domingo, 18 de enero de 2009

Shriek of the Mutilated: tú lo que quieres es que me coma el Yeti

Demasiado tiempo llevo ya hablando de filmes y juegos que me encantan, y va a parecer que soy un blandurrio. Así que la actualización de hoy, en lugar de glosar los aciertos de algún filme más o menos conocido, va a estar dedicada a poner a parir los innumerables fallos y aspectos ridículos de un filme más o menos conocido en según qué círculos.

Soy un Yeti, y aquí en el bosque mato feliz

Especialmente si al Yeti le da por ponerse cariñoso, como sugiere el ademán con la mano izquierda del más alto.

 En el diagrama se puede apreciar lo crudo que lo tienen los protagonistas.

Tras una incomprensible decapitación pre-créditos que no tiene nada que ver en la historia, entramos en la vida del profesor Ernst Prell (Alan Brock), que prepara un viaje a una isla en la bahía de Hudson para completar el proyecto de su vida: probar la existencia del Yeti (no, no le llama Sasquatch, ni Bigfoot, pese a ser sus nombres en Estados Unidos), aprovechando que un ejemplar de este mítico ser parece vivir en ese territorio. Le acompañarán en él cuatro de sus estudiantes: Keith (Michael Harris), Karen (Jennifer Stock), Tom (Jack Neubeck) y Lynn (Darcy Brown). De ellos, Keith es el más entusiasta, hasta el punto de aceptar la invitación de Prell para cenar la noche antes, cosa que no hace nada de gracia a su novia Karen; Tom, por contra, se muestra muy escéptico sobre la existencia de la criatura.

Karen, Lynn y Tom asisten esa noche a una fiesta (que en el original tenía como música el tema Palomitas de maíz, sustituido en mi copia por una horrible cacofonía pseudo-setentera) en la que conocen a Spencer (Tom Grail), un antiguo estudiante de estabilidad mental bastante mermada, que resulta ser el único superviviente de la anterior expedición del profesor para cazar al Yeti, realizada hace siete años. Medio borracho, Spencer les explica su horrible experiencia, mostrada en un flashback hipersobreexpuesto para simular malamente un paisaje nevado, y les advierte que no deberían ir al viaje, para luego volver a casa con su esposa y... asesinarse el uno al otro. No, en serio: él le corta el cuello a ella, y ella sobrevive lo bastante como para electrocutarle en la bañera. ¿Y Keith? Keith disfruta de un curioso plato llamado Jin Sung, que según el profesor está hecho con carne de algunos animales salvajes que se niega a especificar; un detalle que cualquier veterano del cine fantaterrorífico sabe que es un malísima señal.

Al día siguiente, Prell y sus estudiantes viajan a la isla, donde les espera el doctor Karl Werner (Tawm Ellis), un viejo amigo del profesor que vive allí con un asistente indio mudo, Cuervo Risueño (Ivan Agar, el blanco-haciendo-de-indio menos convincente que he visto hasta ahora, y que además parece un precursor de mercadillo de John Rambo). El trayecto transcurre sin incidentes, salvo por una críptica conversación con el empleado de una gasolinera que da a entender lo mala idea que es ir allí. Al llegar a la mansión que Werner tiene en la isla e instalarse en sus respectivas habitaciones, el buen doctor les explica su primer avistamiento directo del Yeti en uno de los flashbacks más ridículos que he visto nunca: Werner se empeña en decir que ocurrió en una noche de luna llena, mientras que las imágenes están rodadas en un amanecer o atardecer nublado. No es de extrañar que Tom (quien, por cierto, viste un jersey ridículo) no se trague nada de lo que Prell y Werner dicen sobre el Yeti, y que prefiera beber de una botella de licor que ha colado de tapadillo o tocar al piano una canción burlona sobre lo peligroso que es el Yeti.

Tampoco es de extrañar que, en la primera salida para buscar al monstruo, Tom se separe del grupo para cazar un venado y acabe siendo la primera víctima del Yeti (que es un hombre con un disfraz de carnaval barato, y lo que es peor: se nota que lleva un disfraz de carnaval barato incluso a distancia). Lo que sí es bizarro a más no poder es que, cuando por fin encuentran lo que queda de él (una pierna), el profesor Prell decide utilizarlo de cebo en una trampa para la  bestia; claro que este detalle ya no es tan bizarro si pensamos con detenimiento en que Prell es aficionado a un plato que se elabora con ingredientes secretos, y en lo que eso significa. ¿A nadie más le da la sensación de que aquí hay Yeti encerrado?

Bajo presupuesto intelectual

¡Y lo que es peor, soy una actriz patética!

¡Sielos, estoy atrapada en una mierda de película! 

Decía Marge Simpson que si no tienes nada bueno que decir de alguien, es mejor no decir nada. Si yo me guiara por ese principio, me limitaría a decir que Shriek of the Mutilated tiene una sorpresa final bastante eficaz y terrorífica, de las que se quedan con el espectador mucho tiempo después de que haya visto la película, y dejaría el resto a vuestra imaginación. Pero yo no soy Marge, así que voy a sacar el látigo.

Y vaya si esta película merece un uso liberal de ese instrumento de tortura. El matrimonio formado por Michael Findlay (director) y Roberta Findlay (productora), tiene ganada la fama de hacer películas tan explotativas como ineptas, y este título es una perfecta demostración de sus defectos y vicios estilísticos: actores que oscilan entre la sobreactuación y la falta de emoción (el modo en que Jennifer Stock, haciendo de Karen, explica el hallazgo de la pierna de Tom suena más a rabieta de niña pequeña que al horror de descubrir pruebas de que un amigo ha muerto), efectos especiales ridículos (aunque, al menos en el patético traje del Yeti, está justificado dentro de la historia), y una preocupante incapacidad para mantener el interés del espectador.

Este último es el fallo más grave de la película, y se debe a la falta de compensación entre las escenas de acción y las de diálogo. Michael Findlay pasa demasiado tiempo haciendo que los personajes narren sus encuentros con el Yeti mientras los demás miran (violando así la regla narrativa de que hay que mostrarlo, no contarlo) o discutiendo cómo le van a echar el guante; tal vez sea un modo de evitar mostrar mucho al ridículo monstruo central, pero aún así estas escenas carecen del suspense que otro equipo con más talento le podría sacar a una mansión en medio de una isla en la que acecha un monstruo violento.

Si de verdad no podéis vivir sin verla, hay una edición en DVD en el mercado anglosajón,  pero aún así os aconsejo que no malgastéis vuestro dinero. Estoy seguro de que tiene que haber mejores películas sobre el Bigfoot por ahí, más que nada porque no es difícil superar esta ponzoña.

Qué demonios, estoy tentado de pensar que el abandono de su esposa para irse con un productor al que ambos habían demandado por sacar su película Slaughter bajo el título Snuff (sí, el filme que inició la leyenda urbana de las películas snuff) y su posterior muerte en un accidente con las hélices de un helicóptero en el edificio Pan Am de Nueva York fueron retribuciones cósmicas por hacer morralla como esta. Pero si así fuera, ¿cómo es que todavía Uwe Boll no ha pillado un cáncer terminal?

4 comentarios:

El chache dijo...

El yeti... que personaje.
Yo creo que existe.
Un saludete

Fet dijo...

Pues va a ser que no pienso verla, oiga.

PePe dijo...

Chache: si el Yeti existe, pido a Dios que sea más convincente que el de esta película.

Fet: así me gusta, que mi blog haga de servicio público sobre qué pelis evitar como si propagasen el Ébola.

Anónimo dijo...

JAJAJA, la verdad que este tipo de pelis me llaman mucho por muy jodidas que sean.
Hay una peli bastante chana tambien más reciente sobre el Bigfoot (que no el Yeti), Abominable, dirigida por el hijo del músico Lalo Schifrin quien hace la BS.
Tambien tiene un pequeño papeluco Jeffrey Combs, por eso hay que verla