intentan ayudar a la joven o hacer amistad con ella. Unos y otros aúnan esfuerzos sin darse cuenta para dejar a Jennifer sin refugio seguro alguno y obligarla a enfrentarse cara a cara con el monstruo.
Y ya que mencionamos al monstruo, no podemos obviar la carga de perversidad que lleva encima, y sin la que una película de Argento sería como una película de Jackie Chan sin tortas. Aunque nunca se llega a decir de modo explícito, la motivación de los crímenes del asesino es claramente sexual. No hay más que ver su reacción al ver a la primera víctima acercarse a su guarida, recorriéndola de arriba a abajo con la mirada y tratando de liberarse con violencia de sus cadenas. Durante la secuencia del primer asesinato, enrolla a su víctima con las cadenas que le ataban (lo que equivale al manoseo y la subyugación al que un violador somete a su víctima) para luego apuñalarla hasta morir con unas tijeras (que no hace falta ser Freud para imaginarse qué simbolizan); las siguientes muertes de jovencitas las lleva a cabo con un instrumento aún más fálico, una lanza desmontable. Pero ahí no acaba el festival de depravación, porque nuestro asesino, como explica el profesor McGregor tras analizar el guante encontrado por Jennifer, se lleva los cuerpos a su guarida para mantener "contacto" con ellos. No hace falta que diga aquí la clase de "contacto" que me viene a la mente ante estas palabras.
En resumidas cuentas, para apreciar el lioso pero fascinante guión de Phenomena tenemos que cambiar el chip "thriller misterioso y sangriento" a "cuento de hadas misterioso y sangriento". Así apreciaremos mejor la resonancia simbólica de sus escenas... y sabremos perdonar mejor sus lapsos de lógica.
"Os amo. Os amo a todos"
Por otra parte, la película tendrá un guión digno de los Hermanos Grimm en pleno colocón de tripis, pero no valdría ni como papel higiénico si la cinematografía, la música y los actores fueran de tercera regional. Empezando por estos últimos, no puedo decir que destaquen mucho sus interpretaciones (algo que suele pasar en las películas de Argento, qué se le va a hacer), salvo por la bella y poderosa presencia de Jennifer Connelly, que ilumina la pantalla en todas sus escenas. Tanto Pleasence como Nicolodi parecen estar correctos, aunque siempre resulte difícil de apreciar en una versión doblada, y Dalila di Lazzaro no tiene que poner mucho esfuerzo para ser creíble como una institutriz reprimida metida a directora de escuela.
La fotografía se caracteriza por utilizar iluminación natural en casi todas sus escenas, en claro contraste con la manera de obrar de Argento en Suspiria. Pero eso no significa que la película no haga uso del color: al contrario, el azul del cielo, el verde de los bosques y campos y el blanco de la nieve y de los vestidos de nuestra protagonista dominan una paleta que nos transmite el ambiente campestre, bucólico y algo frío de un cantón suizo. Argento también utiliza los colores para hacer una identificación simple, pero efectiva, de los personajes principales: como he dicho repetidas veces, la heroína viste de blanco (¡ALERTA: SPOILER AL SELECCIONAR EL TEXTO!) mientras que para buscar a su antagonista sólo tenemos que fijarnos en quién viste de negro. Argento también hace gala de sus trucos de cámara y puntos de vista imposibles, haciéndonos ver el mundo no sólo a través de los ojos del monstruo, sino de los ojos compuestos de los propios insectos, en un nuevo alarde audacia e inventiva del hombre que quiso rodar una escena de Inferno desde el punto de vista de un rayo al caer.
Para la música, Argento contó con la mitad de los Goblin (Claudio Simonetti y Fabio Pignatelli) bajo el nombre de la banda para la mayor parte de la música. El resultado es una banda sonora exagerada, grandilocuente y fabulosamente ochentera, con una mezcla de teclados tecnopoperos y voz de soprano ululante en el fabuloso tema central, y una combinación de temas tranquilos e intimistas para los momentos de paz con otros algo más tensos. No llega, sin embargo, a acercarse al nivel de tensión y mal rollo que generaban los Goblin al completo en Suspiria.
Pero los Goblin no son los únicos que ponen música a la película. El mismísimo Bill Wyman, por entonces todavía bajista de los Rolling Stones, se encarga del melancólico y siniestro tema inicial, mientras que Simon Boswell (cuyo grupo, Andi Sex Gang, aparece en el disco de la película pero no en el filme) pone otro temita oscuro y amenazador.
El capítulo más controvertido en la música de la película es la utilización de heavy metal en algunas escenas, que le valió los odios de muchos... lo que demuestra que entre detractores y fans de Argento hay muchos cretinos con el gusto musical en el recto. La canción Flash of the Blade, de los Iron Maiden, acompaña el segundo asesinato de la cinta de manera muy apropiada (por el título, más que por la letra), ayudando a mantener la tensión aún en los momentos en los que no pasa mucho en la pantalla, aunque se corte de manera muy abrupta al cambiar de escena. En el tramo final de la película vuelve a ser utilizada con parecido resultado en otra situación de tensión. No se puede decir, sin embargo, que la inclusión de Locomotive de Motörhead funcione tan bien, porque no pega mucho con lo que pasa en la escena a la que acompaña.
Creo que lo mejor que puede definir esta película es su carácter rabiosamente ochentero. Su música, su estilo visual y su historia nos retrotraen a esa época tan fabulosa y hortera en la que el cine de terror italiano todavía estaba en boga. Es una lástima que el DVD sea inencontrable en España (la última edición data de 2005), pero si tenéis afición por la peculiar cinematografía de Argento haréis muy bien en comprarla si se os cruza la oportunidad. A no ser que seáis de esos aficionados que reniegan de Phenomena, en cuyo caso rezaré porque el buen Dios (o el mal Diablo) os quite las telarañas de los ojos y os recomendaré que reviséis Suspiria, Inferno, Rojo oscuro o Tenebre mientras esperáis a que se produzca el milagro.
sábado, 17 de noviembre de 2007
Apéndice: ¡en menudo lío me he metido!
Pues ahí lo tienen. Don César Coca me hizo el honor de considerar este un blog solidario, y lo definió como una "visión fresca y atrevida de lo que pasa a nuestro alrededor, que se disfraza como un blog sobre cine y videojuegos". Reconozco que soy el primer sorprendido por tal definición, pero supongo que, consciente o inconscientemente, en algunos momentos aprovecho para tratar un aspecto del mundo que nos rodea a partir de un detalle de una película o un juego. Algo que también hace Will Loughlin, por cierto. O puede que entrara para redondear la lista, que tampoco está mal: si me han elegido, es que este blog se puede leer sin incurrir en el bostezo y/o en el vómito.
Pero el premio me ha metido en un lío, porque ahora se supone que debo hacer mi propia lista de blogs a los que considere merecedores de este mismo premio. Cada uno de ellos, a su vez, debe nominar a otros siete, y publicar un post en su blog sobre la recepción del premio. Y mi problema es que, a decir verdad, tampoco es que lea tantos blogs.
Sí, es una vergüenza, pero es así. De modo que mi lista será algo incompleta y, para redondearlo, es posible que sea un poco monotemática, monocolor en lo político, y que hasta haya algo de amiguismo en alguna de las nominaciones. Qué diablos, puede incluso que caiga alguna nominación de un blog que sólo he leído una vez, y de pasada. Pero intentaré que todos tengan relación con el concepto que este premio representa.
Avisados ya de los posibles fallos en que pueda incurrir, aquí van mis candidatos:
1) Darth y su Hace no mucho tiempo, en una galaxia no muy lejana... por atreverse a mantener una cabeza fría y una mirada atenta ante el panorama político actual, que parece un gigantesco océano de bilis. Desde una posición política muy clara, denuncia las muchas ocasiones en que el rey de la fábula está desnudo; y quien dice rey dice director de un periódico, miembro destacado de un partido o teórico de la conspiración. Esa labor le ha valido ya una amenaza, abogados mediante, por parte de uno de los colectivos a los que desenmascaró; un signo como otro cualquiera de que sabe encontrar la verdad y meter el dedo en la llaga, por mucho que escueza al que la intenta encubrir.
2) Escolar.net, blog del actual director del diario Público, donde se comentan las noticias de actualidad desde una perspectiva de izquierda moderada, pero no exenta de crítica. Por ahí paran también muchos blogueros de izquierda, entre ellos el propio Darth
3) Javier Alemán, El hombre que odiaba los puntos suspensivos, que ofrece sus reflexiones bohemias, atormentadas y corrosivas sobre lo que se cruza en su vida. Psicólogo por formación (y harto de luchar contra los cretinos que se niegan a considerar la Psicología como ciencia), enemigo acérrimo del psicoanálisis (recuerden, Freud está obsoleto), azota con su verbo sarcástico las diversas formas que toma la estupidez humana, para la cual tiene un remedio infalible.
Ya ven, no se me han ocurrido más blogs que poner. Un signo de que tengo que visitarlos más, o de que tienen que retirarme el premio. Sea de una manera o de otra, esta página continuará su singladura en próximas fechas con más cine, más videojuegos (que ya es hora) y más paranoias asociadas. Permanezcan atentos.
viernes, 16 de noviembre de 2007
Suspiria: érase una vez Darío Argento
Bienvenidos a Argentolandia, un mundo de magia y horror
Advertencia: el siguiente texto está adaptado de la introducción un trabajo que hice años ha sobre Argento para Retórica Audiovisual, una optativa de Periodismo. Me gustó demasiado como para no reaprovecharlo (cambiando algunos detalles, claro está) La información que en él explico está sacada de varios (y muy recomendables) libros sobre el director italiano: Broken Mirrors/Broken Minds de Maitland McDonagh, Darío Argento o la alquimia del miedo de Salvador Bernabé, Profondo Argento - Retrato de un maestro del terror italiano (varios autores) y el ensayo sobre el director que el estudioso del cine Loris Curci escribió en Cine fantástico y de terror italiano. Para esta versión he añadido además datos sacados de IMDB y de la Wikipedia española
Cuando la crítica seria habla de cine italiano, piensa siempre en un primer momento en autores como Nanni Moretti o Roberto Begnini, entre los más actuales, o Bertolucci, Fellini, Pasolini y Visconti entre los clásicos. Los méritos de estos autores son bien conocidos y reconocidos por la crítica cinematográfica, con toda justicia. El problema es que, por el camino, se les olvidan otros cineastas, a los que desprecian y niegan su mérito por caer en el mayor pecado posible: hacer cine de terror. Tal vez también tenga que ver que a estos cineastas no les preocupan mucho las definiciones comúnmente establecidas (es decir, anquilosadas) de lo que es “buen cine”. Uno de estos autores merecedores de más reconocimiento del que tienen es Dario Argento.
Dario Argento nació en 1940 en Roma, hijo del productor cinematográfico Salvatore Argento y de la modelo brasileña Elda Luxardo. Desde pequeño fue muy aficionado tanto al cine como a las historias que le contaban sus padres y familiares, en especial su tía, que le relataba terroríficos cuentos para dormir (como se nota, por cierto, que la buena señora no tenía que aguantar al crío luego: yo intento eso con mis sobrinos y mi cadáver nunca aparece). Sus autores favoritos en su infancia fueron los hermanos Grimm, Hans Christian Andersen y Edgar Allan Poe; de ahí le vino la querencia por los ambientes irreales y mágicos y por la sangre. Su carrera comenzó como crítico cinematográfico para el vespertino romano Paese sera, cuando todavía era estudiante de secundaria. De escribir sobre cine pronto pasó a escribir cine (suyo es el tenso prólogo de Hasta que llegó su hora), y de ahí a ser asistente de dirección de Mario Bava y a dirigir sus propios filmes con el apoyo de su padre. Sus primeros trabajos estuvieron encuadrados en el giallo o policiaco sangriento italiano, al que regaló uno de sus lugares comunes más memorables: los títulos con animal incluido. Pero, a partir de 1977, y con la película que nos ocupa, amplió horizontes marchando hacia terrenos sobrenaturales, y por entre ambos cauces discurrió su carrera desde ese momento.
Para entender el cine de Argento, debemos empezar teniendo en cuenta un dato importante, que Marcos Ordóñez expresa con claridad en su ensayo para Profondo Argento: el mundo de los filmes del director romano no es el nuestro, es otro mundo “de esquinas afiladas, de perspectivas distorsionadas, de amenazas impalpables pero ultrapresentes: Argentolandia”. La narrativa de Argento sigue una lógica ajena a la narrativa tradicional, una lógica “infantil” (no infantiloide ni inmadura), poética: lo que le importa es la coherencia simbólica, lograr un efecto, y lo de menos es andar justificándolo. De ese modo, podemos ver a Argento como un “niño grande” que inventa sus propios cuentos de hadas, y los hace con la sangre y la violencia que conllevan en sus versiones originales. A esto se une su barroquismo conceptual, que me atreveré a describir como una improbable colaboración entre Góngora y Quevedo para la elaboración de un filme de terror (es decir, si no se ocupasen en intentar matarse el uno al otro antes), y su reinvención del espacio, relacionada con este barroquismo y dirigida a desorientar al espectador. De estos rasgos nace la irrealidad, la “fantasticidad” de su cine.
Su primer cine es heredero de Hitchcock (hasta le apodaron el "Hitchcock italiano"), pero otras influencias también presiden su carrera: Sergio Leone (amigo personal, del que heredará la tendencia a la abstracción argumental y la tendencia a adecuar el género a sí mismo), Michelangelo Antonioni (por citar de nuevo a Ordóñez, Argento hereda de él “la construcción de un territorio en el que todo es metáfora”) y Mario Bava (el primer maestro del terror italiano, cineasta de tintes góticos que inspirará el Barroco de las imágenes de Argento). De este último también hereda el tratamiento del asesinato; no en vano Bava fue el creador del “giallo”. En todos sus filmes, Argento retrata el asesinato con una cuidada puesta en escena, provocando la tensión minutos antes incluso de que se produzca el hecho. Nos muestra al asesino acechando a su víctima, persiguiéndola, y finalmente dándole muerte con crueldad. Llega hasta el punto de mostrarnos el hecho desde el punto de vista del asesino con el uso de la cámara subjetiva, que nos permitirá contemplar, fascinados y horrorizados, un hecho abominable como si fuéramos su perpetrador. Se ha achacado a Argento el regodearse en los crímenes, pero sus propios críticos en este detalle admiten que el mismo clima irreal de sus películas evita en último término que estas escenas nos “agredan” por encima de lo que podemos soportar.
Romántico negro, soñador de pesadillas, llamado “el Visconti de la violencia”, Darío Argento es todo un ejemplo de “cine de autor” sin las connotaciones que los críticos tradicionales implican al usar ese término (aunque él es gran admirador de Bergman, al parecer). La personalidad de sus obras trae como consecuencia que nunca deje indiferente a un espectador. Y en pocas de ellas como en Suspiria se manifiestan mejor sus obsesiones temáticas y estilísticas, como veremos a continuación.
Uno, due, tre, quatro... ¡Satán es nuestro señor!
Sobre unos créditos iniciales que tienen como fondo un agobiante y frenético tema de percusión, la voz de un narrador (en la versión original, el propio Argento) nos introduce en los antecedentes al más puro estilo de un cuento de hadas clásico: érase una vez una estudiante de danza estadounidense llamada Suzy Bannion (Jessica Harper, la musa de El Fantasma del Paraíso) que fue a estudiar en la prestigiosa Tanz Akademie de Friburgo. Una mañana cogió un avión en Nueva York y llegó a la ciudad alemana ya de noche. Y ahí es donde empieza la acción.
No se puede decir que Suzy (a la que, por cierto, el doblaje del DVD de Manga Video rebautiza como "Banner": ¿tratan de sugerir un parentesco secreto con El Increíble Hulk?) comience con buen pie su estancia en suelo alemán. Cuando sale del aeropuerto, se le viene encima literalmente una tempestad de viento y agua. A duras penas logra coger un taxi, cuyo hosco conductor no puede (o no se esfuerza en) entender sus indicaciones. Y cuando por fin llega a la academia, se encuentra una extraña escena: una joven de su edad sale por la puerta principal, gritando un galimatías de palabras difícil de entender (y que al estar en una película de Argento no cabe duda de que será clave en la trama) y huye por entre el diluvio. Para rematar la faena, cuando Suzy llama para que le abran la puerta, la chica que le contesta se niega a abrirle, y no le queda más remedio que volver al taxi y marcharse un hostal. Menuda nochecita, ¿eh?
Pues que no se queje, porque tampoco está tan mal si la comparamos con la de la joven a la que se encontró en la puerta. Tras correr campo a través (caen chuzos de punta, no lo olvidemos), la chica llega a un edificio de apartamentos de sospechoso (y desorientante) parecido con la academia y convence a una amiga para que la aloje por esa noche. De la conversación entre ambas se deduce que la primera ha sido expulsada de la academia, pero que no está muy infeliz por el hecho: al contrario, más bien parece aliviada de dejar atrás la institución. Sin embargo, es reacia a explicar las razones de su alivio a su amiga, pues hasta a ella misma le parecen absurdas e irreales. Cuando se queda a solas para secarse, no tardamos demasiado en descubrir que la chica tenía excelentes motivos para querer marcharse, y que no debería haberse quedado tan cerca de la academia...
A la mañana siguiente, Suzy por fin entra en la academia y conoce a sus ocupantes principales. En primer lugar, las representantes más importantes del profesorado: Miss Tanner (la veterana Alida Valli canalizando el espíritu de la señorita Rottenmeier), una de las profesoras más veteranas, y Madame Blanc (otra veterana de lujo, Joan Bennett, en su último papel en la gran pantalla), vicedirectora de la academia. A través de ellas, que atienden en esos momentos una visita de la policía, Suzy se entera de que la chica a la que vio salir de la academia anoche murió asesinada poco después por un maníaco (un maníaco con alas, como ya sabemos los espectadores), pero no es capaz de recordar más detalles que puedan servir a los agentes. Otros ocupantes de la academia con los que Suzy se cruza en su primer día son Daniel (Flavio Bucci, el hombre lobo de la mítica y bizarra serie La tía de Frankenstein), el pianista ciego, Albert (Jacopo Mariani, el niño de Rojo oscuro), el sobrino de Madame Blanc, y Pablo (Giusseppe Transocchi), el sirviente, una especie de semiorco con dentadura postiza que sólo habla en rumano. A la única que no conoce todavía es a la directora, que al parecer está de viaje.
Miss Tanner le lleva poco después a los vestuarios, donde tiene su primer contacto con sus compañeras, entre las que no tarda en encontrar un ambiente de camaradería y madurez. De ellas destacan Olga (Bárbara Magnolfi), que a instancias de la vicedirectora le ofrece alojamiento por un módico alquiler al no haber habitaciones libres en la propia academia, y Sara (Stefania Casini), que parece no llevarse muy bien con Olga y que no tardará en hacerse amiga de Suzy. Más tarde, ya instalada en casa de Olga, también conoce a Mark (Miguel Bosé... inserten su propia broma sobre Don Diablo, yo no tengo estómago para ello), con quien empieza a tontear con resultados bastante favorables. A primera vista, su primer día auguraría una gran estancia como estudiante de la prestigiosa academia; salvo por el detalle de que estamos en una película de Argento, y eso quiere decir que no tardarán en pasarle cosas muy desagradables.
Al día siguiente, los problemas comienzan cuando Madame Blanc informa a nuestra heroína de que ya tienen una habitación libre, y ella manifiesta su preferencia por vivir con Olga, lo que le atrae la velada hostilidad de Miss Tanner. Poco después, mientras Suzy va de una clase a otra, se cruza en el corredor de la planta baja con la cocinera y Albert. En ese momento... "algo" ocurre. En apariencia, sólo sucede que ambos la miran de manera severa y atenta, y le dirigen luz a la cara reflejándola en un triángulo de metal; la reacción de Suzy ante el golpe de luz, sin embargo, es la de alguien que siente un gran malestar (guiño-guiño). Durante la siguiente clase, Suzy intenta pedir a Miss Tanner un receso por sentirse mal, con el éxito esperable al tratar con un clon de la Rottenmeier, y se desmaya luego en plena rutina de baile, sangrando por nariz y boca. Todo eso provoca no sólo una visita del doctor local, que le recomienda tomar vino con las comidas para "reforzar la sangre", sino la mudanza forzosa de Suzy: Madame Blanc explica a la sorprendida joven que Olga tuvo la amabilidad de traer sus maletas apenas supo que se encontraba mal, pero algo me dice que lo hizo tras una "sugerencia" de la propia Blanc.
Como el día no es lo bastante pútrido todavía, aún se produce una inesperada infestación de gusanos que obliga a desplazar a las alumnas a las salas de baile del piso de abajo, habilitadas como dormitorios. Y cuando las luces se apagan, Sarah, que duerme al lado de Suzy, escucha algo que le sobresalta tanto que despierta al instante a Suzy para contárselo. Se trata de una especie de ronquido asmático, justo a sus espaldas, que Sara conoce demasiado bien: es el de la directora, que conoce porque una noche durmió junto a su habitación. Pero si es la directora, ¿por qué diablos las profesoras insisten en que está de viaje?
Y ese no es el único enigma al que Suzy y su nueva amiga se enfrentan. A la mañana siguiente, el perro lazarillo de Daniel ataca sin razón aparente a Albert y provoca con ello su despido; la ufana advertencia del pianista al marcharse de que él es ciego pero no sordo indica que no tiene la edición en Braille de Muerte en el Nilo. Además de eso, Suzy empieza a sufrir una fuerte somnolencia por las noches, que le impide hasta seguir el hilo de sus conversaciones con Sara sobre las cosas extrañas que ocurren en la academia; lo que no le impide es darse cuenta de que las profesoras, que se supone que viven en la ciudad, no salen del edificio por las noches, sino que dirigen sus pasos a otra parte de la academia...
¿Paranoia o magia? ¿O ambas a la vez?
Uno de los motivos por los que Suspiria es considerada por la crítica (por la que se toma la molestia de analizar el cine de terror sin mirar por encima del hombro) la obra cumbre de Argento es por la maestría visual de la que el director romano hace gala en la misma. La iluminación artificial que baña muchas de las escenas (azules, verdes, y sobre todo rojos), las composiciones de plano voluntariamente artificiales (objetos enfocados en primer plano mientras vemos otros desenfocados en segundo, y viceversa), las frecuentes apariciones de la cámara subjetiva y la utilización del mismo proceso de revelado que en El mago de Oz o Lo que el viento se llevó para dar más viveza al color ayudan a reforzar la irrealidad de este sangriento cuento de hadas moderno y, a la vez, hacerlo creíble al espectador. Apabullados por la inventiva y barroquismo visual del filme, es más fácil que pasemos por alto la falta de realismo de algunos efectos especiales (que en nuestra época actual de CGI a cascoporro resulta algo más llamativo que en el momento de su estreno) o las lagunas de su guión.
También es muy fácil que las muertes que se producen durante el metraje nos hagan saltar del sillón despavoridos. Gracias al trasfondo sobrenatural de la trama, que se va desvelando a medida que avanza la película (inspirado en la figura de la ocultista Helena Blavatsky y en Levana and Our Ladies of Sorrow de Thomas de Quincey), Argento tiene libertad para jugar con su cámara desde puntos de vista en apariencia imposibles, con el fin de pillar por sorpresa al espectador cuando llega el momento de que las víctimas reciban el golpe mortal de su asesino. Las escenas de los asesinatos son tan hermosas como terroríficas, y si no he querido describirlas aquí es porque gran parte de su potencia viene de verlas sin saber qué esperar de ellas.
En cuanto a los actores, no es que llamen demasiado la atención; de hecho, la mayoría de las alumnas de la academia (por ejemplo, la primera de las víctimas) no resultan demasiado creíbles. Jessica Harper, sin embargo, sí que logra dar la impresión de una chica normal atrapada en un escenario extraordinario o terrorífico, sin tampoco destacar demasiado. La que sí que destaca es Alida Valli, que domina las escenas como ese trasunto de la señorita Rottenmeier que es Miss Tanner: cuando abronca a Daniel por el incidente del perro y este se le pone respondón, tiene hasta el detalle de cambiar su cara de mala leche por una sádica sonrisa que le sienta a su personaje como un guante. Más comedida está Joan Bennett como Madame Blanc, pero igualmente creíble y digna.
Los diálogos entre las alumnas, como ya he mencionado antes, resultan inmaduros. Ridículamente inmaduros incluso, como cuando Olga y Sara se sacan la lengua la una a la otra como dos crías. Esto tiene su razón de ser: la idea original de Argento era que las alumnas de la academia no tuvieran más de doce años. Su padre, como voz del sentido común, le convenció de que subiese la edad de las víctimas potenciales, consciente de que su churumbel iba a atraer las iras de todo grupo censor a este lado del Atlántico. Pese a este cambio, Argento eligió no cambiar los diálogos en gran medida, tal vez como otra manera de reforzar la atmósfera de cuento de hadas sangriento de la película o la indefensión de sus protagonistas ante las fuerzas malévolas que las acechan.
Y ya que hablamos de las fuerzas del mal, detengámonos un momento en observar con atención el lugar donde habitan: la Tanz Akademie, un edificio de estilo arquitectónico peculiar (y que fue hogar del humanista Erasmo de Rotterdam, como advierte una placa en su fachada). Tanto en su exterior como en su interior dominan el rojo y, en menor medida, el dorado, en una combinación suntuosa y siniestra. Pero bajo la belleza de sus interiores, late un corazón de hedionda corrupción y maldad, del que la plaga de gusanos que infesta sus plantas superiores no es más que un síntoma. No es casualidad tampoco que los interiores del edificio de apartamentos que sirve de escenario al primer asesinato sean tan parecidos a los de la academia.
La única escena que desentona en la película es la visita de Suzy a un congreso de Psicología para entrevistarse con el ex terapeuta y amigo de Sara, Frank Mandel (Udo Kier). En un exterior soleado y moderno, Suzy se encuentra con dos posibles explicaciones para lo que ha vivido hasta el momento: la escéptica, enunciada por Mandel y la fantástica, ofrecida por su colega, el doctor Milius. Dejando de lado que la escena se metió con el expreso propósito de sacar en la película a Udo Kier, muy popular en Europa, ofrece el interés de oponer dos posibles interpretacioens de los hechos. Aunque está muy claro en todo momento que la de Milius está cercana a la realidad (estamos en Argentolandia, no lo olvidemos), los datos que poseen Suzy y el doctor Mandel bien podrían sostener la interpretación de este último. Sólo al final, cuando Suzy descubre qué significaban las palabras que escuchó de la boca de la muchacha asesinada (ese "detalle que no encaja" que está presente en casi todas las películas de Argento, y que obsesiona siempre a sus protagonistas), se revelará ante sus ojos la terrible verdad.
Y hasta aquí llega todo lo que puedo decir sobre Suspiria sin reventar sorpresas fundamentales de la historia. Si tenéis la sensibilidad (y el estómago) para disfrutar del cine de terror italiano, os esperan multitud de agradables sorpresas y sustos en los 94 minutos que dura.
Post-data: mi ex profesor en el Master de de Periodismo El Correo-UPV me ha honrado con un Premio Blog Solidario. Como corresponden a las reglas de este premio, ahora debo concedérselo a su vez a siete blogs de la misma manera. Va a ser un duro esfuerzo de cacumen, pero bien a gusto que lo haré.